Desde su vientre, y a través de su laringe, lanzó una amplia gama de colores vocales
Nina Hagen demostró ser maestra en el arte de punkear lo que toca
La berlinesa, guapísima, de cuerpazo, está por encima de las modas y la edad
El equipo técnico y los músicos de la cantante desafiaron la fama de mala acústica del Salón 21
Ampliar la imagen Nina pint�n su voz un lienzo expresionista FOTO Luis Olivares
Nina Hagen dibujó un sorprendente lienzo expresionista la noche del viernes en el Salón 21, cuando desde su vientre y a través de su laringe lanzó una amplia gama de colores vocales y géneros musicales, entre cuyas orillas difuminadas fueron representadas decenas de melancolías grandilocuentes, detonaciones electrificadas, o alegría por vivir y amar. Atemporal, única e irrepetible, la cantante demostró ser una maestra absoluta en el arte de punkear todo lo que toca.
No importó que la audiencia fuera de poco menos de dos mil personas. Nina se entregó con pasión y, lo que más asombró a muchos, con una juventud de no dar crédito. Con 50 años recién cumplidos, la berlinesa que a fines de los años 70 y todos los 80 forjó su figura como icono del new-wave-punk naciente, en el escenario pareciera no rebasar la treintena. Ataviada con un vestido estampado con cuerpos femeninos fluorescentes, pantalones tipo piel de leopardo y pelo negro esponjado con extravagante tocado de flores postizas, demostró poseer un espíritu inmortal, una capacidad para no encajar en tiempo terrenal alguno, de manera que sus gestos y ojos agrandados por un pronunciado maquillaje teatral, excesivos y dramáticos, lucieron espontáneos, desenfadados. Con gran pericia, Hagen demostró que es posible estar por encima de la edad y las modas, como para no rozar ni un segundo el ridículo.
Graves guturales y despliegues pop-operísticos
Guapísima, de cuerpazo, y con unas tablas arrolladoras, Nina estrenó el tinglado del 21 con la enardecida Return of the mother (El regreso de la madre, en irónica auto-alusión), llena de graves guturales y despliegues pop-operísticos. El equipo técnico y sus músicos desafiaron la afamada mala acústica del recinto de Molière, no sólo con una ejecución rocan-punk de primera, sino con una sonorización impecable. El concierto fluiría con temas de un solo género a la vez, pero diferentes e intercalados entre sí, sin ambages: del rock al rockabilly-swing, pasando por el reggae, el dub, el ska, el soul, el belcanto, el country, y hasta el canto tipo cabaret. Lo prodigioso aquí es la capacidad de Hagen para eliminar cualquier viso de solemnidad, aun en los momentos más sensibles vuelve rugoso, quebradizo y sucio, todo lo que canta, aun dentro de su virtuosismo vocal: es su desbordada vehemencia interpretativa lo que unifica su vasta paleta sonora.
Así, el repertorio satisfizo a todos los gustos. Para los nostálgicos, los clásicos Born in zigzag (en la que critica el poder del dinero: "el dólar, el euro, el yen, los rublos", diría en español), African reggae (en la que exaltaría, en español también, al "amor, amor, mucho grande amor") o la imprescindible Tv Glotzer, la canción que más enloqueció al público. Tras tres piezas de macizo punk-rock, un tema tranquilo y emotivo sería el primero en que sus impresionantes dotes vocales lucirían en su máximo esplendor, lo que dejaría excitado, ya sin retorno, al respetable. No se quedaría atrás un seductor cover a All apologies de Nirvana. En tres canciones, con impericia silvestre pero mucha gracia, Nina empuñaría una guitarra: uno de los temas sería un punkeado ska, otro estuvo dedicado a los Himalayas, y una tercera en blues, a los jóvenes, expresaría.
Recordó a su hija
Luego recordaría a su hija con la canción de mismo nombre, Cosma Shiva, en una versión tipo mantra hindú, dedicada a aquélla: "Es un mantra para la inmortalidad", dijo, para cantar luego sentada sobre el tablado. Le seguirían un doo-bop y un soul tranquilos, pero de gran tensión emocional.
El público, de todas edades y estratos, se contagiaría de la juventud de la cantautora: los hoy oficinistas de a camisa y entradas calvas, estaban hechos unos adolescentes; más acá, grupos de jóvenes punketos de pelos en punta gigantes, blusas de malla negra, botas y pantalones entubados, armarían el slam en los momentos más encendidos. Nina anuncia: "¡Kaput!", pero la gente se lo impide. Con guitarras eléctricas, teclados, bajo y batería, interpretó con ardor el Ave María, de Robert Schumann.
Tras un primer encore, se aventó un bello tema de swing-jazz a capella, y otro más con una pista que dejaba oír música orquestal, sobre la que cantó atronadora un tema tipo cabaret, hecha una Marlene Dietrich de los años 30. Complació con la breakdancera New York City, ahora hecha un funk actual, quizá no tan bien logrado, y con la apoteósica My way, también conocida en las voces de Frank Sinatra y Elvis Presley, pero en su afamada versión punk. Se fue de nuevo, pero el público no dejó de corear: "¡Nina, Nina!"
"¡Bonito México, bonitos niños!", gritó al volver, entusiasmada. A casi hora y media de comenzar, y con algo de disminución en sus otrora inalcanzables agudos, pero no en su capacidad para hacer excéntricos cambios de voz, gruñidos extraños y ademanes desquiciados, una canción rollingstoniana y una country-rock terminaron de enmarcar a una leyenda que con el paso del tiempo posee la sabiduría para no auto-representarse o auto-parodiarse, sino para reinventarse, con esa su inconfundible furia alegre, su embate irónico, su expresionismo rampante.