Usted está aquí: viernes 3 de junio de 2005 Opinión Megalópolis, ciudades enfermas

Gastón Castellanos

Megalópolis, ciudades enfermas

La ciudad de México y las áreas colindantes constituyen una enorme masa urbana que la ubica en los primeros rangos de las megalópolis. Nadie menosprecia el valor histórico y cultural de la antigua Tenochtitlán y la belleza austera y colonial del Centro Histórico, y por cierto, hay que reconocer la loable labor de su renovación integral.

Tenemos motivos para estar orgullosos de la riqueza arquitectónica, fusión de lo antiguo y lo moderno, y del vertiginoso dinamismo de esta gran metrópoli, donde convergen todos los poderes y late el corazón del país.

Ahora bien, en la Agencia de Población de las Naciones Unidas se estimaba que en el año 2000 alrededor de 52 por ciento de la población mundial (6.2 mil millones de personas) vivía en áreas urbanas y más de 2 mil millones de este sector correspondía al tercer mundo.

Citemos algunos ejemplos: París y su área urbana tienen una densidad demográfica (DD: habitantes por kilómetro cuadrado) de 3 mil 539, siendo 26 veces mayor en el perímetro de la ciudad; Nueva York tiene una DD de 10 mil 202; Londres alcanza una DD de 8 mil 663; la DD de Shangai es de 8 mil 265 y la de Sao Paulo es de 7 mil 117. Se estima que en 2005 la población de la zona metropolitana del valle de México, que comprende el Distrito Federal y 34 municipios conurbados, es de 18 millones de personas, y la DD del Distrito Federal es de 5 mil 940. México cuenta con un vasto territorio, aunque mutilado a raíz del Tratado de Guadalupe, y lamentablemente se observa una notoria desigualdad en asentamientos humanos. Los estados más grandes, Chihuahua y Sonora, tienen una DD de 13; la de Yucatán es de 46, la de Baja California de 35, y la de Baja California Sur es de 6.

Cabe preguntarse: ¿ha habido acaso una adecuada política de población y ordenamiento territorial que proteja la soberanía, o ha sido el curso de la historia, la geografía, el clima o la miopía hacia el futuro, lo que influyó en la disparidad de los centros urbanos, en especial el contraste entre la macrocefalia central y el raquitismo que prevalece en muchas zonas del país?

Numerosos estudios referentes a los procesos de urbanización señalan los parámetros óptimos de crecimiento social, político y económico de las ciudades, solamente hasta cierto nivel, más allá del cual confrontan efectos adversos, contraproductivos, que pueden desencadenar cierto grado de alienación; es decir, un serio deterioro de la calidad de vida de la ciudad.

Nosotros estamos inmersos en los graves problemas sicosociales que afrontan las ciudades gigantes. Basta citarlos, aunque son ampliamente conocidos: la inseguridad pública, la delincuencia, el crimen y el narcotráfico organizado (ante un gobierno desorganizado), la violencia y sobrepoblación de reclusorios. De igual magnitud son los niveles de desempleo y de pobreza suburbana, marginación, exclusión, vandalismo, etcétera.

A los enormes retos de infraestructura, vivienda, áreas verdes, red educativa y de salud, se suman los inherentes al transporte y tránsito, que obligan a la población a realizar una agobiante odisea cotidiana. La contaminación ambiental es un importante problema de salud pública, aunque se presta poca atención a los expertos y se dispendian recursos a grupos seudoecologistas.

Es imprescindible subrayar el impacto del estrés urbano, al deambular en un laberinto de cemento y acero, sobre la salud física y mental de los habitantes, que provoca un mayor índice de infartos, hipertensión arterial, alcoholismo, drogadicción, depresión, suicidio y una gama de trastornos emocionales que afectan a niños y adultos.

Resulta atractivo utilizar como propaganda el lema Ciudad de la esperanza, máxime cuando hay obras y programas de orientación social, pero la única esperanza es lograr la descentralización para frenar el crecimiento caótico de la mancha urbana que asfixia al valle de México y perjudica a todos. Esto no se va a resolver por decreto, sino con una firme decisión del gobierno y la sociedad para crear fuentes de trabajo en otras regiones ávidas de inversión y desarrollo. Esta tarea corresponde a un cabal federalismo, que mucho se discute y poco se conocen los resultados. El tiempo corre y se agota la paciencia de los ciudadanos.

 
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