El periodista reinventa su memoria en Aire libre, nueva novela publicada por Era
Hermann Bellinghausen recurre a la infancia para redescubrir la vida
La literatura no es una religión, sino una forma de aproximarse al mundo, evalúa
''Cuando escribo me siento como un pianista que todo el día se la pasa tocando''
Ampliar la imagen A trav�de mi hijo empec� ver el mundo como yo lo hab�visto a esa edad. Me acord�e una infancia donde imagin�me sorprend�maravill� asust�expresa Hermann Bellinghausen FOTO Guillermo Sologuren Foto: Guillermo Sologuren
Mediante los ojos de un niño, Hermann Bellinghausen (DF, 1953) reinventa su memoria en la novela breve Aire libre (Ediciones Era) y ofrece al lector la recreación de la ''latitud industrial de la ciudad de México durante los años 50".
El relato es, en realidad, el recuerdo de la infancia de cualquiera que haya andado por el mundo con el gusto por la gente en la mirada, como el autor, quien confiesa padecer ''grafomanía" y una curiosidad innata por las personas.
Periodista, poeta, narrador, cronista, enviado de La Jornada en Chiapas durante 11 años, director del suplemento mensual Ojarasca -dedicado a los pueblos y culturas indígenas-, Hermann descubrió a los 10 años que leer y escribir era una forma de resistencia, de rebeldía.
''Hay muchas cosas que decir de la gente, lo que me gusta del mundo son las personas, me parece una fuente inacabable. Son una evidencia, un descubrimiento", afirma.
Por eso, encontró en el periodismo primero, y luego en la literatura, los motivos perfectos para estar en la primera fila de los sucesos de la vida. En ambos casos, explica, ''hay que ser muy cuidadoso en lo que se dice. Lo que se inventa en una novela o en un cuento debe ser creíble, si no no es un buen relato; debe ser algo verosímil o que podría existir. Aunque sea algo delirante, pues la vida es así. Muchas veces se cree que la vida es siempre lógica, y no.
''Unos llaman a la vida maravillosa, otros dicen que es loca, pero no es así todo el tiempo. Siempre están ocurriendo cosas. Conviven mundos paralelos, como describe La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares.
''En este contexto el periodismo se vuelve un vicio, pues quieres estar enterado de todo y en el momento. Como escritor eso implica una dimensión muy limitada, pues se refiere a la inmediatez.
''Hay escritores que dicen que el periodismo y la literatura no se llevan, porque entonces el segundo género se queda como atorado, pero en el siglo XIX hubo una tradición de periodistas que hacían literatura de primer nivel, lo cual quedó atrás en el siglo XX, cuando surge la figura del escritor profesional."
Literatura y periodismo, un binomio
Hermann Bellinghausen reconoce que nunca abandonaría ninguno de sus oficios en favor del otro: ''a veces uso armas literarias para el periodismo, y no necesariamente lo contrario. La literatura no es una religión, no es un sistema, es una forma de aproximarse al mundo que se ha practicado por milenios.
''Me siento muy bien cuando escribo, como un pianista que todo el día se la pasa tocando. Bueno, no todo el día, claro, tengo un límite. A veces se me acaban las palabras. Siempre tengo la sensación que cada día tengo una cierta cantidad de palabras y si lo rebaso, ya no se da el texto."
La novela Aire libre que ahora presenta tuvo su origen en el redescubrimiento de la vida que le provocó al periodista el nacimiento de su segundo hijo, hace cuatro años.
''El me abrió una ventana y vi cosas que nunca había olvidado, que ahí estaban. Pero aclaro que el libro no es realista, no cuento la verdad, está lleno de fantasía y espero que sea evidente. Es un juego, pero la mayoría de los personajes son reales y algunos están muertos.
''A través de mi hijo empecé a ver el mundo como yo lo había visto a esa edad, que uno olvida. Me acordé de una infancia donde imaginé, me sorprendí, maravillé y asusté, donde nada es irrelevante."
El otro origen del libro, añade, es el deslumbramiento que le causó conocer la obra literaria del escritor y pintor polaco Bruno Schulz (1892-1942); ''es un autor que no se parece a nadie" y tiene dos libros de relatos (Las tiendas de color canela y Sanatorios bajo la clepsidra), uno de ellos acerca de su infancia. Esa lectura le confirmó a Hermann que nunca ha perdido la capacidad de sorpresa, sino que ésta se renovó con la paternidad.