Futuro mexicano: de desempleados y de vecinos
La afirmación de que uno de los grandes retos del país es la creación de empleos es ya un lugar común en nuestro discurso político. Desde finales de los años 60 se había confirmado la creciente brecha entre la cantidad de jóvenes -en un momento se hablaba de un millón- que ingresaban al mercado de trabajo cada año, y el ritmo de creación de empleo en ese mismo lapso, que pocas veces logró alcanzar el nivel deseado. Candidatos van y vienen, presidentes asumen el poder y con la banda -que en realidad tendría que ser un costal- tricolor le pasan el problema a su sucesor.
La insuficiencia de empleos tiene una relación directa con las tasas de crecimiento de la economía, pero también con variables de índole social, como la educación, y con fenómenos internacionales como la emigración, para mencionar únicamente algunos de los más obvios. Sea como sea, este será otra vez uno de los temas centrales que tendrán que abordar los candidatos en campaña por la Presidencia de la República; tendrá que ser este uno de los capítulos centrales de su oferta programática, la cual tendrá también que incorporar aspectos que vinculan empleo con educación, y uno particularmente complicado: la relación con Estados Unidos.
Todos sabemos que con todo y ser un peso inmenso la proximidad con Estados Unidos, también ha sido una bendición porque el mercado de trabajo en ese país suple, al menos en parte, las deficiencias del mercado mexicano. Si lo vemos de esa manera, entonces podemos reconocer la diferencia de intereses entre los países vecinos en este respecto. Lo que muchos estadunidenses -que, desde luego, no son los mismos que los empleadores que contratan a mexicanos indocumentados, con las evidentes ventajas que ello supone- consideran un grave problema, para nosotros es una solución. La emigración a Estados Unidos ha sido una muy eficaz válvula de escape para las presiones que hubieran podido derivarse del desempleo, del inmenso ejército de reserva que se hubiera acumulado de una década a otra. La existencia de millones de desempleados ha sido en otros países una fuente poderosa de inestabilidad social y política, que aquí ha podido conjurarse porque el sueño americano es una opción más o menos alcanzable para los mexicanos que aspiran a un futuro mejor. Así lo confirman las experiencias del Rey del tomate, zacatecano exitoso en Estados Unidos, y de los miembros del gabinete Bush que son estadunidenses de primera generación. Dados estos antecedentes, el cierre de fronteras equivale a poner fin a las ilusiones de muchos mexicanos. Cuando el gobierno de Washington nos reprocha que no hacemos lo suficiente para detener la emigración podríamos responderle, ¿y con qué derecho destruyo los sueños de mis gobernados? ¿Por qué lo harían los gobiernos mexicanos, cuya legitimidad y popularidad dependen en buena medida de mantener vivas las ilusiones de sus ciudadanos?
Para muchos estadunidenses, capitaneados por Samuel P. Huntington, podríamos parafrasear los términos de la multicitada frase de Porfirio Díaz: "Pobre Estados Unidos, tan cerca de Dios y de México". Pero podríamos perfectamente limitarnos a compadecerlos y darles nuestra bendición.
Admitiendo todas las ventajas que nos ha representado en términos de empleo la vecindad con el país más rico del mundo, habría que pensar qué tipo de desventajas ha significado. Podríamos establecer una analogía con el petróleo. Hay muchos que sin haber leído jamás a López Velarde repiten el verso aquel de la Suave patria que se refiere a los veneros del petróleo que nos escrituró el diablo, para llamar la atención sobre los costos que han significado los extraordinarios ingresos petroleros, cuyo monto ha permitido en ocasiones gastar sin límite, pero, sobre todo, posponer reformas. La emigración a Estados Unidos también ha tenido un efecto similar sobre la urgencia de reformar las leyes laborales, por ejemplo, para flexibilizar el empleo, o sobre la necesidad de diseñar un ambicioso programa de creación de empleo. Es la conveniencia de Estados Unidos disminuir la presión migratoria de los mexicanos, por esa misma razón le convendría negociar con nosotros un proyecto de esa naturaleza. A cambio de su apoyo a este programa, los gobiernos mexicanos podrían ofrecer otros incentivos locales para que los mexicanos se queden en México. Todo esto tendría que ir más allá de la albañilería que demandan los grandes proyectos de construcción con que muchos gobiernos han gustado de pasar a la historia, empezando por el faraón Tutankhamen.