Cuando los héroes regresan a casa...
La Procuraduría General de la República acaba de emitir un boletín en el que oficialmente se compromete a emplear toda la fuerza de la ley y la capacidad operativa de esa institución para perseguir hasta identificar a los culpables de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, y recientemente de niñas también, para hacer posible que se castigue conforme a lo establecido por nuestras leyes a quienes de alguna manera tan bárbara y tan brutal están infringiendo no solamente el espíritu y la letra de la ley, sino los principios mínimos de convivencia en la sociedad, con finalidades verdaderamente desconocidas e inidentificables, si es que pudieran tener alguna que no fuera una suerte de venganza contra la sociedad, y contra su propia familia por algún desconocido problema de infancia, que hubiera podido tener con sus padres o con sus hermanos en su niñez.
El texto de este boletín concuerda con el tiempo que el nuevo procurador general de la República y abogado de la nación tiene en el cargo; el problema está en que Daniel Cabeza de Vaca sustituye a otro procurador, Rafael Macedo de la Concha, quien estuvo en el cargo cuatro años, y que pasó por cierto haciendo promesas más o menos parecidas a las que el nuevo funcionario nos hace ahora a los mexicanos, para acabar con esta ofensa que se hace no solamente al pueblo de Chihuahua, sino a todos los mexicanos y a todos quienes en este mundo creemos todavía en los derechos humanos, y en el que la violencia más brutal se despliega cotidianamente en todas partes del planeta, sin que cause mayor sorpresa, puesto que tal parece que uno de los efectos secundarios que han dejado las conflagraciones bélicas en la conciencia de toda una generación que lo ha poblado después de la Segunda Guerra Mundial en todo el siglo pasado, y que envejecida ahora a principios del siglo XXI trata inútilmente de hacer valer los derechos humanos más elementales, desterrando la muerte y la tortura como sistema de vida, y como solución sin alternativa para la reconquista de las libertades que quizás existieron alguna vez y que se han ido perdiendo progresivamente, pararadójicamente, en la lucha que se despliega en demasiadas latitudes del planeta.
No existe, que sepamos, ningún esfuerzo que pudieran haber desarrollado las organizaciones de defensa de los derechos humanos, desde la Organización de las Naciones Unidas hasta la más modesta de las ONG, un esfuerzo que sistematice y clasifique el grado y la clase de violencia, según se cometa con "beneficios" que se obtendrían supuestamente a posteriori, gracias a la decisión para desencadenar el empleo de la fuerza en contra de quienes lo merecen según el decálogo moral y ético de los poderosos, que determinan en qué casos hay que otorgar condecoraciones y reconocimientos sociales, que les dan la personalidad y la categoría de héroes a algunos y sátrapas tiranos y dictadores a otros, que actúan, en el fondo, de manera muy similar a aquéllos.
Pero luego, cuando los héroes regresan a casa, al seno de una sociedad que les reconoce sin cortapisas sus méritos, por haber sabido administrar la violencia con valentía, y con el arrojo necesario para ganar las batallas, pero que en la otra lucha, que después tienen que emprender por conseguir y desarrollar un trabajo honesto y tranquilo, que les permita vivir en paz, a menudo se convierten en ejemplos difícilmente reconciliables con los principios necesarios para consolidar una familia y una comunidad en la que ya no son los instrumentos de la guerra los que la rigen sino la capacidad para crear y trabajar verdaderamente en paz y en libertad, trascendiendo en profundidad el nivel declarativo. Entonces, víctimas del temor a converse en antihéroes, y de la inseguridad, necesitan de las armas de la guerra, aun en la paz.
La violencia es violencia en cualquier parte del mundo en donde se despliegue, lo mismo en Irak que en Bolivia, en Sudán, en el Medio Oriente, en Ciudad Juárez o también en los campos de cultivo de estupefacientes, o dentro de los reclusorios, creados supuestamente para proporcionar alternativas de vida compatibles con principios de convivencia en sociedad, y también en las grandes concentraciones urbanas en donde, desde la frontera norte hasta los límites con Centroamérica, sin excluir Tijuana, Culiacán, Nuevo Laredo, Guadalajara o el Distrito Federal, la violencia se hace presente de muchas maneras y, si cabe decirlo, en muchos grados, aun cuando atentar contra la vida humana en nuestra modesta opinión es siempre igualmente violento, lo mismo si se trata de un solo asesinato que de varios o de muchos.
De todos modos, el problema en el fondo sigue siendo el mismo; por alguna razón, la sociedad moderna ha ido creciendo cuantitativamente, es decir, se ha hecho más grande, en más de un sentido, pero no se ha hecho mejor para los hombres, las mujeres y los niños que la integran, también en más de un sentido. Algo tenemos que hacer; es lo que desde luego se tiene que sacar como conclusión inmediata. Mucho más que boletines que solamente tranquilizan, si es que lo lograron en alguna medida, la conciencia de quienes los redactan y los distribuyen pero que en el terreno de la práctica y la realidad, no agregarán nada nuevo ni nada mejor a la sociedad. Hacemos votos porque los redactores de oficio que se dedican afanosamente a escribir estos salvavidas para los jefes de las instituciones encargadas de la responsabilidad de hacer justicia entiendan que no es este el camino para mejorar verdaderamente la seguridad de los hombres, las mujeres y los niños, no solamente de Ciudad Juárez sino de todo México; y qué bueno sería poder decir, sin pecar de ingenuidad, y de excesivo optimismo, también de todo el mundo.