¿LA FIESTA EN PAZ?
Algo más de Gallito
MIENTRAS EL ZOTOLUCO -muchos años víctima y los cinco recientes cómplice del sistema taurino que en México está acabando con la fiesta de toros- recibió el miércoles un trofeo por parte de una bien intencionada radiodifusora que lo acredita como el triunfador de la pasada temporada grande en la plazota, resulta más reconfortante abundar sobre el fenómeno José Gómez Ortega.
JOSELITO O GALLITO, doble diminutivo por ser el menor y más precoz de la dinastía de los Gallos, que con el padre Fernando, y luego con el hermano y tutor Rafael, alcanzara fama internacional, ya que estos últimos vinieron y triunfaron en México, mientras que Joselito la pensó dos veces y prefirió no pisar tierras aztecas, no obstante su maestría en los tres tercios. Si en España el Indio Gaona toreaba como toreaba, ¿qué pasiones y presiones no sería capaz de desatar en su propia tierra?, debió pensar. La guerra sucia dentro, pero sobre todo fuera del ruedo que el menor de los Gallos -gitano por parte de su madre, la Señá Gabriela- le venía haciendo a Rodolfo en la península, provocó en José múltiples conjeturas que prefirió mejor no averiguar en el país de los indios.
LOS REPETIDORES DE lugares comunes sostienen que Gallito no vino a México debido a la prohibición del presidente Carranza de celebrar corridas de toros en la capital, sólo que José tomó la alternativa en septiembre de 1912 y el decreto que prohíbe los festejos taurinos en la capital apareció hasta julio de 1917. Así, por lo menos en las temporadas de 1912 a 14 bien pudo Gallito haber refrendado su maestría y celo en ruedos mexicanos, como lo hizo Belmonte en 1913, sin mayores precauciones, pues su sentido de la competencia nunca recurrió a las artimañas de Gallito.
PERO LO QUE historiadores sesudos no quieren ver es que a Joselito no sólo lo mató el toro Bailaor, de la viuda de Ortega. A José de algún modo lo mataron también ocho agotadores años de mangoneo implacable sobre empresas, ganaderos, toreros y crítica; el reciente fallecimiento de su madre -enero 25 de 1920-, la insoportable frustración de no poder formalizar su noviazgo -por los prejuicios raciales en boga- con Dolores, hija del aristócrata criador de reses bravas Felipe de Pablo Romero; las desenfadadas despedidas y regresos al ruedo de su hermano Rafael, El Divino Calvo; los veleidosos públicos cada vez más de uñas ante su difícil facilidad frente a los toros, y los alardes retadores de su cuñado Sánchez Mejías, entre otras causas, al grado de que sus éxitos ya no mitigaron su profunda, creciente soledad.
NO OBSTANTE QUE en la temporada de 1919 José decidió disminuir el número de actuaciones, perdió 24 corridas al ser corneado en un muslo y romperse la clavícula izquierda, "por estar toda la noche anterior con una gashi má bonita que er só", como confesó después. En invierno de ese año Gallito por fin se animó a ir a torear-juerguear a Lima, donde en febrero de 1920 le cortó una oreja a un toro de la ganadería de Piedras Negras, único contacto del maestro con reses mexicanas.
DE LIMA SE siguió a Valparaíso, a Buenos Aires a oír a Gardel y a... Talavera de la Reina, al encuentro ineludible con su destino y con su rayo, en su victoria definitiva sobre Gaona y Belmonte, sobre los linajes y sobre la sociedad que lo había encumbrado y ahora lo hostilizaba, al dejar la vida en las astas de un toro burriciego -veía más de lejos que de cerca-, en el último error de su impetuosa, apasionante y privilegiada existencia torera.