Desigualdad y crecimiento
Usualmente cuando el producto interno bruto de un país crece, se reconoce que hay avances. Por ello, el tamaño de las economías se mide por su PIB convertido a una unidad de medida comparable: los dólares. Con este indicador, la economía mexicana es, según el Informe sobre el Desarrollo Mundial 2005 del Banco Mundial, la décima del mundo. Nuestro producto es un poco menos de 6 por ciento del estadunidense, casi 9 puntos menor que el español, que ocupa la novena posición, y 15 puntos menor que lo que se produce en Canadá, octava economía. El dato es, por supuesto, engañoso. Si hablamos del producto por habitante, resulta que México ocupa el lugar 46, es un poco más de la tercera parte del dato para España y un poco más de la cuarta parte del per cápita canadiense.
Pero si dejamos este indicador, que no es sino el cociente entre el PIB y la población, y utilizamos como criterio de comparación el ingreso captado, nuestra situación se precisa. La información proveniente de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares de 2004 da cuenta de una concentración impresionante. Nuestros ricos, ubicados en el 10 por ciento que mayor ingreso retienen, se apropian de 42.1 por ciento del total de los ingresos de este país, cuando hace 10 años se apropiaba del 38 por ciento. El 90 por ciento restante perdió 4.2 puntos porcentuales. La encuesta divide este 90 por ciento en dos segmentos: el 60 por ciento pobre y el 30 de ingresos medios, ambos perdieron participación en el ingreso nacional, al pasar de 26 a 23.4 y de 35.3 a 34.5, respectivamente.
Así que en diez años, de la crisis bancaria al cambio prometido que nunca ocurrió, las cosas empeoraron para 94.5 millones de mexicanos. Con una política macroeconómica alineada a los requerimientos del Consenso de Washington, los resultados para la enorme mayoría de la población no han sido favorables. La aplicación de una política económica ortodoxa ha beneficiado sólo a 10 por ciento de la población. En realidad, ni siquiera ha sido beneficiado el 10 por ciento. El ingreso promedio mensual de este 10 por ciento rico de la población fue de 11 mil 186 pesos, lo que ciertamente está lejos de ser un ingreso elevado. Eso muestra que los verdaderos ricos son los que se ubican en el uno y el 2 por ciento, esto es, cuando mucho 2 millones de mexicanos. Ellos han sido los verdaderos beneficiarios de 24 años de neoliberalismo.
Esta población que se educa en colegios privados, frecuentemente apoyados por gobiernos de países desarrollados, añora vivir en el primer mundo. Sin embargo, no entienden que esos países tienen distribuciones del ingreso también desiguales, pero en una medida notoriamente distinta. El dato de nuestros socios comerciales es elocuente: en Estados Unidos el 10 por ciento de la población rica se apropia de 29.9 por ciento del ingreso y en Canadá de 26. No se apropian de ese porcentaje porque sean muy considerados con sus compatriotas, sino debido a que el Estado les retira a través de los impuestos una parte considerable de sus percepciones. Con esos recursos que, en promedio, equivalen a poco más de 20 por ciento del PIB, se consigue un nivel educativo alto y, en consecuencia, mayor productividad del trabajo. En México, en cambio, es donde la relación impuestos a producto es el menor de toda la OCDE, lo que le da un margen de maniobra extremadamente reducido.
En la mayoría de los países de la OCDE la mejoría en la productividad del trabajo explica, a largo plazo, por lo menos la mitad del crecimiento del producto por habitante. En México la productividad del trabajo ha tenido un desempeño decepcionante, lo que contribuye a explicar el casi estancamiento del producto por habitante en los últimos 25 años. También afecta a la productividad la práctica inexistencia de crédito para la mayor parte de las empresas productivas del país, lo que les impide invertir para fortalecer la calidad de su producto, así como modernizarse y mejorar tecnológicamente.
Así las cosas, tenemos un país con un pequeño grupo poblacional que se apropia de una masa enorme del ingreso nacional, muy por encima de lo que ocurre en los países desarrollados; que además invierte poco y contribuye muy limitadamente al fisco. Nuestro decepcionante desempeño está asociado a esta aguda concentración. El lento ritmo de crecimiento del producto, el estancamiento del producto por habitante y la evolución de la productividad del trabajo tienen en esta concentración una parte importante de su explicación. Por ello, pensar que no hace falta aumentar los impuestos es, por lo menos, ingenuo.