El dilema ineludible del PRD
Surgido como un partido de izquierda luego de las elecciones de 1988, el PRD parece vivir hoy sus últimos días, cuando su jefe máximo declara ser "un hombre de centro", fijando así su postura ideológica para competir en la próxima contienda electoral.
Como parte de un escenario de incongruencias, llama la atención el reciente discurso de Pablo Gómez manifestando su rechazo a una candidatura de centro para el Gobierno del Distrito Federal, cuando el partido entero se mueve hacia el centro siguiendo órdenes superiores. ¿Por qué tal tendencia es condenable para la ciudad de México, pero no a escala nacional?
Las incongruencias no paran allí; la creación misma del PRD, como un partido comprometido con la democracia, respondió a la necesidad de ofrecer una alternativa al autoritarismo tradicional del PRI, en el que las decisiones y acciones importantes dependían de un solo hombre, el Señor Presidente de la República. Los principios democráticos, al igual que la ideología de izquierda, son hoy letra muerta en el PRD. La dirección nacional del partido recibe órdenes del jefe máximo y las transmite a las direcciones estatales, y éstas, a su vez, a las bases, de las que se espera actúen como tropa asalariada.
El PRD de 2005 se parece mucho al PRI de 1987, con una sola diferencia: el jefe máximo del PRI era el presidente de la República, el del PRD se siente presidente de la República, aunque, de hecho, no sea aún candidato. Esta visión se está reflejando de manera muy clara en la firme negativa del jefe de Gobierno a abrir una discusión en torno a su Proyecto alternativo de nación y el proyecto Un México para todos de Cuauhtémoc Cárdenas. Su rechazo al debate corresponde al comportamiento de quien se siente triunfador en un proceso electoral y piensa que no vale la pena perder el tiempo en esfuerzos de poca importancia.
Este tipo de conductas refleja por sí mismo desdén y autoritarismo, pero resulta inconcebible en un partido abierto a la discusión de las ideas. La negligencia de la dirigencia actual del PRD, para convocar a la discusión de un proyecto de gobierno, como preámbulo al proceso prelectoral de selección de su candidato a la Presidencia, da cuenta de la sumisión y el autoritarismo que privan hoy en el partido.
¿Cómo ha sido posible llegar a esta situación? Mi impresión es que ello ha sido consecuencia de un deterioro gradual, generado por el pragmatismo y la falta de visión y de principios de las últimas dirigencias nacionales del partido, que permitieron e incluso indujeron el desplazamiento de cuadros ciudadanos comprometidos con los principios del PRD, sustituyéndolos por grupos corporativos que aseguraban volúmenes supuestamente atractivos de votos, pactando su ingreso al partido a cambio de acceso a puestos con remuneraciones y prerrogativas importantes.
En esta nueva realidad, las estructuras del partido, o una buena parte de ellas, quedaron listas para aceptar el control de quien les represente mayores ventajas y posibilidades de acceso a tales puestos, por el solo hecho de estar arriba en las encuestas. Quienes tienen hoy la palabra para rescatar y definir los destinos del partido son, en buena medida, las bases y sus miembros más antiguos. Sus opciones parecen ser cada día más claras. Aceptar el liderazgo de quienes tienen secuestrado al partido o manifestar su rechazo a todo lo que este nuevo liderazgo significa.
Es en este escenario, como en el de 1987, que la posición de Cuauhtémoc Cárdenas toma forma y validez, representando a la izquierda y a las fuerzas democráticas del país, como una cuarta opción frente al descrédito político en torno al PRI y al PAN, pero también frente a los riesgos que representa López Obrador y su equipo de trabajo. El reto no es pequeño, como tampoco lo fue cuando se enfrentó con Salinas y sus colaboradores en 1987. Cárdenas es hoy un hombre de más edad, pero también de más experiencia, y sobre todo Cárdenas es un personaje a quien la historia reciente le ha dado la razón, y eso pesa mucho en un número importante de mexicanos.