Hamlet 2005
Antes, para salir en la televisión era indispensable ser famoso. En cambio, ahora, para triunfo de la democracia, todos tenemos la oportunidad de aparecer en su pantalla. Incluso sin haber hecho nada notable: como simple parte del público invitado como espectador, fondo de telón obediente y que aplaude, ríe o llora según la señal del presentador. También es posible pasar en la tele, en ocasiones que han dejado de ser insólitas, gracias a un robo, un crimen, un delito cualquiera, sea como autor, sea como víctima.
Digamos que en el protocolo televisivo, la fama, antes obligatoria para aparecer en las pantallas, ha dejado de preceder a la aparición y es ésta la que cubre de fama al dichoso televisado.
Hace no muchos años, existían aún escritores como el invisible Blanchot, el silencioso Cioran o el oculto Beckett que se negaban a aceptar una invitación a los estudios y cerraban sus puertas a las cámaras. En la actualidad, si 25 de cada cien franceses desean publicar un libro y están incluso dispuestos a pagar por ver editada su prosa o sus versos, me pregunto si un buen porcentaje no tiene esos afanes literarios sino para salir en la televisión. Y lo mismo podría acaso decirse de otros oficios sólo practicados con la noble meta de ser interrogado ante las cámaras: lucha libre femenina, prostitución, trasvestismo, narcotráfico, tortura a la manera de los heroicos soldados enviados a Irak por Bush y quienes se sacaron magníficas fotos de inmediato lanzadas por Internet.
Es muy probable que tuviese un gigantesco éxito editorial un manual de consejos para lograr ser filmado por los camarógrafos de la televisión. Recomendaciones para todos los gustos. De los más modestos a los más ambiciosos. La manera, por ejemplo, de colocarse en la calle tras un presentador y no dejarse quitar el puesto por otro mientras se saluda y se sonríe a los telespectadores. En esto tienen gran experiencia, la cual debería estudiarse con seriedad, muchos políticos que así comenzaron su carrera. Pueden darse también consejos para conseguir un buen asiento en las gradas de un estudio -algunas revistas femeninas se me han adelantado dando consejos sobre el maquillaje, el escote y la ropa más original y vistosa-. Hay, ¿por qué no?, quienes prefieren aparecer como víctimas y relatar, entre llantos y lamentos, los abusos de un hombre, familiar o no, la caída en la droga, una vida de golpizas: aquí, las variantes abundan, pero comienzan a desgastarse con el uso. Hubo también el ejemplo reciente en los noticiarios con mayor público de un tipo que parece feliz por haber matado "a la infiel" y jura que, al salir de la cárcel, irá a enfriarse al que lo hizo cornudo: todo esto con una gran sonrisa que me hizo preguntarme si era dichoso por el asesinato cometido o por el anunciado, cuando me percaté de que el individuo en cuestión sonreía a las cámaras y dirigía un saludo al público.
La Tv engendra un acto extraño, casi mágico. Concede una especie de nueva existencia, una resurrección a aquéllos que corona. Quien sale en ella previene a familia y amigos: ¡Van a verme en la tele! Todos miran, conmovidos de asistir al nuevo nacimiento. Después, cuando se posee la certeza de que su imagen fue vista en las pantallas, esta imagen cobra más realidad que uno mismo. A la manera de algunas sectas que practican el born again, la Tv permite un bautizo semejante. Oír decir: "Te vi en la tele" es una frase perturbadora. La persona se pregunta si existía antes. La Tv otorga un certificado de existencia superior al acta de nacimiento. Es una prueba. Y los espectadores se comportan como Santo Tomás: esperan ver las llagas para creer. Negarse a salir en la tele es correr el riesgo de la nada, hacer dudar de la propia existencia. ¿Está seguro de existir si no se le ha visto en ella?
La cuestión nos transporta a altitudes metafísicas y, hoy, Hamlet ya no interroga el cráneo de Yorrik, medita frente a la pantalla: "To be or not to be?", en una traducción contemporánea convertida en: "¿Aparecer o no aparecer en la televisión?"