Las dos coaliciones
De nuevo se pone en circulación la idea de una bifurcación política del país en torno a dos grandes coaliciones, de cuya competencia debería emanar el próximo presidente de la República. Una de estas, que convencional y anímicamente se ubicaría en el centro-derecha, recogería a buena parte del panismo, irritado o no con su presidente Fox, pero firmemente sellado por su repudio al "populismo y su caudillo", Andrés Manuel López Obrador. Se agregarían a estas cohortes buena parte de los grupos priístas partidarios del reformismo neoliberal a la vez que militantemente reafirmados en la virtud de su fervoroso antipopulismo.
Del otro lado de la línea divisoria estarían López Obrador y sus compañeros del Partido de la Revolución Democrática (PRD), engrosadas sus filas por grupos priístas descontentos y/o nostálgicos del corporativismo presidencialista, así como por personalidades significativas de ese partido que no concurrieron a la cruzada por el desafuero, pero la desautorizaron de formas diversas, y en medio de la crisis de su partido -que las habría llevado a la coalición referida arriba- optarían por otra convocatoria y perspectiva para su carrera política.
Forjar esta oferta es, aunque parezca lo contrario, más difícil que dar realidad a la primera, porque como irá comprobándose en el tiempo que queda, ni López Obrador es el flautista del Hammelin populista que inventaron sus enemigos para dar sentido y una supuesta racionalidad a su campaña por el fast track jurídico del desafuero, ni el PRD es un partido dispuesto realmente a concurrir a una formación tan variada como tendría que ser una coalición que tomara en serio su postulación de centro-izquierda en las condiciones de economía y sociedad globalizadas como las que vive México en la actualidad.
Dividir al México político en dos ha sido siempre una tentación anidada en el Partido Acción Nacional (PAN) y más recientemente en una politología que no ve más allá de sus narices, siempre orientadas al norte. El bipartidismo, con todas sus promesas de eficiencia política y administrativa, no es sin embargo la mejor salida a un sistema político que no ha podido ir más allá de la transición a la democracia, debido a obvias fallas institucionales, pero más que nada a que los partidos que lo conforman y dieron curso a la transición no pudieron dejar de ser partidos provisionales y fueron afectados sobremanera por la desaparición de hecho del centro presidencialista que les permitía definir sus señas de identidad y les facilitaba sus políticas de alianzas.
Ido el presidencialismo y no realizada la ingeniería institucional y constitucional requerida, los partidos se quedaron huérfanos. Así ocurrió con el Revolucionario Institucional (PRI), pero en su conjunto los partidos perdieron referencias fundamentales, fueron incapaces de volverse partidos de gobierno, como el PAN, y se han negado a procesar en serio y a la luz del día el mandato de lealtad racional al sistema político que es connatural al régimen democrático, como ha ocurrido con el PRD, que un día es partido de vanguardia, otro movimiento imaginario y otro más fábrica de prebendas y disfrute de prerrogativas, con lo que se empata con los otros dos grandes y de la mano, queriéndolo o no, le imponen un cerrojo al sistema político y ponen a la pluralidad abierta buscada y prometida en entredicho.
Las coaliciones, sin embargo, parecen recoger la fuerza de las cosas del poder y del querer. Así lo impuso el lamentable espectáculo del desafuero, y al parecer así lo exigen una situación social deteriorada y una economía carente de fuerzas motrices internas y sometida al azar y las veleidades de la máquina desbocada del imperio estadunidense. Así lo empiezan a entender los empresarios que ya no piden de-safuero y "aplicación" del estado de derecho, sino planeación y hasta política industrial, pero que sobre todo manifiestan a diario su falta de orientación política y económica, así como las mil y una fallas de representatividad de sus organizaciones.
Llenar los huecos y hoyos negros en el Estado que deja el gobierno del presidente Fox va a requerir de mucha cooperación política entre los actores organizados, así como de compromisos rigurosos, claramente definidos en sus mínimos denominadores, entre empresarios, trabajadores y funcionarios del Estado. Estos tendrán que empezar su tarea tratando de dar terrenalidad a una política económica sojuzgada por la burocracia celeste financiera, y de recrear los mecanismos necesarios para dar sentido y continuidad al diálogo social dirigido a recuperar el crecimiento y, de ser posible, iniciar la dura tarea del desarrollo.
Una agenda como ésta no es exclusiva de la izquierda ni del centro-izquierda; debería poder ser compartida por quienes piensan que lo mejor es la continuidad del reformismo neoliberal, pero no son más siervos de sus absurdos e irracionales cánones y creencias doctrinarias. Sobre todo si los priístas que por convicción optan por esta ruta y los panistas que actualicen las hipótesis de la economía social de mercado ponen por delante la supervivencia del sistema democrático y caen por fin en cuenta de que sin enfrentar en serio la cuestión social endiablada que el país encara no hay futuro para la política plural ni para los políticos profesionales que la hacen posible.
Tal vez, en un formato binario pero también provisional como éste, el México del 2006 pudiera encontrar la clave para salir de puerto y emprender la travesía del desarrollo y la búsqueda de una equidad sin la cual la ciudadanía y la democracia son más imaginarios que los ciudadanos del siglo XIX. *