Emmanuel Mounier y el personalismo
Hace 100 años, en 1905, nació en Grenoble, Francia, un pensador que hay que recordar y recuperar. Me refiero a Emmanuel Mounier, fundador de la revista Esprit, so-cialista cristiano que militó en la resistencia francesa en contra de la ocupación alemana, el sicólogo de inspiración católica que escribió sobre el "yo entre los otros" y el carácter.
Pero lo que hoy tendríamos que rescatar principalmente es el Mounier crítico del capitalismo y el totalitarismo desde su bastión doctrinario que identificó con el acertado nombre de "personalismo".
El personalismo es una alternativa de izquierda no marxista, o al menos no marxista extrema, que se funda en la valoración plena de la persona humana como centro y razón de la comunidad.
Mounier, dice Michel Barlow, es un socialista, pero no un dogmático; su corta pero intensa vida, combinación de pensamiento profundo y acción eficaz, lo llevan al centro que comparte con el Maritain de la tercera vía social cristiana: ni totalitarismo de izquierda ni capitalismo inhumano y devorador de vidas y destinos.
Frente a ambos extremos que se tocan, frente a los dos materialismos, uno de la soberbia y la avaricia, y el otro de la prepotencia y el autoritarismo, ambos enemigos del desarrollo de las personalidades individuales, Mounier sostiene el alto valor de la persona, que no es otra cosa que una inteligencia con voluntad en busca de un destino individual, propio, singular, pero no por eso necesariamente en confrontación con otros destinos, otras personas y comunidades.
Una de las aportaciones que sería muy bueno desempolvar hoy del personalismo es el llamado a la "revolución trabajosa de los pobres", que debe ser una revolución contra los mitos, contra la propaganda, contra los mensajes dirigidos, más que a la inteligencia a los sentidos.
Se niega Mounier a ver a un enemigo en el adversario. Por ello rechaza la caricatura como arma política y aspira a una revolución en la que el hombre, amigo o enemigo, permanezca siempre hombre. homo homini homo, contraparte de la definición de Thomas Hobbes, quien se refería al homo homini lupus est.
Una persona humana no debe ser el lobo de otra, sino el hermano, el prójimo, aun cuando sea el contrario en la lucha; si es persona, es digna, con eso solo, de respeto y reconocimiento.
Hoy, cuando las luchas son descarnadas y se pugna a toda costa por desprestigiar al enemigo, de destruirlo, el personalismo de Mounier bien puede ser una referencia para la revaloración de la lucha política.
Otro aspecto del personalismo que debe reinsertarse en nuestro tiempo es su posición frente al poder económico, poder que es junto con el abolengo, la fuerza o el talento mismo una de las posibles elites que ilegítimamente se atribuyen el dominio sobre las demás personas.
En su Manifiesto al servicio del personalismo, en el capítulo "Una economía para la persona", defiende el principio de la primacía del trabajo sobre el capital. Al respecto sostiene que el trabajo no es una mercancía, sino una actividad personal, esto es, libre e inteligente, pero que a su vez es obligación universal: quien no trabaje, y pueda hacerlo, que no coma. Es un derecho inalienable. "La propiedad más elemental -afirma- debe ser la propiedad del oficio".
En fin, la valoración de la persona, de su trabajo, de su libertad, de su vida misma es el centro del personalismo, y hoy, a 100 años del nacimiento del pensador que construyó -no en la tranquilidad de su estudio, sino en medio de la lucha- el andamiaje de la doctrina del personalismo, hemos de recordarlo no sólo como una efeméride, lo cual sería señal superflua de erudición, sino como la aportación al cambio y a la restructuración de nuestra sociedad, de su democracia y de su economía desde una perspectiva peculiar y compatible con el pensamiento de inspiración cristiana.
A Florentina Villalobos