Destacada actuación de los solistas y coros
La Octava Sinfonía de Mahler cobró vida en Bellas Artes
El profesionalismo de la OSN fue el complemento de la obra
La música de Gustav Mahler inundó el recinto cultural más importante del país en toda su plenitud la noche del viernes, cuando la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) puso en vida un portento: la Octava Sinfonía del compositor austriaco con decoro y el desempeño deslumbrante de los ocho cantantes solistas, además del espléndido rendimiento de los coros, todos bajo la dirección de Enrique Diemecke, quien así festeja sus 15 años al frente de la orquesta más antigua de México.
El concierto inició una hora más tarde de lo programado debido al paro de labores que realizaron los trabajadores del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Luego de intensas negociaciones, 10 minutos antes del concierto se llegó a un acuerdo, lo cual fue festejado con estruendo en el pórtico bellasartiano.
Al 10 para las nueve el público pudo por fin ingresar al recinto donde ya la orquesta y los coros estaban listos para el concierto, en una ejemplar demostración de profesionalismo.
El caos y los músicos
Como es su costumbre, Enrique Diemecke tomó un micrófono y puso la tensión en el escenario, pues sin que viniera el caso puso el símil de la situación con el hundimiento del Titanic el 14 de abril de 1912, cuando los músicos "a pesar del caos, siguieron tocando".
El director de la Sinfónica Nacional, que como tal es un funcionario del gobierno, insistió: "no nos rendiremos, esto es una lucha" en una ambigüedad que pudo haber aludido al orgullo profesional de los músicos pero su mención al "caos" y a la lucha pudo haber significado una toma de posición en contra de las luchas laborales de los músicos que dirige y de los trabajadores en paro.
Lo que sí fue claro tras esa ambigüedad fue una tensión innecesaria que bien pudo haberse traducido en la suspensión del concierto, pues algunos atrilistas parecían sentirse afectados en sus luchas sindicales pero finalmente la velada transcurrió con el decoro profesional de una orquesta que ha declinado en fechas recientes su rendimiento y con el empuje de un director talentoso, con dotes de gran músico pero con notorios altibajos.
En la entrevista que publicó La Jornada hace un par de días, Diemecke declaró al reportero Angel Vargas que quiere ser recordado como "el director que hizo de los conciertos un espectáculo", lo cual tiene congruencia con su costumbre de tomar el micrófono antes y después de los conciertos creando anticlímax antimusicales en un afán bienintencionado de "desolemnizar" la música de concierto, tan manoseada por esnobs y tan denostada y malinterpretada como "música para ricos y entendidos", como si una persona normal no tuviese inteligencia y sensatez.
El legado del maestro Eduardo Mata, ese gran formador de públicos y melómanos, y quien además es a quien debemos en México el conocimiento de la música de Gustav Mahler, viene a colación en tratándose de un director que bailaba en el podio pero nunca incurría en desfiguros. O bien ese otro mahleriano sublime, Leonard Bernstein, quien también bailaba y formó públicos pero en conciertos de formato francamente didácticos, mientras sus conciertos formales eran eso, conciertos y él era un intermediario, un compartidor de maravillas, que es el papel de los directores de orquesta, traductores del pensamiento musical que está en las partituras, no en chistoretes, anécdotas o shows.
Las buenas intenciones de Enrique Diemecke en "masificar" la música de concierto han recibido por igual críticas de melómanos que beneplácito de los públicos educados en la lógica de la televisión masiva. Al terminar su interpretación de la Octava de Mahler, luego de lograr momentos sublimes, Diemecke nuevamente tomó el micrófono para otro de sus anticlímax: recurrió a su conocido "ahora pueden decir que cantaron en Bellas Artes" y dijo cosas como esta: "cuando estén tristes, pongan música triste y harán catarsis" y repitió el pasaje final de la sinfonía, una música que no es triste sino metafísica, pero en la congruencia de Diemecke sonó melodramática, cuando en realidad es dramática en el más estricto y literal y artístico y creativo sentido del término.
Finalmente, la alta calidad de los cantantes solistas y el profesionalismo de los integrantes de la OSN conjuntaron un acontecimiento ciertamente exitoso, ejemplar, admirable y plausible. Poner en vida, vivir la Octava Sinfonía de Gustav Mahler es, a final de cuentas, una de esas cosas que suceden pocas veces en una vida.
Albricias.