Usted está aquí: domingo 12 de junio de 2005 Opinión MAR DE HISTORIAS

MAR DE HISTORIAS

Cristina Pacheco

Cenizas

Cuando hace calor me resulta más difícil dormir, el cuerpo me estorba y las sábanas me agobian. A veces no tengo fuerzas ni para levantarme. Esta noche logré hacerlo. Abrí la ventana y me senté en el sillón a esperar el amanecer.

El Avispero estaba muy tranquilo. Imaginé que ese mismo silencio lo ocupará cuando todos nos hayamos ido. Seré la última, porque como soy la encargada me corresponde entregar el edificio. Tendré que despedir a todos los inquilinos y después me quedaré sola. ¿Por cuánto tiempo? Un día o una semana serán para mí un infierno.

Pensaba en eso cuando oí golpes en el zaguán. Como los perros no ladraron saqué mis conclusiones:

Ha de ser algún inquilino que olvidó la llave.

Volvieron a escucharse los golpes. Desde el 202 Cata me gritó:

Doñita: ¿no oye que están tocando?

Le respondí lo que le digo cuando ocurre algo semejante:

No estoy sorda y además no tengo alas en los pies.

Mientras bajaba volví a pensar en la soledad que me espera. Entonces nadie tocará a la puerta ni gritará y yo no tendré a quién decirle que no tengo alas en los pies. Abrí y me sorprendió ver a Karen. El domingo anterior, cuando subió a encargarme las llaves de su departamento porque se iba de viaje, me informó que no sabía cuándo iba a regresar.

Como broma le pregunté si ya la habían contratado para una película. Levantó los hombros y me sonrió con fastidio:

Doñita: vamos dejándonos de cuentos.

Comprendí a qué se refería y le dije:

Ten mucho cuidado de con quién te metes: hay locos que están matando mujeres. Me he vuelto supersticiosa y temí que mis palabras le atrajeran una desgracia: No es que te desee nada malo, al contrario...

Karen se arrojó en mis brazos y me preguntó lo que menos esperaba:

¿Deveras le importa lo que pueda sucederme? No supe qué contestarle. Está bien. Mejor no diga nada.

La acompañé a subirse a un taxi: Vete sin pendiente y acuérdate de lo que te dije.

El taxista arrancó y sólo vi la mano de Karen despidiéndose por la ventanilla. Desde ese momento hasta hoy por la noche, cuando volví a verla, recé por ella. La noté demacrada y me ofrecí a cargarle el veliz. No aceptó. Miré la caja de cartón que traía:

Por lo menos deja que te ayude con eso.

Retrocedió:

No está pesada, puedo subirla. Mejor vaya por mis llaves.

Cuando regresé al 501 sólo vi la maleta de Karen. Imaginé que estaba en la azotea y subí a buscarla. La encontré frente a la jaula de Rambo y Killer. Al sentirme llegar dijo:

Ya lo pensé bien: cuando me vaya me llevaré a estos perritos. ¿Cree que los vecinos se opongan? Tocó la caja de cartón que tenía a su lado: A mi hermana le hubiera gustado que lo hiciera.

Comprendí que Karen había ido a visitar el cementerio donde está enterrada su gemela, pero no se lo dije. Preferí esperar a que decidiera contármelo y sólo le pregunté si había cenado. Se alegró:

En la terminal, de regreso. Me tocó el mismo mesero que cuando volví sola después de que enterré a mi hermana. El tipo recordaba algo que yo había olvidado: aquella vez le pedí dos órdenes porque aún no me acostumbraba a que Jacqueline ya no estuviera conmigo. Se lo expliqué y él lo entendió muy bien. Es raro pero a veces los extraños nos comprenden mejor que los conocidos.

Karen se recargó contra la tela metálica de la jaula.

Estás cansada. ¿Por qué no bajas y te duermes un rato?

Me respondió:

No tengo sueño y además debo aprovechar para ver el cielo desde aquí, porque después ya no podré hacerlo, Levantó la cabeza hacia mí: ¿Ya le dijeron cuándo comenzarán la demolición?

Le repetí lo que ella y todos sabíamos:

No, pero el arquitecto Montesinos sigue con que tenemos que desocupar a principios de octubre.

Karen encendió un cigarro:

¿Y por qué demonios precisamente en esa fecha?

Me costó trabajo responderle:

Porque se supone que entonces acaba la temporada de lluvias: será la última que vea en El Avispero. Me acerqué al pretil y miré hacia abajo: Desde que llegué a trabajar aquí siempre he creído que la lluvia cae con más fuerza en nuestro patio.

Karen apagó el cigarro y me alcanzó:

Adora este lugar, ¿verdad?

Le confesé lo que no le había dicho a nadie:

No sé si tendré fuerzas para ver cuando caigan los techos, las paredes, las escaleras. Imagínate: este edificio, tan antiguo y tan bonito, quedará convertido en un montón de escombros. No podía ver bien a Karen pero adiviné su gesto: Creo que me estoy volviendo loca. Me preguntó de dónde sacaba semejante ocurrencia. Le revelé otro secreto: A todas horas cierro los ojos y le pido a Dios que tome entre sus manos El Avispero y lo ponga en otro lugar, donde a nadie se le ocurra tirarlo. La oí reír pero no me extrañó, porque a veces yo también me río de mis locuras.

Karen volvió a las jaulas y se quedó mirando a los perros, que ya dormían:

Espero que no se vaya a ofender: me reí porque me di cuenta de que usted y yo nos parecemos mucho, aunque yo sea lo que soy...

Le dije que yo no juzgo a nadie y le pedí que me aclarara sus palabras: Las cosas nos duelen en la misma forma. Desde que murió Jacqueline me obsesionó la idea de que se iba descomponiendo poco a poco, metida en el agujero donde tuve que enterrarla. Se acarició la frente: A veces, cuando me maquillaba ante el espejo, sentía que mi cara también se estaba corrompiendo. Hubo noches en que, mientras algún tipo se movía encima de mí, yo pensaba: "Pobre imbécil: no sabe que está metido en un cuerpo que se va desbaratando".

Karen no pudo evitar el llanto. Imaginé su martirio y me atreví a darle un consejo:

No puedes seguir así: pídele ayuda a un médico, al padre Castorena, a una bruja, a quien sea: alguien que pueda sacarte esos pensamientos de la cabeza. La tomé del brazo y me rechazó. ¿Comprendes lo que quiero decirte? Anda, prométeme que harás algo...

Karen dejó de llorar y su voz se escuchó serena:

Ya lo hice: le pagué al enterrador para que me ayudara a exhumar los restos de mi hermana. Al principio no quería, pero cuando le hablé de mis visiones, entendió y se ofreció a llevarme con unos compadres suyos que trabajan en una fundidora.

Imaginaba lo sucedido, pero quería estar segura:

¿Qué hiciste con los restos de tu hermana?

Tardó en responderme:

Los incineré. No tardó mucho pero me pareció una eternidad. Se hincó frente a la caja de cartón: Aquí guardo las cenizas. Voy a esparcirlas para que se las lleve el viento. Alargó los brazos y miró al cielo: Las cenizas volarán. No sé hasta dónde, pero siempre llegarán mucho más lejos de donde mi hermana gemela pudo ir. Bajó los brazos y giró hacia mí: ¿Le parece una locura creer eso?

No veo por qué me lo preguntas si, como dijiste, nos parecemos tanto en la manera de querer y de extrañar.

Seguí hacia la escalera. Karen me detuvo:

¿Usted hubiera hecho lo mismo? No esperó mi respuesta: No diga nada; ya lo sé.

 
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