Usted está aquí: martes 21 de junio de 2005 Opinión MAM: Colección Essl

Teresa del Conde/ I

MAM: Colección Essl

Las asociaciones realizadas entre las obras que integran la selección de este acervo, dan al conjunto una lectura nítida y bien realizada, con los altibajos inevitables a todo tipo de colectivas. En México no existe moción ni ligeramente cercana a la que ha llevado a cabo en Viena el matrimonio Essl, que no sólo auspicia un museo de pintura contemporánea con exposiciones alternadas, sino que posee una de las mejores bodegas del mundo; alberga millares de pinturas perfectamente ordenadas mediante los implementos necesarios para su apreciación. Eso permite una selección afortunada, como la que ofrece esta muestra del Museo de Arte Moderno (MAM) que se presentará asimismo en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey.

La sala Villaurrutia, museografiada en rubros, abre con pinturas de Pierre Soulages y Hans Hartung. Cuando llega uno a la que corresponde a este último, ya la pupila se acostumbró a la semi-oscuridad que priva en esa parte del recinto; el Hartung parece un clásico al que sólo le hizo falta, tal vez, la proximidad no sólo de Soulages, sino del estadunidense Franz Kline, fallecido en 1962.

Después hay una obra sobre papel de Sam Francis (1923-1994), que ilustra la misma modalidad bajo otros parámetros. Fue un acierto avecindarlas con el austriaco Hans Staudacher (1923), autor de una de las piezas más conclusivas, complicadas y hermosas dentro de esa tendencia, con cierto tinte orientalista y realizada en 1955. Se trata de los equivalentes europeos al expresionismo abstracto y suelen ser por lo común de menor tamaño y, a la vez, de mayor ''intimidad" plástica, aunque quizá de efecto más discreto si los comparamos, por ejemplo, con Clyfford Still.

Otra pieza del mismo austriaco, pintada en 1988, acusa retórica ya demasiado asimilada; es un cuadro del doble de tamaño que el anterior: Sentimientos pintados, no por ello más expresivo ni mejor logrado, algo que salta a la vista del espectador.

Luego vemos un viejo conocido: el también austriaco Friedenreich Hundertwasser (1928-2000), sobre quien Fernando Gamboa montó una tupidísima muestra inolvidable porque su saturación casi ''mareaba", se efectuó en 1978. En contra de lo que sucedió entonces (no retengo más que el sentir general que me provocó) ahora las dos obras, muy ''curadas", es decir, muy bien preservadas que lo representan quedan fijadas en la retina. A veces, como decía Van der Rohe, ''menos es más".

El también austriaco Max Weiler (1910-2001) se corresponde con un informalismo lírico muy en boga en todas latitudes durante los años 70, hay reminiscencias de paisaje, sensibilidad en la ejecución y parentesco con otros pintores que ya entonces rayan en tónica posmoderna, aunque hicieron eclosión después. En cambio, los dos cuadros entonados en rojo, de moción gestual de otro austriaco, Josef Mill (1929), bajan en nivel. A partir de este conglomerado la tónica cambia para dar lugar a obras muy texturadas, entre las que destacan las del Grupo COBRA, representado aquí por Asger Jorn (1914-1973) y por Karel Appel, quien mayor incidencia ha tenido entre nosotros. Por una ligerísima falla en la percepción de Devil Women (mujeres diabólicas), la cédula hace de una sola mujer endemoniada en varios estadios o etapas de su carácter diabólico, no un estado de ánimo, sino muchas congéneres juntas. En este tipo de expresiones, los títulos actúan como disparaderos y el haberlo modificado quita realce, quizá, a lo que el pintor se propuso, sobre todo si pensamos que esa endemoniada cuyas expresiones se reflejan en el mismo soporte, pudo inspirarse en su esposa o su madre.

¿Por qué decir esto?, porque en una grafía realizada por el artista sobre la densa textura blanca se puede constatar que hay allí sólo una endemoniada. En esta sección campea el protagonismo del pigmento y eso es cosa muy interesante de ver, los pintores le dieron lugar princeps, sin desmejorar o quitar fuerza a la composición. El mejor ejemplo de lo que digo es también de Appel: Figura de pie en el paisaje # 4. Una especie de ejecutor, en sentido descendente vierte el raudal de colores en postura y actitud que evoca a aquel sicario del Caravaggio que da muerte a San Mateo, en San Luis de los Franceses.

Se trasladó a otra época y a otra tónica, aunque quizá la intención no es radicalmente distinta. Para la figura de pie, el pintor tomó el tubo de color como si fuera un lápiz, el pigmento emerge directamente de allí y el fondo es oscuro. No hay paisaje de fondo, sino algo así como una carga que el ejecutor lleva a su espalda. El raudal de colores vertido hacia el piso del cuadro, pudiera en un futuro generarlo: se trata de la ejecución presente, pasada o futura de una pintura.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.