El juego de lo posible
Tanto es lo que se dice sobre la necesidad de crecimiento de la economía, y mientras se abunda en ello, por cierto, de manera bastante repetitiva, se advierte cada vez más la falta de imaginación y, también, la camisa de fuerza que se ha impuesto a las políticas que pueden promoverlo.
Junto a ello está la costra de intereses creados que le han provocado una esclerosis que pone de manifiesto la grave enfermedad que padece: el estancamiento crónico con una enorme desigualdad.
La visión del proceso de crecimiento y desarrollo del país está extraviada desde hace mucho tiempo, desde principios de la década de 1980 cuando se desperdició la oportunidad que ofreció el auge petrolero de ese periodo. El discurso referido al crecimiento se ha vuelto circular, se ha vaciado de contenido, se expresa en conflictos políticos que van minando a la sociedad y su capacidad de resistencia.
Durante un cuarto de siglo ya, las imágenes propuestas desde las cumbres del poder político y económico en el país han sido erróneas y locuaces, sin una correspondencia con lo que en verdad ha ido ocurriendo con la estructura de esta sociedad, aunque fueron muy rentables en su momento para aquellos que las promovían. Así, México entraba al primer mundo, jugaba en las grandes ligas, se convertía en un exportador de gran envergadura. Pero pasaba de una crisis a otra. Así, llegó a la democracia con el cambio del partido en el gobierno, una democracia restringida esencialmente al campo electoral que tampoco logra consolidarse ni es funcional para la expansión productiva.
Y la economía sigue sin crecer de manera suficiente, al mismo tiempo que hasta las actuales imágenes propuestas aparecen como una nueva autocomplacencia; tienen pies de barro y no generan ya siquiera alguna ventaja política para quienes las proponen. A pesar de lo que le dicen hoy al presidente Fox quienes en su círculo cerrado quieren complacerlo, esta economía no pasa por lo que confunden con un desarrollo estabilizador. Esta fórmula retórica no sólo es falsa, sino que exhibe una profunda ignorancia acerca de los procesos y de la historia económica del país.
La resistente realidad ha sido más tozuda que las metáforas complacientes de los gobernantes y de las cúpulas empresariales. Lo que le ocurre a la economía mexicana no se centra en la incapacidad de establecer reformas. Si éstas son necesarias en muchos campos no necesariamente están bien planteados sus objetivos y sus formas.
Paradójicamente, la economía está estancada, precisamente por el modo en que crece. Esta economía sí crece, acabemos con ese mito. Ahí están las fuertes utilidades que reportan los bancos comerciales, ahí están los rendimientos de las grandes empresas que cotizan en la bolsa de valores, ahí están los exitosos empresarios mexicanos que se codean en el hit parade mundial. Está también todo lo demás y cuya evidencia que no puede taparse con un dedo.
La economía mexicana no puede crecer más por la estructura con la que está creciendo, por la excesiva concentración que genera, por los compromisos de largo plazo que la ahogan y que se expresan en la restricción fiscal derivada de factores como son: el insostenible saneamiento de los bancos, la inoperancia de Pemex, el aumento de la informalidad, la dependencia de emigración de trabajadores y de las remesas, la pérdida de competitividad en los mercados externos, la deuda interna.
Los recursos públicos no alcanzan para promover el crecimiento porque se destinan a crecer de modo tan desigual. Muestra de ello es el reducido gasto que se destina a la inversión en infraestructura y a proyectos productivos del sector privado. La gestión fiscal está agotada, igual que la gestión monetaria, que es de una pasividad pasmosa. Ambas son la única muestra de consistencia política que ha habido en el país, anclada en los compromisos que se han ido fraguando y ejecutada por el mismo grupo por más de 20 años. Ahí, en la formulación, la ejecución y las responsabilidades está, también, una de las más grandes reformas del Estado que están pendientes.
A pesar de lo que se dice, la idea que desde arriba se ha ido forjando del país es cada vez más pequeña; se promueven proyectos de país pobre y chiquito y así se administran las cosas públicas. Pequeña es la visión que se genera de esta sociedad y esto contrasta con su verdadera dimensión, con su tamaño físico, con su posición en el mapa, con las expectativas de la gente y sobre todo, con el juego de lo que es posible.
Al tiempo que así se empequeñece al país en medio de cada vez más desigualdad, se atrasa con respecto a otras sociedades. En Corea la economía del conocimiento, por ejemplo, muestra los avances que pueden hacer sus científicos, algo similar ocurre en India y China. La expansión económica y el bienestar general también dependen de las capacidades crecientes de la gente, de la apertura de sus horizontes, de dejar de estar en un nivel subordinado. Eso se desconoce en Hacienda y sus dependencias satélite, incluyendo la Secretaría de Educación, que desde hace mucho vaga sin rumbo.