Futuro mexicano: seguridad pública
En Lógica casi esquina con Geometría fue abandonada el pasado 29 de mayo una caja envuelta con papel de regalo impreso con cientos de imágenes del gato Garfield. Tal vez el punto de entrega no fue una casualidad. Quizá cuando escogieron precisamente esa esquina de la colonia Las Palmas, en Ciudad Netzahualcóyotl, los empaquetadores buscaban llamar la atención sobre la habilidad y precisión con que pudieron acomodar pulcramente el cadáver de un hombre maniatado, que fue lo que encontraron los vecinos cuando abrieron el vistoso paquete (Reforma, 30/5/05). Sería éste un gesto más de soberbia criminal con el que se nos hace saber que asesinos y ladrones están mejor organizados y son más profesionales que los responsables de la seguridad pública, tanto en el ámbito federal como en el local.
Por las fechas de entrega del susodicho paquete bien podían imaginar los vecinos que no lo habían traído el Niño Dios ni los Reyes Magos. Es muy probable que no sospecharan que en el envoltorio iban a encontrar un muerto. Pero de ahora en adelante habrá que abrir con mucho cuidado ese tipo de regalos porque ya sabemos que pueden contener un nuevo mensaje respecto a los progresos de la violencia en nuestro país. Este tipo de señal también apunta hacia la aparente impotencia de funcionarios que van y vienen, cuyos movimientos dentro de las estructuras de gobierno responsables de estos problemas han resultado en una inestabilidad que sólo favorece a las organizaciones criminales.
Desafortunadamente, los tiempos que corren no son sólo los de la política democrática; también son los de una ola creciente de criminalidad, vinculada o no con la extensión de las redes del narcotráfico, pero vigorosa y hasta ahora intratable. Ni la derecha ni la izquierda han sabido responder a un fenómeno que nos amenaza a todos y del que las autoridades de uno y otro signo prefieren no hablar. Parecen completamente confundidas e incapaces de distinguir entre lo que es un acto de aplicación de la ley y un acto de represión, y da terror pensar que tampoco puedan diferenciar entre criminalidad y política. Ni la izquierda ni la derecha quieren ser acusadas de represoras, y parece que para no equivocarse prefieren dejar que todo ocurra en nombre de las libertades individuales, pero en el camino lo único que han logrado es el imperio de la impunidad.
No obstante, políticos y gobernantes tienen que saber que no basta con no hablar del tema para hacer que desaparezca de las preocupaciones públicas. El tema se impuso nuevamente en estos días a raíz de las desacertadas declaraciones de la Presidencia de la República en relación con las muertas de Juárez. Era ineludible. En días recientes la opinión pública fue informada de nuevas desapariciones y asesinatos en Ciudad Juárez, sólo que ahora las víctimas fueron dos menores de edad. Las autoridades aseguran que ha sido resuelta buena parte de los asesinatos que en los últimos 10 años han colocado a Ciudad Juárez en las primeras planas de los periódicos y en informativos y editoriales de la prensa extranjera. Hasta la muy representada Monólogos de la vagina, obra de teatro bastante equívoca en cuanto a la defensa de las mujeres, incluye desde hace tres años una larga referencia a las muertas de Juárez que son hoy en día, quiéranlo o no las autoridades, un dramático símbolo, tanto de la violencia impune en contra de las mujeres, como de la incapacidad de las autoridades para lidiar en general con el crimen en México.
El problema que enfrentan gobernantes y políticos es que la información oficial ha sido insuficiente para combatir la espiral de incredulidad que está arrastrando su comunicación con la opinión pública. Las declaraciones oficiales, incluidas las de Andrés Manuel López Obrador sobre este asunto en la capital de la República, son rápidamente desmentidas por nuevas noticias e imágenes de crimen y violencia, como la que nos ofreció el cruce de Lógica y Geometría, que ahora está asociado más a la irracionalidad del crimen que al pensamiento cartesiano.
Los aspirantes electorales de 2006 tienen que tratar de frente los temas de seguridad pública. Decirnos cómo los ven; tienen que explicarnos si entienden la seguridad de las mujeres como el problema de un grupo de la población o como uno de los aspectos de un asunto que afecta a todos los mexicanos. Deben decirnos qué se proponen hacer para detener esta ola. Eso nos importa más que su opinión acerca de sus contrincantes, porque para hablar mal del prójimo, francamente, no necesitamos candidatos presidenciales.