Desafíos para frenar el armamentismo nuclear
Ampliar la imagen Pl�ca de l�res europeos sobre armas nucleares el 25 de mayo pasado FOTO Reuters
Lamentablemente hay ocasiones en que los foros multilaterales sólo tienden a reflejar, más que a subsanar, las profundas diferencias que existen sobre la manera en que se deben abordar las amenazas que afrontamos. La Conferencia de Examen del Tratado sobre la No Proliferación (TNP) de armas nucleares, que concluyó el viernes sin que se llegara a algún acuerdo sustantivo entre los estados partes, fue una de esas ocasiones.
Durante 35 años el TNP ha sido una de las piedras angulares de nuestra seguridad global. Con participación casi universal, éste se ha consolidado firmemente como una norma contra la proliferación de armas nucleares y ha ayudado a que no se cumplan las predicciones de que hoy día habría 25 o más estados con ese armamento. Pero hoy el tratado sufre una doble crisis de cumplimiento y confianza. Los delegados que participaron en esa conferencia, de un mes de duración y que se celebra cada cinco años, no pudieron dar al mundo ninguna solución a las graves amenazas nucleares que afrontamos todos. Y si bien concluir un acuerdo puede ser más difícil en un clima de crisis, es también en esos momentos que resulta más imprescindible hacerlo.
Quiero ser claro: el hecho de que en la Conferencia de Examen no se haya concluido acuerdo alguno no afectará el régimen basado en el tratado. La amplia mayoría de los estados partes reconoce sus beneficios duraderos. Pero no se puede eludir el hecho de que hay fisuras en cada uno de los pilares del tratado -la no proliferación, el desarme y el uso de la tecnología nuclear con fines pacíficos- y que cada una esas fisuras debe repararse con urgencia. Desde que se celebró la pasada Conferencia de Examen -en el año 2000- la República Democrática Popular de Corea ha anunciado su retirada del tratado y se ha declarado poseedora de armas nucleares; Libia ha admitido que durante años trabajó en un programa clandestino de armas nucleares y el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) ha detectado en Irán actividades no declaradas de enriquecimiento de uranio.
Es claro que el régimen basado en el tratado no ha seguido el ritmo de la tecnología y la globalización. Mientras alguna vez se consideró que la proliferación entre estados era lo único que preocupaba al tratado, las revelaciones de que Abdul Qadeer Khan y otras personas se dedicaban al tráfico generalizado de tecnología y conocimientos nucleares puso al descubierto la vulnerabilidad del régimen de no proliferación ante los agentes no estatales. Difícilmente los autores del TNP pudieron haber imaginado que tendríamos que trabajar incansablemente para impedir que los terroristas adquieran y usen armas nucleares y materiales conexos. Y si bien se han logrado progresos en materia de desarme, todavía hay en el mundo 27 mil armas nucleares, muchas de las cuales siguen en sistema de alerta instantáneo.
Al mismo tiempo, los organismos intergubernamentales ideados específicamente para abordar esos retos se encuentran paralizados. En Ginebra, la Conferencia de Desarme no ha podido convenir un programa de trabajo durante ocho años. La Comisión de Desarme de las Naciones Unidas ha pasado a ser un organismo cada vez más marginal, y no ha concertado ningún verdadero acuerdo desde el año 2000. La Conferencia de Examen ha demostrado no ser una excepción. Prácticamente las dos terceras partes de las actuaciones se consumieron en un debate sobre el programa y la logística, en lugar de discusiones sustantivas sobre la manera de reforzar el régimen de no proliferación de armas nucleares.
En mi discurso de inauguración de la conferencia, dije que el éxito dependería de estar a la altura de todos los peligros nucleares que amenazan a la humanidad. Advertí que la conferencia se estancaría si algunos delegados centraran su atención en sólo ciertas amenazas, en lugar de abordarlas todas. Algunos estados partes destacaron que la proliferación era un peligro grave, mientras otros afirmaron que los arsenales nucleares existentes nos ponen en peligro. Hubo quienes insistieron en que la propagación de la tecnología del ciclo del combustible nuclear plantea una amenaza inaceptable de proliferación, mientras otros respondieron que no se debe comprometer el acceso al uso de la tecnología nuclear con fines pacíficos.
En definitiva, lamentablemente las delegaciones perdieron la oportunidad de respaldar los méritos de todos esos argumentos. A resultas de ello no pudieron lograr adelantos en materia de seguridad respecto de ninguno de los peligros que afrontamos.
Entonces, ¿cómo podemos superar esa parálisis?
Cuando fallan los foros multilaterales, los dirigentes deben asumir el liderazgo. El próximo septiembre más de 170 jefes de Estado y de gobierno concurrirán a Nueva York para aprobar un amplio programa previsto para lograr progresos en el desarrollo, la seguridad y los derechos humanos para todos los estados y todos los pueblos. Los desafío a que rompan el estancamiento que plantean los retos más apremiantes en la esfera de la no proliferación nuclear y del desarme. De no hacerlo, sus pueblos preguntarán por qué, en el mundo de hoy, no pudieron encontrar fundamento común para la causa de disminuir la amenaza que las armas nucleares plantean a nuestra existencia.
A fin de revitalizar el TNP habrá que adoptar medidas en muchos frentes. Para reforzar la verificación y aumentar la confianza en el régimen, los dirigentes deberán convenir que el Protocolo Adicional del OIEA sea la nueva norma para verificar el cumplimiento de los compromisos en materia de no proliferación. Los dirigentes deben encontrar modos de reconciliar el derecho al uso de la energía nuclear con fines pacíficos con el imperativo de la no proliferación.
El régimen no se podrá sostener si decenas más de estados desarrollan las etapas más sensibles del ciclo del combustible y se equipan con tecnología para producir armas nucleares en un breve lapso. Una primera medida sería crear incentivos para que los estados abandonen voluntariamente el desarrollo de instalaciones del ciclo de combustible. Encomio al OIEA y a su director general, Mohamed El Baradei, por su empeño en lograr el consenso sobre esta cuestión vital, e insto a los dirigentes a que se sumen a él en esa misión.
Los dirigentes también deben dejar de lado la retórica al abordar la cuestión del desarme. Es indispensable negociar pronto un tratado que prohíba a todos los estados la fabricación de material fisionable. Todos los estados también deben afirmar su compromiso a una moratoria de los ensayos y a la pronta entrada en vigor del tratado de prohibición completa de los ensayos nucleares. Espero que los dirigentes habrán de meditar seriamente sobre qué más pueden hacer para reducir irreversiblemente el número y el papel de las armas nucleares en el mundo.
La adopción de compromisos audaces en la cumbre de septiembre dará nueva vida a todos los foros encargados del desarme y la no proliferación. Se reducirían todos los riesgos que afrontamos: accidentes nucleares, tráfico, uso por terroristas y uso por los estados mismos. Es un programa ambicioso y, para muchos, probablemente abrumador. Pero las consecuencias del fracaso son todavía más abrumadoras. Las soluciones están a nuestro alcance, sólo debemos extender las manos.
*El autor es el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas