MAR DE HISTORIAS
Alquilar sueños
Margarito es el único que gana con la próxima demolición: los inquilinos de El Avispero siguen comprándole montones de velas para alumbrarse en la noche mientras buscan tesoros enterrados. Gracias a esa ambición yo me alegro: veo las flamitas agitarse tras las cortinas y me hago las ilusiones de que ya estamos en época de posadas.
Por la mañana me divierto mirando a los inquilinos que salen al trabajo pálidos, bostezando. Los niños, que por el escándalo tampoco pudieron pegar los ojos, van llorosos y soñolientos. No me extrañaría que este año reprobaran todos.
José y don Juan Bosco Malo también se trasnochan, pero no por el brete de encontrar petaquillas o bolsas llenas de oro. El poeta se desvela abriendo cajones y puertas, esperanzado de encontrar los versos que en sus tiempos le hizo a la señora Bona. Un día me atreví a preguntarle para qué los necesitaba. Me dijo que quiere publicarlos en un libro. Ya tiene el título: Infierno de mi pasión. Yo más bien creo que Juan Bosco Malo necesita esos papeles como prueba de que Bona von Bonn le guardaba un espacio en su vida.
José no ha caído en la tentación de buscar tesoros, pues se considera un hombre de muy mala suerte. Si no duerme es porque dedica las noches a leer las secciones de casas en renta. Le urge tener algo seguro para octubre, cuando tendremos que salir de aquí.
Como sabe que estoy en la misma situación y no tengo tiempo para buscar dónde meterme cuando desocupe mi periquera, muy amable se ofreció a ayudarme: marca en El aviso oportuno todo lo que pueda interesarme. Por las tardes, cuando cierra la sastrería y sube a mi casa para enseñarme las páginas del periódico llenas de líneas azules y círculos rojos, se me figura un niño demostrando a su madre que sí hizo la tarea. Los subrayados azules distinguen los departamentos o los cuartos que a él le interesan; los circulitos rojos marcan las ofertas que a su parecer me convienen.
Ese escrúpulo suyo me recuerda que no tengo a nadie con quien compartir el resto de mi vida. Nunca antes lo pensé, quizá porque El Avispero está lleno de humanidad y, aunque siempre andamos como perros y gatos, nunca falta quien ayude al que lo necesita. Por ejemplo, José: dedica parte de su desvelo a buscarme un techo y horas de su tarde en ponerme al tanto de sus hallazgos.
Desde que José me visita Karen me da malos consejos -"anímese, Agustina; ¿o a poco quiere morirse señorita?"- y el resto de los vecinos me mira con malicia. En otro tiempo les hubiera dado explicaciones -"no vayan a pensar que hacemos algo malo: me lee el periódico"-, pero ahora nada les aclaro ni dejo abierta la puerta. Me gusta cerrarla y que la casa se inunde con el olor de José.
Se sienta junto a la ventana y mientras tejo, va siguiendo con el dedo los circulitos rojos y leyéndome lo que hay en ellos. Al principio me informaba de ofertas inalcanzables:
Doñita: encontré algo que ni mandado hacer para usted. Ponga atención: casa sola de una planta, dos recámaras, sala comedor, cocina integral, jardín y garage.
Al verlo tan satisfecho me costaba trabajo explicarle que las ventajas de su hallazgo eran inconvenientes para mí:
Debe ser una preciosidad, pero la renta será carísima: y aunque no lo fuera, ¿para qué necesito dos recámaras? Además, con mis várices, ¿cómo voy a cuidar el jardín? Preferiría algo más económico, fácil de limpiar y menos aislado porque, Dios no lo quiera, si me sucede algo, ¿quién me ayudará?
José ponía cara de niño castigado. Entonces le preparaba un cafecito y le sugería leerme los anuncios interesantes para él.
Como vivo solo no hay muchas posibilidades. Ayer nada más encontré una, a ver qué le parece: "¡De oportunidad! Familia honorable renta cuarto con baño y salida independiente. Magnífica ubicación: a diez minutos de la Megaplaza y los cines. 950 pesos mensuales.
Le recomendé a José que fuera a ver y se rió:
¿Para qué? De nada sirve que esté cerca de la Megaplaza si nunca podré comprar nada allí? ¿Qué me gano con que esté a un paso de los cines? Jamás me ha gustado ver películas si no tengo con quién comentarlas? Sentí feo cuando me dijo: Por mi edad y mi condición, lo que necesito es un cuarto cerca del Metro, la farmacia, el hospital.
En cierta forma José tenía razón, pero le reproché su pesimismo:
Ya nada más falta que me salga con que busca un cuarto en un camposanto.
Dejó el periódico y me miró agradecido:
Doñita: se me hace que usted acaba de darle al clavo. Voy a empezar a recorrer los cementerios. Si en alguno me la dan de cuidador, ¡ya la hice! Aladino me platicó que su tío Justiniano era conserje del panteón de Tezonco. Le pagaban una miseria, pero a cambio le permitían vivir en los cuartitos que están junto a la capilla. ¿Se imagina qué a todo dar no tener que preocuparse por la renta?
Le hice una broma: De una vez le advierto que si agarra un trabajo de enterrador no iré a visitarlo. José me miró con expresión de burla, y aclaré: Y no será porque le tengo miedo a los muertitos.
Se acercó más y me habló casi en secreto: ¿Entonces por qué?
No se me ocurrió ninguna respuesta. Me puse colorada, él se alejó y desvió la vista hacia los retratos: ¿Son sus padres? Se parece a los dos, pero más a él.
Me sentí orgullosa de tener las dos fotografías:
Esos retratos será lo único que me lleve cuando salga de esta periquera. Lo demás pienso regalarlo al asilo de Zapata. Noté la extrañeza de José: No lo hago por caritativa. Usted y yo sabemos que, si bien me va, acabaré alquilando un cuarto de azotea donde sólo cabrán un colchón y a lo mejor una mesa con una hornilla.
El sastre soltó una carcajada y le pregunté qué le causaba risa. Respondió lo mismo que me había dicho Karen:
A lo mejor por haber vivido tantos años en El Avispero usted y yo nos parecemos: siempre le tiramos a lo más bajo, hasta cuando soñamos.
Sin proponérmelo fui cruel:
Será porque nunca hemos estado en otro lugar. Yo no sé usted, pero es mi caso. No creo que ahora, cuando estoy a punto de no tener trabajo ni vivienda, vaya a ser distinto.
José tomó su bicolor y se puso a hojear el periódico:
Cuando uno ya no tiene nada puede darse el lujo de soñar. Encontró lo que buscaba y me miró: ¿Qué se le antoja? ¿Casas de campo? ¿Complejos residenciales? ¿Condominios? ¿Dúplex? Entusiasmado, no esperó mi respuesta y leyó: Coyoacán: bellísimo departamento remodelado con vista a la calle. Cuatro recámaras, estancia, comedor, garage, baño con yakuzi.
Le seguí la broma:
Me interesa. ¿Cuánto vale?
José se acercó más el periódico: deseaba mirar de cerca la cifra increíble:
Mil dólares por metro cuadrado.
La sorpresa me obligó a levantarme:
¿Dólares? Pero si estamos en México. ¿No hay nada en pesos?
Antes de que se pusiera a mirar las otras páginas del periódico le advertí: Pero que sea baratito.
José dejó de leer:
Sería mejor que fuera regalado. Aunque no lo crea, sigo pensando en lo del cementerio. ¿No sería bueno que nos contrataran a los dos como cuidadores? Notó mi expresión: No me mire así: sólo estaba jugando. Agarró su periódico y se encaminó a la puerta. Temí haberlo ofendido y que no volviera. No fue así. Cada tarde regresa a leerme, pero ahora nada más los avisos de casas elegantes, mientras los dos soñamos: él, que es rico; yo, que no estaré sola.