Morir en Juárez
Ampliar la imagen En imagen de archivo, manifestaci�rente a la PGR contra los feminicidios en Ciudad Ju�z FOTO Alfredo Dom�uez
Existen pocas autoridades verdaderamente interesadas en interrumpir la cadena de asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez. Muchas, en contraste, empeñadas en reducir, banalizar o encubrir la magnitud de estos hechos. Sobresalen en claridad conceptual las declaraciones del anterior gobernador de Chihuahua y ahora aspirante a la Presidencia que hacía responsables de su propio asesinato a las asesinadas por andar en sitios oscuros con vestidos provocativos, y las hechas recientemente por la procuradora general de Justicia del mismo estado, quien sostuvo, en tono desenvuelto y alegre, que los criminales y sus víctimas eran inmigrantes que irrumpían en la vida de una comunidad ejemplar.
Por su parte, el Presidente de la República se contenta con rasurar la estadística macabra y con acusar a la prensa de exagerar el problema. En fecha reciente relevó, además, a la anterior fiscal especial para el caso y nombró a una nueva. No hubo explicaciones del cambio y nadie las solicitó debido, me parece, a que el cargo se ha vuelto irrelevante.
El problema es de una enorme complejidad y no puede entenderse desde una sola perspectiva. Sus principales componentes son la miseria, la mala educación que transmite el menosprecio y el odio a la mujer, la avalancha migratoria, la delincuencia organizada que se ha adueñado de amplios espacios en la frontera, la carencia de instituciones y programas adecuados para prevenir y castigar el crimen. Mención especialísima merece la corrupción de los cuerpos de seguridad y las complicidades que existen en los altos niveles del poder público.
Coartada frecuente por parte de nuestros pilatos oficiales y de las buenas conciencias que sólo reconocen como personas a los miembros de su propia clase, consiste en negar a las víctimas una identidad respetable. El ya citado ex gobernador chihuahuense sugería que los delitos tenían origen en la falta de pudor de las muertas y la ya citada procuradora general de Justicia del Estado de Chihuahua las ha descrito como fuereñas, como extrañas, como gente que debiera morirse en otro lado en vez de andar perturbando el bienestar ajeno.
El texto más conmovedor que conozco sobre las muertas de Juárez se encuentra en 2666, título de la postrer novela de Roberto Bolaño, el gran escritor chileno muerto hace poco tiempo. Bolaño dedica 348 páginas de su libro al tema y hace un recuento, imaginario pero correspondiente a la dura realidad, de notas que relatan en escueto estilo forense el fin doloroso y trágico de las víctimas.
Aquí asoman, en deliberada secuencia repetitiva, el destino particular de cada víctima y la masa informe de su destino colectivo. Todas las fichas relatan los mismos horrores, las mismas torturas y violaciones hasta que las víctimas mueren y se integran a un anónimo coro de sombras.
En algún lugar del relato hay un diálogo que se refiere a la identidad social de las muertas. Dice así: la puta le contestó que no, que tal como él le había contado la historia las que estaban muriendo eran obreras, no putas. Obreras, obreras, dijo. Y entonces Sergio le pidió perdón y como tocado por un rayo vio un aspecto de la situación que hasta ese momento había pasado por alto.
Subraya el texto el modo paradójico en que se diluye o desvanece la identidad de una persona, insistiendo en su pertenencia a un grupo social determinado. Es una manera de advertirnos que sólo se trata de una parte de la sociedad y que, en última instancia, nosotros no estamos en peligro.
¿Acaso carece de importancia moral o constituye un atenuante asesinar mujeres porque no pertenecen a las clases y oficios superiores de la sociedad? ¿Y no son sus caracterizaciones una señal secreta que justifica a los asesinos y a los responsables de su persecución y de su castigo?
El ciclo de estos crímenes sólo podrá cerrarse cuando las autoridades entiendan la naturaleza y magnitud del problema, cuando la asuman como una expresión patológica del odio contra la mujer y cuando se convenzan que no se trata de una manchita en la piel, sino de un tumor que debe extirparse antes de su plena metástasis.
Se requiere un plan de emergencia para rescatar de la miseria a quienes viven en Ciudad Juárez como si fueran damnificados de un naufragio o de un terremoto y se requiere, en materia de justicia, no de una fiscalía especial, sino de un genuino visitador que esté investido de todas las facultades posibles y que sea capaz de concertar las acciones de los diversos sectores de la sociedad.