Homofobia
Mi procesador de palabras subraya con rojo la palabra homofobia. Tres posibilidades explican esa acometida de mi compu. La primera es que algunos diccionarios desconozcan el término, la segunda es que homofobia no se escriba homofobia, y la tercera es que esta situación no sea lo suficientemente importante como para darle cabida en los diccionarios. Después de abrir el Diccionario del uso del español, de María Moliner (Editorial Gredos, España, 1992), y las dos últimas versiones del Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española, concluyo que mi procesador no funciona tan mal: sólo la última versión del segundo diccionario incluye el término.
Homofobia: Aversión obsesiva hacia las personas homosexuales.
El 17 de mayo se celebró la Jornada Mundial de Lucha contra la Homofobia. Este tipo de jornadas invitan a la reflexión, al compromiso moral y al estudio de temas tan cruciales y urgentes como la aceptación del otro como un sí mismo. El significado de determinados conceptos médicos, y las palabras de algunos religiosos contemporáneos, ilustran bien cuán espinoso ha sido el camino en torno a la homosexualidad.
La homosexualidad es un tema que ha sido mal tratado por la medicina. Sin duda las visiones inadecuadas de la ciencia médica han perjudicado a los homosexuales. Los primeros casos, hace 25 años, del síndrome de inmunodeficiencia adquirida ilustran bien el terrible peso de la estigmatización y el daño que puede ejercerse a partir de conceptos equivocados. En esa época se consideró que los culpables y los responsables del sida eran los homosexuales. La viremia, el desconocimiento inicial acerca del sida y las inclinaciones sexuales de los afectados -en su inmensa mayoría eran hombres- convertían a los enfermos en verdaderas víctimas de la profesión médica. La razón es sencilla: la medicina había etiquetado a los homosexuales con una serie de epítetos peyorativos e incomprensibles.
Las definiciones de homosexualidad en los manuales de siquiatría han incluido muchos conceptos terribles. Ha sido listada bajo diversos rubros. Se le consideró primero como una personalidad sicopática. Después se incluyó en el grupo de alteraciones sociopáticas de la personalidad, y, posteriormente, se englobó bajo el rubro de enfermedades mentales no sicóticas y alteraciones de la personalidad. En 1974, la American Psychiatric Association "relajó" sus consideraciones con respecto a la homosexualidad y la insertó en el grupo de "alteraciones en la orientación sexual". Fue hasta 1990 cuando la Organización Mundial de la Salud suprime la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. Esa iniciativa intentó terminar con casi un siglo de homofobia, en este caso, avalada por la ciencia.
Ese incomprensible letargo y atraso de la ciencia habló en boca de Hitler, quien incluyó a los homosexuales dentro de las poblaciones que deberían ser exterminadas. Habló y habla también en la boca de algunos religiosos no muy sesudos que siguen considerando a la homosexualidad como un problema que atenta contra el mismísimo Dios y contra la incólume especie humana. Para muestra bastan dos religiosos.
La aprobación de la institución matrimonial para personas del mismo sexo, en abril de 2005 en España, abrió las puertas para que los religiosos, en nombre de Dios o en el propio, espetasen sus comentarios homófobos, simplones, peyorativos e incluso racistas. Monseñor Fernando Sebastián, arzobispo de Pamplona, acuñó un término que, debo aceptar, es ingenioso. Dijo: "Es posible que nos encontremos dentro de poco con una verdadera epidemia de homosexualidad". Por su parte, el cardenal emérito Ricard María Carles hizo un comentario muy atrevido y delicado. Dijo: "Obedecer la ley antes que la conciencia lleva a Auschwitz".
No entiendo bien lo que significa epidemia de homosexualidad. Sé que las epidemias son malas, que afectan a las poblaciones y que conllevan enfermedades y muertes. Presupongo que monseñor Fernando quiere decir que la homosexualidad es una enfermedad y que, en caso de diseminarse -como el sida porque la Iglesia condena el condón o como los genocidios porque la Iglesia avaló el Holocausto y es amiga de Pinochet-, dañará o incluso matará a la población sana.
Al cardenal Carles lo entiendo mejor, pero me irrita más. Aunque es cierto que la prohibición legal de los matrimonios entre judíos y arios precedió a las cámaras de gas, es ilógico, y atroz, afirmar que los matrimonios entre personas del mismo sexo abran las puertas hacia un nuevo holocausto. La epidemia de homosexualidad y la idea de que los matrimonios gays llevan a Auschwitz son el horror y el error ad libitum. Pobre Dios, ¿qué habrá hecho para tener que contratar a esas personas?
La homofobia mata. Mata seres humanos y mata la diferencia. La portada del número 106 del magnífico suplemento Letra S ilustra bien la realidad: La homosexualidad no es una enfermedad, la homofobia sí. La intolerancia y la incapacidad para no aceptar la diferencia son, sin duda, una de las más graves epidemias contemporáneas.