Usted está aquí: martes 28 de junio de 2005 Política En los caracoles, normalidad disimulada; listos para lo que sigue, expresan indígenas

La consulta en las comunidades presagia una nueva etapa del movimiento zapatista

En los caracoles, normalidad disimulada; listos para lo que sigue, expresan indígenas

Crisis en el hospital de campo de Guadalupe Tepeyac; ante ello el gobierno hace mutis

HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO

Ampliar la imagen Oventic, municipio de Larr�zar FOTO V�or Camacho Foto: V�or Camacho

La Realidad, Chis. 27 de junio. Al cumplirse una semana de la alerta roja general del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), los campesinos rebeldes siguen sus días y trabajos expectantes, reservados. Los hombres y mujeres van y vienen, saludan sin detenerse, cargan leña, suben a la milpa, se empapan con los muy tropicales aguaceros. Por lo demás, las familias se recogen en sus casas. El compa que estaba construyendo un dormitorio o un corral, prosigue ayudado por un sobrino o compadre, como es lo habitual. La familia que necesitaba vigas para renovar sus techos baja del monte con los palos.

El pasado fin de semana no hubo transmisiones de Radio Insurgente. Y menos hoy lunes. Eso agranda un poco más el silencio, que se extiende hacia la escuela y las instalaciones de gobierno autónomo, tanto del municipio San Pedro de Michoacán, como el caracol de la región tojolabal y selva fronteriza. Tampoco trabajó el transporte público zapatista. Los vehículos del municipio quedaron estacionados en algunos ranchitos del camino, bajo cobertizos. En la comunidad Rancho Nuevo, el siempre activo camión de carga llamado El Chómpiras está quieto.

La vida es normal, y a la vez no. Los representantes de La Realidad se limitan a decir a los reporteros que no podemos permanecer mucho tiempo en la comunidad y que el caracol Madre de los caracoles del mar de nuestro sueño, no sólo está cerrado por alerta roja, sino inaccesible para los visitantes.

El ambiente es similar en Guadalupe Tepeyac, San José del Río, Chayabes y otras poblaciones del municipio zapatista: una acentuada tranquilidad que cubre sin ocultar el efecto de una alerta roja y el transcurso de una consulta interna que preludia una nueva etapa.

Mientras en los círculos políticos, académicos, oenegeros y periodísticos de San Cristóbal de las Casas lleva días girando una ruleta de especulaciones sobre ''cuándo y qué'', las bases de apoyo zapatistas no revelan ninguna pista. Si aprovecháramos que el gobierno foxista puso de moda el tema de los casinos, aun sin permisos de la Secretaría de Gobernación aquí podrían aceptarse apuestas, en un rango que va desde quienes desdeñosamente no creen ''que pase nada'', hasta los que esperan algo tan grande como su propia fantasía.

Los indígenas sólo dan una señal resumida en el ''aquí vamos a estar esperando a que terminen todas las asambleas de consulta'', que expresa un hombre en San José del Río sentado junto al camino. ''Listos para lo que sigue'', agrega. Horas después sabríamos qué: la sexta declaración de la selva Lacandona.

Historia de dos hospitales

En materia de salud, las regiones indígenas de Chiapas deberían considerarse también en alerta. Ahora y siempre. Pero en estos momentos de expectación resaltan más los contornos del problema.

En Guadalupe Tepeyac, el hospital de campo del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) atraviesa una crisis que el gobierno no parece dispuesto a resolver: falta de medicamentos y médicos especialistas (cuando menos ginecólogo y pediatra); deterioro del edificio (una parte del techo del área de hospitalización está en peligro de derrumbarse).

El principal servicio que se presta aquí es el de ambulancias para sacar a los enfermos graves a hospitales de verdad en Comitán o Las Margaritas. Y habrá quien diga que peor es nada, al fin que los pacientes son sólo indios, bien buenos para aguantar los condenaos.

Un grupo de preocupados trabajadores del nosocomio conversa informalmente con el enviado. Aseguran que el IMSS se niega a atender sus demandas. Dos veces los ha dejado plantados el doctor Samuel Efrén Orrico Torres, delegado estatal de la institución. Los trabajadores de Guadalupe Tepeyac lo han buscado hasta Tapachula, que es donde atiende el funcionario. Pero no les hace caso. Este martes lo esperan aquí nuevamente. Es la tercera llamada desde mayo. Dudan que llegue.

Dicen contar con el respaldo del secretario general de la sección 14 del Sindicato Nacional de Trabajadores del Seguro Social, José Luis Casahonda, y de la dirigencia nacional. Se quejan del trato que les han dado anteriormente algunos reporteros (incluido este enviado): ''No se dan cuenta de que sólo somos parte de una cadena'', se justifica uno.

''Hemos tenido problemas grandes, cualquier día puede suceder una desgracia'', agrega una enfermera. ''Recibimos la presión de los familiares de los enfermos, pero hay muchas cosas que no podemos resolver aquí.''

El hospital, inaugurado por Carlos Salinas en 1993, nació con vocación de símbolo del desarrollo, y devino gran elefante blanco de la selva Lacandona, muestra de la simulación gubernamental durante los últimos 12 años. Tras el levantamiento sirvió de sede a la Cruz Roja Internacional, hasta el 9 de febrero de 1995. De nuevo bajo el IMSS, acompañó la ocupación militar durante seis años, y vió retornar a los pobladores luego de otros tantos años de exilio en la montaña.

Los trabajadores inconformes insisten en que no tienen actualmente conflictos con los tepeyaqueros, quienes no son sus principales usuarios, pero sí sus vecinos. ''Los zapatistas tienen sus propios servicios de salud'', explican.

No lejos, en la comunidad San José del Río, se encuentra la clínica-hospital autónoma para los municipios rebeldes San Pedro de Michoacán, Tierra y Libertad, General Emiliano Zapata y Libertad de los Pueblos Mayas. ''Vivan los pueblos que sufrieron al construir este hospital'', proclama uno de los muros del edificio, donde ya se han formado unos 120 promotores de salud, se han practicado algunas cirugías programadas, y por fin hay un médico de planta.

Cualquier comparación con el hospital del Seguro Social se da en un terreno desigual y resbaloso, como la selva misma. Aquí también el servicio de consulta es permanente, más limitado pero más barato que el institucional. Apenas se inauguró este 4 de junio el puente sobre el río, para dar acceso a la clínica autónoma, construida y equipada con apoyo solidario de colectivos de Italia, Alemania, Suiza, Estados Unidos y México.

Los promotores que trabajan esta mañana informan que hay dos enfermos hospitalizados, pero no permiten nuestro acceso al edificio. Funcionan también la farmacia, el laboratorio clínico y la consulta externa. Cuentan con una sola ambulancia. Ningún trabajador aquí recibe sueldo. Cumplen su cargo comunitario por propia voluntad, y enfrentan sus carencias sin quejarse de ningún patrón, porque la clínica es de todos.

Un curioso mural adorna la sala de espera, casi un portal frente al jardín y el río. En un segundo plano de la escena (el pasado) el ex presidente Carlos Salinas de Gortari y Hernán Cortés cortan con un serrote el tronco de un árbol. Salinas lleva al pecho la banda presidencial, y en la solapa, muy pequeños, los emblemas del PRI, el PAN y el PRD. Cortés, sólo un cuchillo al cinto. En primer plano (el presente), un nuevo árbol crece sobre el muñón derribado, y lo abrazan un insurgente de pasamontañas, un indígena y algunas personas de la sociedad civil.

 
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