La mujer y el mundo gay
¿Son válidos los matrimonios gay? Hasta el 16 de mayo de 1990 esa pregunta sólo tenía una respuesta sensata: no. La razón era sencilla: la homosexualidad formaba parte del catálogo de enfermedades mentales registradas por la Organización Mundial de la Salud.
Hoy la respuesta sigue siendo la misma, aunque gays y lesbianas ya no pertenezcan a esa parcela de las desviaciones mentales que por décadas clasificó el sicoanálisis, la siquiatría y la sicología. Si no contamos a los países nórdicos, cuyos procesos civilizatorios nos siguen pareciendo material exótico, España al aceptar los matrimonios gay ha marcado la pauta que toda sociedad democrática deberá seguir en este siglo que inicia: todo humano, sea cual fuere su preferencia sexual, tiene el derecho de casarse con quien le venga en gana.
Seguramente en unos años nuestros juicios y prejuicios homófobos nos parecerán prehistóricos. Pero mientras, la cultura del rechazo a esa inmensa minoría sigue siendo una de las pestes de las sociedades democráticas.
Hace unos días, platicando con Gabriela Rodríguez y Carlos Monsiváis, descubrí que el principio básico de la homofobia es el profundo desprecio a la mujer. Si en nuestra cultura occidental y machista la mujer es el sexo vencido, los que reniegan del sexo vencedor para parecer mujeres son unos traidores; y las mujeres que aspiran a jugar papeles masculinos, son seres despreciables por pretender alcanzar lo que la naturaleza misma les negó.
Si partimos de lo anterior, el menosprecio, la discriminación e inclusive la desaparición de lesbianas y homosexuales podría parecernos ''algo normal". A esos seres sin identidad, a esos verdaderos outsiders, no importa maltratarlos. No son nadie en nuestro mundo binario. Y si no son nadie, nadie reclamará por hacerlos a un lado.
Sólo con esa lógica imbécil me explico por qué en poco más de 10 años han sido asesinados más de 800 homosexuales y lesbianas en México. La mayoría con prácticas conocidas internacionalmente como crímenes de odio. Sólo así entiendo la saña con que los desmembran y por qué escriben con su sangre ''te matamos por puto".
Sólo así entiendo la sistemática culpabilización de las víctimas de esas ejecuciones y el por qué, como dice Monsiváis, la víctima de un crimen de odio se convierte en muchas víctimas: su familia por haber creado un ser tan despreciable, sus amigos por soportarlo y sus conocidos por haber tenido trato con él. Por eso las familias ocultan el asesinato del ''marica" de la casa, los amigos son hostigados por las corporaciones policiacas y sus conocidos llegan a ser chantajeados.
También por esa lógica imbécil seguimos pensando que los ''jotos" mueren violentamente porque son pasionales e irracionales como las mujeres.
Creo, como aseguran Rodríguez y Monsiváis, que el mundo gay debe mucho al feminismo. Particularmente a la construcción que hizo del concepto ''perspectiva de género".
Falta mucho por hacer, pero tal vez mucho se ha avanzado. La jornada internacional contra la homofobia de ayer fue, y sigue siendo, un paso importante. Otro, la conceptualización de nuestra propia barbarie.
Por eso, según Monsiváis, es muy significativo que el alto clero católico y los partidos políticos aclaren con cierta frecuencia no ser homófobos, acepten el concepto de ''perspectiva de género" y, a veces, aunque cada vez más, el de diversidad sexual.
En esta búsqueda de los derechos humanos el peso de las palabras resulta indispensable. Nada detiene a la subversión semántica, porque las palabras son puentes y anticipo de futuras acciones. Construir con palabras un mundo diferente es empezarlo a construir de veras.
La homofobia es un asunto de todos. Luchar contra ella ensancha los caminos de la civilización, aquellos que nos permiten vivir de la mejor manera.