Convulsas aguas profundas
En unos segundos el planeta se enteraba de que "una coalición abigarrada y contradictoria de ultraderechistas, soberanistas de derecha, comunistas, trotskistas, antiglobalizadores y socialistas disidentes se impusieron al sistema político, económico y mediático francés con un rotundo no a la Constitución Europea", editorializó El País: la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas.
Que Francia y Europa misma entraban en una crisis de magnitud imprevisible fue la primera impresión que vivieron europeos y no europeos. La sensación se reforzó con el voto holandés. Y ahí viene Dinamarca, República Checa y Luxemburgo. Luego las percepciones se multiplicaron: Europa por ahora no tiene Constitución, pero la Europa comunitaria no desaparecerá.
Al designar a Dominique de Villepin como primer ministro, Jacques Chirac admitió lo que mostraban diversos estudios: el no se impuso donde hay paro y el principal problema de Francia es el desempleo. "Tenemos que ganar la batalla del empleo", expresó, como se dice en un cuento de hadas. De Villepin prometió "devolver la confianza" a los franceses en los primeros 100 días de su mandato. El desempleo será el objetivo principal del nuevo gobierno y el primer ministro se encargará del problema "personalmente", como si ignorara que en economía la magia no existe.
"Ganó el miedo", se repite hoy en toda Europa. La "deslocalización" de empresas hacia las áreas más pobres de la Europa comunitaria y la movilización de trabajadores dispuestos a trabajar en los países más desarrollados por una fracción del salario medio europeo actual, decidieron la suerte del proyecto constitucional. La economía derrotó a la política, es decir, la sociedad del pueblo llano le ganó la partida a los políticos, hoy más que nunca despegados de la sociedad.
¿Pero fue un triunfo verdadero? No. La "deslocalización", como la refieren los franceses, y la movilización de trabajadores desempleados en la Europa cuasi subdesarrollada, dispuestos a trabajar por salarios mínimos, ocurrirá con Constitución o sin ella. The economy, stupid, eslogan del equipo de la campaña de Bill Clinton, es el quid de fondo. En la superficie están todos los enredijos de personajes, de partidos y partiditos de todas las orientaciones ideológicas. Realidades más contundentes están aguas abajo.
Tony Blair evitó pronunciarse directamente sobre la contundencia del no francés, pero afirmó con razón que el debate no es la Constitución, sino el futuro de las economías europeas y cómo fortalecerlas para afrontar la competencia de países terceros (léase Estados Unidos y China). La hora de asumir la verdad, para Europa, ha llegado.
La historia europea que estamos viendo comenzó a fines de los años 60 y principios de los 70, cuando el perfil tecnológico nacido con la revolución industrial del siglo xviii, llegó a su fin, y el capitalismo hubo de desplegar nuevamente todas sus inmensas fuerzas de recuperación desatando la mayor revolución tecnológica de todos los tiempos. Revolución aún en sus prolegómenos.
Europa, por hoy, no está ni social, ni política, ni tecnológicamente preparada para enfrentar la competencia del torbellino de la revolución tecnológica estadunidense y, en menor medida, las transformaciones epocales en el extremo oriente. China absorbe a velocidad meteórica tecnologías, y al mismo tiempo paga como salario una fracción minúscula del más pobre de los asalariados europeos.
Entretanto, la sociedad europea occidental añora su antiguo Estado de bienestar y busca defender -estérilmente-, sus conquistas históricas. Es decir, hace reclamos socialmente justos, que la colocan en el peor de los mundos posibles. No puede Europa con la velocidad de los cambios tecnológicos, y carga al mismo tiempo el mayor costo de producción: las conquistas históricas a las que no está dispuesta a renunciar; entretanto mantiene altísimas tasas de desempleo. Europa tendrá que negociar su alianza atlántica en condiciones de debilidad.
Nada está escrito, por supuesto, pero los desenlaces históricos fundamentales ligados a la actual revolución científico-tecnológica, se hallan aún en un lejano futuro.
Falta saber qué pasará en el largo plazo con Estados Unidos frente a China. Por lo pronto, Estados Unidos dispone de un muy holgado plazo, debido al considerable retraso de la educación y la investigación chinas. Pero el excedente que la clase dirigente china extrae a sus trabajadores y que lo devuelve a la propia sociedad, como creciente capacitación y acumulación de capital, acabará por construir una sociedad altamente desarrollada.
De otra parte, falta saber en qué momento de la meteórica modernización china, su propia gente hará su reclamo democrático y el país vivirá su primera gran crisis de modernización y tenderá entonces a igualar condiciones con el mundo desarrollado de hoy.
Una oscura incertidumbre nos rodeará por muchos años, mientras el desarrollo tecnológico seguirá su marcha desarticulando y enmarañando al planeta.