Usted está aquí: viernes 10 de junio de 2005 Opinión El reto de Abascal

Gabriela Rodríguez

El reto de Abascal

Al aceptar el cargo de responsable de la política interna de México, Carlos María Abascal enfrenta uno de los retos más duros que un político honesto puede vivir: demostrar congruencia.

Siendo egresado de la Escuela Libre de Derecho y experto en Relaciones entre el poder temporal y el poder espiritual, tal como tituló su tesis de licenciatura hace más de 30 años, está en una posición que le exige, ahora más que nunca, gobernar desde el derecho y poner entre paréntesis sus creencias personales.

A tres siglos del comienzo de la separación entre la Iglesia y el Estado, hay que reconocer que ésta ha sido estructural para la formación de las sociedades democráticas, al menos en Occidente. El sufragio universal pone en obra y en escena la soberanía humana: el hecho de que no es Dios sino los ciudadanos los autores de sus condiciones de existencia, quienes eligen libremente a sus representantes, quienes van a determinar estas condiciones por medio de la legislación. La mujer y el hombre democráticos quieren en principio crear el marco de su vida a fin de poder luego vivir más libremente. En los regímenes prerrepublicanos la religión representaba la heteronomía colectiva, la institucionalización de una verdad objetiva que todos y todas debían reconocer y a la cual debían someterse; en tanto la República sostiene la autonomía colectiva, con la cual la religión se ha vuelto espacio privado e individual, así como ejercicio de la libertad.

El nuevo lugar de la religión ha favorecido procesos de transformación cultural y de construcción de nuevos sujetos morales. Esto se ilustra, ejemplarmente y con nitidez, en la gran dimensión que ha cobrado la transición demográfica de México. En 30 años de una sostenida política de población el promedio de hijos por mujer pasó de 6 a 2.2 y la proporción de madres menores de 20 años se ha reducido a la mitad. Estas nuevas prácticas reproductivas ocurren mientras permanecen las creencias: 87.5 por ciento de los y las jóvenes afirman en la Encuesta Juventud 2000 su creencia en la Virgen de Guadalupe y en el pecado. En la cabeza del sujeto contemporáneo las ideas religiosas no están relacionadas con el uso de los anticonceptivos ni el condón, y se viven como un ejercicio de las libertades individuales. El cambio ha sido favorecido por la revolución sexual y las industrias culturales, y se ha instrumentado desde las instituciones educativas y de salud apoyadas en lo que se ha constituido como una auténtica política de Estado: gobiernos van y gobiernos vienen, partidos pierden y otros ganan, mientras dichas instituciones no han dejado de cumplir, de extender servicios de educación sexual y salud reproductiva, tal vez la única política del país con un patrón de continuidad que ha trascendido los programas sexenales.

Como presidenta del Consejo Consultivo Ciudadano para la Política de Población, espero que el nuevo secretario de Gobernación, que es también el nuevo presidente del Consejo Nacional de Población, será un firme defensor de esa política de Estado. Porque al separarse cada vez más de toda opinión religiosa, el Estado descubre con mayor claridad su razón de ser: la protección y la puesta en práctica de los derechos de hombres y mujeres.

La distinción teórica entre poder espiritual y poder temporal hoy se sustituye por la separación entre poder secular -Estado laico- y sociedad diversa. Sin duda, la laicidad del siglo XXI enfrenta retos diferentes a los que le dieron origen y confirma la complicada relación entre la instancia política y la instancia religiosa. Nos hace ver el profesor Pierre Manent que en la evolución reciente la gente ha salido de un mundo donde la religión era "estructurante" y ha entrado a otro donde las religiones siguen existiendo, pero dentro de una forma política y dentro de un orden colectivo a los que ya no determina. Mientras las creencias permanecen, disminuyen las prácticas religiosas, declinan las vocaciones sacerdotales y se empobrece la autoridad del magisterio. El cambio no está tanto en lo cuantitativo como en la transformación del sentido de la religión para los propios adeptos; no es que sean menos creyentes sino que son diferentes: han pasado de la tolerancia al pluralismo.

Resignarse a la existencia de personas que no piensan como uno y legitimar otras creencias como el vínculo con la propia creencia, eso es el pluralismo, admitir la libertad del otro sin excluir la idea de que son posibles otras convicciones. El creyente actual no busca la verdad universal, sino que elige su verdad para elegirse a sí mismo, para definir su identidad subjetiva; no busca convencer a los demás pero tampoco admite censura a sus posiciones, porque eso se vive como una agresión contra su persona.

La religión está absorbida dentro de la democracia y el laicismo ha sido el más fiel compañero de la idea de la República. En otras palabras, el espíritu democrático ha penetrado en el interior del espíritu de la fe.

www.afluentes.org

 
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