Usted está aquí: viernes 3 de junio de 2005 Cultura Cervantes y la deconstrucción

José Cueli

Cervantes y la deconstrucción

Desde que escribe el prólogo de El Quijote, Miguel de Cervantes se descoloca, por voluntad propia, tanto de la posición de autor como de la de padre. Y sobre la paternidad expresó: ''aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote, no quiero (...) suplicarte (...) como otros hacen (...) que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieras, pues (...) tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío".

En este punto, Cervantes ya deja claro que sus obras se estructurarán de acuerdo con una visión no patriarcal de la identidad. El cuestionamiento de la autoridad se perfila en el primer capítulo, en el que la historia de Don Quijote se vislumbra como el producto de autorías diversas en versiones divergentes. Vemos en ello la pertinencia de la aseveración de Miguel de Unamuno al decir que el lector de El Quijote se encuentra con dos novelas superpuestas. Se hace asimismo evidente el movimiento de los personajes del aparente centro hacia la marginalidad.

Más adelante aparece como escenario el Toledo de Carlos V, ciudad fortificada que ejemplifica el tema centralizante e inmovilizador del Estado moderno.

Cervantes, con tal planteamiento, denuncia con una lucidez sorprendente el asunto de la violencia del poder basada en la centralidad y la fijeza del logofonocentrismo al que se aferrará toda la cultura de Occidente apuntalada en la metafísica tradicional.

Personajes y discursos que se desdoblan, descentramiento de la razón y la certidumbre, cuestionamiento sobre la paternidad, la autoría, el centro y el margen aparecen en Cervantes, quien con estos planteamientos se coloca desde hace 400 años como un precursor de la deconstrucción preconizada por Jacques Derrida.

Tanto la obra cervantina como el pensamiento de Derrida resultan ser obras en constante transformación, huyendo de un querer-decir (sentido) permanente e inamovible. Ambas obras comparten lo que el filósofo francés sentencia con rigor: que la filosofía ha olvidado su condición de lenguaje entendido como complejo sistema de cadenas abiertas de términos indecidibles (más que de signos, de series significantes que nunca remiten a un origen, a una presencia) lo que la ha llevado a constituirse en una metafísica de la presencia, que pretende las verdades absolutas recurriendo al discurso oral en detrimento del escrito, de la escritura interna.

Esta postura ha impedido que la filosofía pudiera acceder a la inmensa riqueza, al gran caudal que un discurso abierto implica, como el expresado en El Quijote, en El retablo de las maravillas o en cualesquiera de los entremeses cervantinos.

Enlace entre Cervantes y Derrida, quienes por la misma senda, a 400 años de distancia pretenden destacar que el texto escrito nos aleja de la presencia del autor y del lector, facilitando la multiplicidad de interpretaciones y con ello la apertura a nuevos sentidos, que a su vez nos remitirán a otros tantos, es decir, potenciación en la búsqueda de huellas que conforman lo que Derrida llama la ''archi-escritura" (o escritura que tacha el origen), condición de la posibilidad del lenguaje como ''sistema" articulado, abierto, vivo. Es así como Derrida y Cervantes nos sitúan ante otra forma de interpretación de la experiencia de la alteridad, de lo otro, huyendo ambos de la centralidad y la estática.

 
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