Usted está aquí: sábado 25 de junio de 2005 Mundo Carta a un joven musulmán

Tariq Ali *

Carta a un joven musulmán

Ampliar la imagen En Tikrit, Irak, soldados estadunidenses observan la destrucci�e un dep�o de armas decomisado a las fuerzas de seguridad locales. La imagen, de noviembre de 2003 FOTO Reuters Foto: Reuters

Poco después del mitin contra la guerra de noviembre de 2001 (creo que fue en Glasgow) me preguntaste si yo era creyente. No he olvidado la sorpresa cuando contesté que no, el comentario de un amigo tuyo ("nuestros padres nos advirtieron acerca de usted") ni las enojadas preguntas que me comenzaron a lanzar él y tú como dardos. Todo eso me hizo pensar, y esta es mi respuesta a todos aquellos que como tú me han hecho preguntas semejantes en Europa y América del Norte.

Dije entonces que mi crítica a la religión y a aquellos que la usan con fines políticos no era sólo diplomacia en público. Los explotadores y los manipuladores siempre han usado la falsa rectitud que confiere la religión para conseguir sus propios y egoístas fines. Es cierto que esto no agota la historia. Hay, por supuesto, gente religiosa profundamente sincera en diferentes partes del mundo, que de forma genuina lucha del lado de los pobres, pero por lo común se halla en conflicto con la religión organizada.

La Iglesia católica victimiza a los sacerdotes que trabajan con obreros y campesinos que se organizan contra la represión. Los ayatolas iraníes fueron muy severos con los musulmanes que predicaban en favor del socialismo radical. Si genuinamente creyera que este islamismo radical fuera una forma de hacer avanzar la humanidad, no dudaría en decirlo así en público, sin importar las consecuencias. Tengo muchos amigos, a quienes quiero, que cantaban el nombre Osama y aplaudieron el 11 de septiembre de 2001. No estaban solos. Ocurrió por todo el mundo, pero eso nada tiene que ver con la religión. Sé de estudiantes argentinos que abandonaron el salón de clase de un profesor que criticó a Osama. Sé de un adolescente ruso que mandó por correo electrónico un mensaje de una sola palabra -"felicidades"- a sus amigos rusos cuyos padres se habían asentado fuera de Nueva York. Y sé que la respuesta fue: "Gracias. Fue fantástico". Hemos hablado, recuerdo bien, de las multitudes griegas en los partidos de futbol que rehusaron guardar los dos minutos de silencio que su gobierno impuso y que rompieron el silencio con cánticos antiestadunidenses.

Pero nada de ello justifica lo que ocurrió. Lo que subyace a este placer vicario no es un sentimiento de fuerza, sino uno de terrible debilidad. El pueblo de Indochina sufrió mucho más que cualquier país musulmán a manos del gobierno estadunidense. Los bombardearon durante 15 años seguidos y su pueblo perdió millones de vidas. ¿Pensaron alguna vez en bombardear Estados Unidos? Tampoco lo hicieron cubanos, chilenos ni brasileños. Los últimos dos lucharon contra los regímenes militares impuestos por Estados Unidos en sus países y finalmente triunfaron.

Hoy la gente se siente sin posibilidades. Entonces, cuando alguien golpea a Estados Unidos ellos celebran. No se preguntan qué se logra con un acto así ni cuáles son las consecuencias ni quién se beneficia. Su respuesta, como el suceso mismo, es puramente simbólica.

Pienso que Osama y su grupo llegaron a un callejón sin salida político. Fue un gran espectáculo, pero nada más. Al responder con una guerra, Estados Unidos magnificó la importancia de la acción, pero dudo que esto lo salve de pasar a la oscuridad en el futuro. Será una nota a pie de página en la historia del siglo. En términos políticos, económicos o militares fue apenas un alfilerazo.

¿Qué ofrecen los islamitas? La ruta a un pasado que, por fortuna para la gente del siglo séptimo, nunca existió. Si el "Emirato de Afganistán" fuera el modelo de lo que quieren imponer al mundo, entonces el grueso de los musulmanes se levantaría en armas contra ellos. No crean que Osama o el mullah Omar representan el futuro del Islam. Sería un desastre mayúsculo para la cultura que compartimos, si ese fuera el caso. ¿Quisieran vivir bajo tales condiciones? ¿Tolerarían que su hermana, madre o mujer que aman tuvieran que esconderse de la vista pública y que únicamente puedan salir envueltas como cadáveres?

Quiero ser honesto. Me opuse a la reciente guerra contra Afganistán. No acepto el supuesto derecho de las grandes potencias de cambiar gobiernos cuando afectan sus intereses. Pero no derramo lágrimas por los talibanes que se rasuraron la barba y corrieron de regreso a su país. Eso no significa que aquellos que fueron capturados deban ser tratados como animales ni que les nieguen los derechos elementales consagrados en la Convención de Ginebra.

Como he dicho en otras ocasiones, hoy el fundamentalismo del imperio estadunidense no tiene parangón. Puede pasar por alto todas las convenciones y leyes a su entera voluntad. La razón por la que tan abiertamente maltratan a los prisioneros es para reafirmar su poder ante el mundo -y así humillan a Cuba, por hacer tal trabajo sucio en su suelo y advierten a otros que intenten torcerle la cola al león que el castigo será severo.

Recuerdo cómo, durante la guerra fría, la Agencia Central de Inteligencia y sus reclutas locales torturaban y violaban, en diferentes partes de América Latina, a prisioneros políticos. Durante la guerra de Vietnam, Estados Unidos transgredió casi todas las convenciones de Ginebra. Torturaron y ejecutaron reos, violaron a las mujeres, tiraron a reclusos de los helicópteros para que se estrellaran contra el suelo o murieran ahogados en el mar. Eso sí, por supuesto, todo en nombre de la libertad.

Dado que muchas personas en Occidente creen en ese sinsentido que son las "intervenciones humanitarias", les molestan esos actos pero son relativamente leves si se les compara con los crímenes cometidos por el imperio en el siglo XX.

He conocido a muchos de mi pueblo, en diferentes partes del mundo, desde el 11 de septiembre. Una pregunta que se repite siempre es: "¿cree usted que los musulmanes son lo suficientemente inteligentes como para haber hecho algo así?" Siempre respondo: "sí". Y luego pregunto, a mi vez: ¿quién piensa que es el responsable? Y la invariable respuesta es: "Israel". ¿Por qué?, pregunto. "Para desacreditarnos y para hacer que Estados Unidos ataque nuestros países." Entonces, con gentileza desnudo sus engañosas ilusiones, pero la conversación me entristece. ¿Por qué tantos musulmanes se hallan hundidos en ese sopor? ¿Por qué nadan en tanta autocompasión? ¿Por qué su cielo siempre está encapotado? ¿Por qué siempre hay alguien a quién culpar?

Algunas veces me da la impresión de que no hay un solo país musulmán del que puedan realmente sentirse orgullosos. Aquellos que migraron del sur asiático son tratados mejor en Gran Bretaña que en Arabia Saudita o en los estados del Golfo. Es ahí donde algo debería ocurrir. El mundo árabe está desesperado por un cambio. A lo largo de años, en cualquier discusión con iraquíes, sirios, sauditas, egipcios, jordanos y palestinos, surgen las mismas preguntas. Son recurrentes los mismos problemas. Nos estamos sofocando. ¿Por qué no podemos respirar? Todo parece estático: nuestra economía, nuestra política, nuestros intelectuales. Sobre todo nuestra religión.

Palestina sufre todos los días. Y Occidente no hace nada. Nuestros gobiernos están muertos. Nuestros políticos son corruptos. Nuestro pueblo es ignorado. ¿Sorprende entonces que algunos se adhieran a los islamitas? ¿Quién más ofrece algo en estos tiempos? ¿Estados Unidos? Este ni siquiera quiere democracia, ni siquiera en la pequeña Qatar. Y por una simple razón. Si eligiéramos a nuestros gobiernos, éstos exigirían que Estados Unidos cerrara sus bases. ¿Lo haría? Si ya se queja de la televisora Al Jazeera por tener prioridades distintas de las de Estados Unidos. Estaba muy bien que Al-Jazeera atacara la corrupción de la élite árabe. Thomas Friedman dedicó una columna a alabar a Al Jazeera en el New York Times. Vio que era signo de la democracia que llegaría al mundo árabe. Pero ya no más. Porque democracia significa el derecho a pensar diferente, y Al Jazeera difundió imágenes de la guerra de Afganistán que nadie más mostró en las cadenas televisivas estadunidenses. Así que Bush y Blair le pusieron presión a Qatar para que detuviera esas transmisiones tan poco amistosas.

Para Occidente, la democracia significa creer exactamente en las mismas cosas que creen. ¿Es eso realmente democracia? Si eligiéramos nuestro propio gobierno, en uno o dos de nuestros países el pueblo podría elegir a los islamitas. ¿Nos dejaría Occidente solos? ¿Dejó solos a los militares argelinos el gobierno francés? No. Insistió en que las elecciones de 1990 y 1991 se declararan nulas e inválidas. Los intelectuales franceses describieron al Front Islamique du Salut (FIS) como "islamofascistas", ignorando el hecho de que habían ganado las elecciones. Si se les hubiera permitido convertirse en gobierno, las divisiones que ya existían habrían salido a la superficie. El ejército habría advertido que no tolerarían ningún intento de frenar los derechos garantizados a sus ciudadanos por la constitución. El caos llegó cuando los líderes originales del FIS fueron eliminados y adquirieron peso elementos más lumpen. ¿Debemos culparlos a ellos por la guerra civil o a aquellos en Argel y en París que les robaron la victoria? Las masacres en Argelia fueron horrendas. ¿Unicamente los islamitas son responsables? ¿Qué ocurrió en Bentalha, a 17 kilómetros al sur de Argel, la noche del 22 de septiembre de 1997? ¿Quién asesinó a quinientos hombres, mujeres y niños de la localidad? ¿Quién? El francés que todo lo sabe, Bernard-Henri Levy, asegura que fueron islamitas quienes perpetraron ese hecho tan terrible. Entonces, ¿por qué negó el ejército armas a la población civil para que se defendiera? ¿Por qué dijo a las milicias locales que se fueran esa noche? ¿Por qué no intervinieron las fuerzas de seguridad cuando veían lo que estaba ocurriendo? ¿Por qué piensa el señor Levy que el Magreb debe subordinarse a los intereses de la república francesa y por qué nadie ataca ese tipo de fundamentalismo?

Los árabes dicen: "sabemos lo que hay que hacer, pero cada vez que interviene Occidente retrasa nuestra causa muchos años. Así que si quieren ayudar, que saquen las manos". Eso dicen mis amigos árabes, y yo coincido con esa aproximación. Ahí está el caso de Irán. La mirada occidental se tornó benevolente durante el ataque a Afganistán. Irán era necesario en esa guerra, pero Occidente dejó que observara de lejos. Los fundamentalistas del imperio hablan de un "eje del mal" que incluye a Irán. Una intervención ahí sería fatal. La nueva generación ha experimentado la opresión de los clérigos. No ha conocido nada más. Las historias acerca del sha son parte de la prehistoria. Estos jóvenes, hombres y mujeres, saben una cosa de cierto: no quieren que los ayatolas los gobiernen más. Aunque en años recientes Irán no ha resultado tan malo como Arabia Saudita o el fallecido "emirato de Afganistán", no ha sido bueno para el pueblo.

Hace un par de años conocí a un joven cineasta iraní en Los Angeles. Se llamaba Moslem Mansouri. Había logrado escapar con muchas horas de entrevistas filmadas para un documental que estaba haciendo. Se había ganado la confianza de tres prostitutas en Teherán y las filmó más de dos años. Me mostró algo de su material. En éste le hablaban con mucha franqueza. Decían que los mejores momentos para enganchar clientes ocurrían durante los festivales religiosos. Me hice una idea del tinte del filme, por las transcripciones que me envió. Una de las mujeres le cuenta: "hoy, todo mundo se ve forzado a vender su cuerpo. Las mujeres como nosotras hemos tolerado a un hombre por 10 mil toomans. Los jóvenes necesitan estar en la cama juntos, aunque sea 10 minutos... es una necesidad primaria... los tranquiliza. Cuando el gobierno no lo permite, entonces crece la prostitución. No necesitamos hablar de la prostitución, el gobierno nos quitó el derecho de hablar con el sexo opuesto, libremente, en público... En los parques, en los cines, en las calles, no puede uno hablar con la persona sentada junto a tí. En las calles, si una se dirige a un hombre, el "guardia islamita" te interroga interminablemente. Hoy, en nuestro país, nadie se encuentra satisfecho. Nadie tiene seguridad. Fui a una compañía a conseguir empleo. El gerente, un tipo barbado, me miró a la cara y me dijo: 'te contrato y te daré 10 mil toomans más que el salario'. Yo le dije: 'por lo menos vea si mis habilidades de computación son adecuadas'. Y él me dijo: 'te contrato por lo bonita que estás'. Supe entonces que si trabajaba ahí tendría que tener sexo con él al menos una vez al día. Donde quiera es igual. Fui a una corte familiar, especial para divorcios, y le rogué al juez, al clérigo, que me concediera la custodia de mi hijo. Seré su kaniz (sirvienta. Es una expresión persa que implica estar desesperado, le suplico). ¿Y qué crees que respondió el tipo? Me dijo: '¡no necesito una sirvienta, lo que quiero es una mujer!' ¿Qué puede una esperar de los otros si el clérigo, el encargado de la corte, dice algo así? Fui con el funcionario a que me firmara el divorcio, y me dijo que no me divorciara, que me volviera a casar sin divorciarme, ilegalmente. Porque dijo que sin marido es muy difícil hallar trabajo. Tenía razón, pero no tenía dinero para pagarle... Estas cosas te hacen envejecer más pronto... Una se deprime... Es una tensión que daña a las personas. ¿Habrá alguna manera de salir de esto?"

Moslem Mansouri se perturbó mucho cuando ninguna de las cadenas estadunidenses quiso comprar su película. No querían desestabilizar el régimen de Khatami. Moslem es hijo de la revolución. Sin ella nunca habría podido convertirse en cineasta, pues viene de una familia muy pobre. Su padre es un muezzin y su entorno es ultrareligioso. Ahora él odia la religión. Se negó a pelear en la guerra contra Irak. Fue arrestado. Esta experiencia lo transformó. "La prisión fue dura, pero fue una buena experiencia para mí. Fue en la cárcel donde sentí que alcanzaba madurez intelectual. Estaba en resistencia y disfrutaba la sensación de fuerza. Sentí que me había salvado del corrupto mundo de los clérigos y que ése era el precio que tenía que pagar. Me sentí orgulloso. Después de un año en prisión me dijeron que me liberarían, a condición de que firmara unos papeles en los que declaraba que participaría en los sermones de los viernes y en las actividades religiosas. Me negué. Me dejaron en la cárcel un año más."

Después consiguió un puesto de reportero en un noticiario filmado. "Pensé que mi trabajo en los medios me serviría de cobertura para mis proyectos, documentar los odiosos crímenes del régimen político. Supe que no podría hacer el tipo de películas que yo quería -por las regulaciones, la censura. Ningún guión que escribiera obtendría permiso de la oficina de censura islamita. Supe que perdería tiempo y energía. Así que decidí hacer ocho documentales en secreto. Saqué de contrabando el material de Irán. Debido a problemas de financiamiento, sólo pude terminar la edición de dos documentales: Close up, Long shot, y el otro que se llama Shamloo, the poet of liberty. El primer filme trata de la vida de Hossein Sabzian, el personaje principal del documental dramatizado de Abbas Kiarostami, llamado Close Up. Unos años después del filme de Kiarostami fui a visitar a Sabzian, quien ama el cine. Su mujer y sus hijos se desencontraron con él y finalmente lo abandonaron. Hoy vive en un pueblo en las afueras de Teherán y ha llegado a la conclusión de que su amor por el cine terminó siendo su ruina. En mi documental él dice: 'la gente como yo termina destruida en las sociedades donde vive. Nunca puede uno presentarse, expresarse. Hay dos tipos de muertos: los que yacen y los que caminan. ¡Nosotros somos los muertos que andan!"

Podríamos encontrar historias como ésta y otras peores en cada uno de los países musulmanes. Hay gran diferencia entre los musulmanes de la diáspora -cuyos padres migraron a tierras occidentales- y aquellos que siguen viviendo en la Casa del Islam. Estos últimos son más críticos, porque la religión no es crucial para su identidad. Se da por sentado que son musulmanes. En Europa y América del Norte las cosas son diferentes. Hay ahí un multiculturalismo oficial que enfatiza la diferencia a expensas de todo lo demás. Su surgimiento se correlaciona con un declive en la política radical. Los términos "cultura" y religión" son sustitutos eufemísticos, suavizados, de la inequidad socioeconómica -como si la diversidad, y no la jerarquía, fuera el aspecto central en las sociedades europea o estadunidense contemporáneas. He hablado con musulmanes del Magreb en Francia, de Anatolia en Alemania, de Paquistán y Bangladesh en Gran Bretaña, de muchas otras partes en Estados Unidos, y con algunos cuantos sudasiáticos en Escandinavia. ¿Por qué será, me pregunto con frecuencia, que tantos son como tú? Se volvieron mucho más ortodoxos y rígidos que los robustos y vigorosos campesinos de Cachemira y Punjab, que llegué a conocer bastante bien. El primer ministro británico era un gran creyente en las escuelas de un solo credo. El presidente estadunidense termina sus discursos con el Dios salve a América y Osama comienza y termina sus entrevistas televisivas alabando a Alá. Los tres tienen derecho a hacerlo, igual que yo tengo el derecho a mantenerme comprometido con la mayoría de los valores de la Ilustración. Esta atacó la religión -el cristianismo, principalmente- por dos razones: por ser una serie de engaños ideológicos y por ser un sistema de opresión institucional, con inmensos poderes de persecución e intolerancia. ¿Por qué abandonar cualquiera de estos legados hoy día?

Espero que no me malentiendas. Mi aversión hacia la religión no se confina al Islam únicamente. Y no ignoro el papel que en el pasado han jugado las ideologías religiosas para mover el mundo. Fue el choque ideológico entre dos interpretaciones rivales del cristianismo -la reforma protestante versus la contrareforma católica- lo que condujo a explosiones volcánicas en Europa. Ahí hay un ejemplo de cómo debates intelectuales filosos, alimentados por las pasiones teológicas, condujeron a una guerra civil y después a una revolución.

La revuelta holandesa del siglo XVI contra la ocupación española fue disparada por el ataque contra las imágenes sacras en nombre de la rectitud confesional. La introducción de un nuevo libro de oraciones en Escocia fue una de las causas de la revolución puritana en la Inglaterra del siglo XVII, y la renuencia a tolerar el catolicismo disparó otra más en 1688. No cesó el fermento intelectual y un siglo después las ideas de la Ilustración alimentaron los hornos en la Francia revolucionaria. La Iglesia de Inglaterra y el Vaticano se aliaron para combatir la nueva amenaza, pero las ideas de una soberanía y una república populares eran muy fuertes y no pudieron cercenarse. Casi puedo oír tu pregunta: ¿y eso qué tiene que ver con nosotros? Mucho en verdad, amigo mío. Europa occidental ha sido incendiada por las pasiones teológicas, pero en ese momento comenzaban a trascenderse. La modernidad estaba en el horizonte. Esta fue una dinámica que la cultura y la economía del imperio otomano nunca pudieron imitar. La división entre chiítas y sunitas llegó demasiado pronto y se congeló en dogmas rivales. La posibilidad de disentir, para este momento, fue borrada virtualmente del Islam. El sultán flanqueado por sus eruditos religiosos dominó en un Estado-imperio que iba a desvanecerse y morir.

Si así estaban las cosas en el siglo XVIII, esto es mucho más cierto hoy. Tal vez la única manera en que los musulmanes descubran esto es mediante sus propias experiencias, como en Irán. El surgimiento de la religión se explica parcialmente por la falta de alternativas al régimen universal del neoliberalismo. Tu descubrirás que conforme los gobiernos islamitas abran sus países a la penetración global, se les permitirá hacer lo que les parezca en el ámbito sociopolítico. El imperio estadunidense ha usado antes al Islam y volverá a hacerlo. He aquí el reto. Tenemos la desesperada necesidad de una reforma islámica que barra con el conservadurismo enloquecido, con el atraso de los fundamentalistas, pero que, más que eso, abra el mundo del Islam a nuevas ideas, unas más avanzadas de las que pueda ofrecer Occidente. Esto requeriría la estricta separación entre el Estado y la mezquita. La disolución de los clérigos, la afirmación de los intelectuales musulmanes en su derecho a interpretar los textos que son propiedad colectiva de la cultura islámica como un todo. La libertad de pensar libre y racionalmente y la libertad de imaginar. A menos que nos movamos en esta dirección, estaremos condenados a revivir viejas batallas y a pensar no en un futuro más rico y humano, sino en cómo movernos del presente al pasado. Esta es una visión inaceptable.

Ya dejé mi pluma correr predicando mis herejías por largo rato. Dudo que yo cambie, pero espero que tú lo hagas.

Traducción: Ramón Vera Herrera

* Tariq Ali es editor de New Left Review y colaborador frecuente de CounterPunch. Este artículo fue extraído de su nuevo libro The Clash of Fundamentalisms: Crusades, Jihads and Modernity (El choque de fundamentalismos: cruzadas, jihads y modernidad), publicado por Verso.

 
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