Usted está aquí: lunes 13 de junio de 2005 Opinión Foxilandia, por favor

Armando Labra M.

Foxilandia, por favor

Ya que nos habíamos convencido de que la realidad no tenía cabida en el pensamiento del presidente Vicente Fox, pero que al menos por ahí, en algún rincón pululaba el país de las maravillas llamado Foxilandia. ¡Ahora resulta que tampoco ese existe!

Foxilandia era donde se disfrutaba del desarrollo estabilizador sin siquiera conocerlo, donde el empleo aumentaba año con año porque los desempleados no cuentan y donde en cualquier momento la economía nos sorprendería con que siempre sí creció 7 por ciento, aunque fuera unos cuantos minutos.

En Foxilandia se ponía en su lugar a los gringos y de rodillas nos pedían un acuerdo migratorio, y estaban dispuestos a deglutir the whole enchilada con tal de no raspar la franca, sincera, fraterna, desinteresada amistad entre nuestros presidentes. Y ¿qué tal?, en Foxilandia Fidel Castro no más comió y se fue, y nos tiene en buen recaudo algunos videos del che, no Guevara, por supuesto. Y en la OEA, bueno, ¡qué dignidad!

¿Cómo de que ahora no existe ese paraje ideal donde la impunidad es de la mera buena y nadie se mete con Martita y descendencia, ni con la Lotería ni los Amigos? Donde si eres inocente te entamban diez años y si eres culpable igual te perdona la justicia en un periquete, con un tronar de dedos.

No, señor Fox, no nos haga eso, si no nos cumple en Foxilandia, pues entonces ¿dónde? ¿Y usted, piense cuál será su destino? Porque San Cristóbal no será lo mismo que hoy, ya lo verá. Mire, sólo en Foxilandia podrá ganar un candidato panista las elecciones el año entrante y sólo ahí podrá su actual gobierno hacerle a la ya muy antigua tradición priísta de allegar dineros públicos a sus candidatos predilectos, ganar la Presidencia y la mayoría en el Congreso. Piénselo, si desconecta a Foxilandia de su mundo, sólo quedará la realidad que usted se niega o no logra percibir, no digamos conocer y bueno... ¡cambiar!

Sin Foxilandia lo que tenemos es un México que apenas está cruzando el umbral de entrada a la crisis más severa que hayamos vivido varias generaciones de mexicanos. La ausencia de fortaleza institucional y política nos priva hoy de las referencias que resolvieron, a nuestro gusto o no, todas las crisis previas, digamos del 68 para acá.

Hoy las instituciones son un Poder Judicial fantasmagórico, desnudo en su dependencia sumisa respecto a un Ejecutivo diluido en la ignorancia y la ineficiencia, y un Poder Legislativo que a sus debilidades históricas añade la imposibilidad de contener el derrumbe de los otros dos.

Tal enrarecimiento institucional, como bien dice el maestro Touraine, sólo puede representar un retroceso político en México, país que poco o nada sabe de democracia. Palabra, por cierto, que no aparece en el brevísimo, pero elástico, incoherente e infalible diccionario de la Irreal Academia Foxiana de la Lengua que, como se sabe, sirve también como Constitución Política de Foxilandia.

La realidad que siempre estuvo ahí y que enfrentará el próximo presidente, tiende a complicarse con el debilitamiento de las economías poderosas del orbe, a las cuales estamos más asociados, en lo que previsiblemente significa un lapso de unos cinco años de mayor lentitud en el crecimiento económico occidental. Si se desata la muy posible pugna financiera entre China y occidente, la situación podrá tornarse aún más compleja para nosotros por los daños que tal conflicto provocaría a la economía estadunidense.

Frente a un entorno mundial incierto y más bien adverso, se presenta como dramática la ausencia de políticas públicas internas que auspiciaran la producción rural, industrial, el comercio y los servicios en todos los ámbitos de la economía nacional. Como se optó por creer que la mejor política económica la decide el mercado, no el gobierno, pues nada se ha hecho por asegurar que la economía crezca y los resultados se distribuyan con equidad. No sembramos soluciones oportunamente.

En esta condición débil, inerme y vulnerable, estamos iniciando nuestra entrada a la crisis. Ya todos estamos agotados por la pérdida inútil de un sexenio pero no podemos hacernos los foxilandeses y suponer que el cambio sexenal significará gloria y bonanza instantáneas, porque no será así sino al contrario, y mal haremos en no prepararnos oportunamente para mitigar y acaso remontar la grave condición económica y política que nos aguarda como saldo de la era posfoxiana, iniciada, por cierto, hace ya varios años.

 
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