Usted está aquí: martes 28 de junio de 2005 Opinión La porno en Irak

Pedro Miguel

La porno en Irak

En algún momento indeterminado de esta guerra la BBC de Londres, si mal no recuerdo, difundió un reportaje sobre el surgimiento post Saddam de un comercio floreciente de videos y revistas porno en los bazares iraquíes. Desde el derrumbe del viejo régimen de Bagdad, hace 27 meses, he masticado cuanta información periodística se me atraviesa sobre la situación de la gente en el país invadido. De toda esa masa noticiosa infiero que, hasta ahora, el principal beneficio que han obtenido los iraquíes de la intervención militar estadunidense es la posibilidad de abastecerse de pornografía en las calles sin que nadie los moleste. No es que tenga algo contra del consumo de productos con sexo explícito o que comparta en alguna medida la abominación que sienten ciertos fundamentalistas cristianos e islámicos contra esa clase de materiales, pero me parece que, en el caso de Irak, el precio por el libre acceso a ellos resulta desproporcionado: decenas de miles de muertos, centenares de miles de heridos, una destrucción material incalculable, pérdida total de la seguridad pública, graves carencias de electricidad y agua potable, grave deterioro de los servicios de salud y educación, imposibilidad de libre tránsito, deterioro terrible del nivel de vida previo a la invasión -de por sí castigado, entonces, por las sanciones internacionales impuestas al país-, dislocación del tejido social y de la convivencia entre chiítas, sunitas y kurdos...

George Walker no menciona el comercio de pornografía en los bazares callejeros de Bagdad como uno de los logros de su gobierno en la nación árabe. Habla, en cambio, de la paz, la democracia y la libertad. Tampoco refiere que la intervención militar en Irak ha generado la proliferación de una subespecie de videos ofensivos, cercanos al snuff: los de las decapitaciones de rehenes a manos de carniceros que citan a Alá. Por lo demás, al ritmo diario de 20 o 30 muertos es difícil hablar de paz en Irak, la democracia se ha ejercido para conformar un gobierno nacional que no existe fuera de sus oficinas fortificadas, y los iraquíes no pueden ejercer más libertad que la ya señalada de comprar películas y revistas cachondas, un éxito muy relativo si se tiene en cuenta que no es algo que les guste a todos; es más, intuyo que, por razones culturales, religiosas o de simple inclinación personal, la porno les choca a la mayor parte de los habitantes de la vieja Mesopotamia. Por lo demás, cualquiera que se tome la libertad de protestar contra la ocupación puede ir a parar a Abu Ghraib o a otro sitio peor, y muchos de los antiguos esbirros y torturadores de la dictadura de Saddam -los que siguen vivos, al menos- han sido recontratados por los militares ocupantes y por sus ayudantes locales.

Si para los ocupados el principal beneficio tangible de la guerra es la superación de las severas restricciones que pesaban sobre materiales impresos y videográficos "decadentes", para los ocupantes el balance es menos preciso. Sin duda, en estos 27 meses los fabricantes estadunidenses de armamento, las empresas proveedoras de seguridad e inteligencia y los distribuidores de raciones precocinadas han colocado sus productos a un ritmo frenético, pero no está muy claro que eso baste para darle un empujón significativo a la economía. El conflicto de Irak no le ha generado a Bush pretextos adicionales a los que consiguió el 11 de septiembre de 2001 para impulsar su lucha contra la vigencia de las libertades civiles y los derechos humanos, y en el momento actual el empantanamiento militar empieza a tomar los rasgos de una derrota política, con 51 por ciento de la población estadunidense en contra de la guerra y con mil 742 ataúdes (muchos simbólicos, porque a veces las explosiones de minas y coches bombas no deja cadáveres propiamente dichos, sino sólo pequeños fragmentos) invertidos en el conflicto.

Con la incertidumbre a cuestas de muchos años más de muertes, lesiones, estallidos, detenciones y torturas, con la furia inmanejable de los que entierran a sus muertos, tanto en el país agresor como en el agredido, con las pruebas palpables de la estupidez de esta guerra, era inevitable que los militaristas de Washington tiraran a la basura sus frases de propaganda ("no negociaremos con los terroristas") y buscaran, tarde o temprano, contactos con los líderes de los movimientos iraquíes de resistencia. A la larga terminarán negociando con ellos los términos de un repliegue que no podrá ser honorable. Por lo pronto, entiendo que tanto a Bush y sus iluminados cristianos como a los fundamentalistas musulmanes de la insurgencia iraquí les choca la pornografía. Ya tienen, al menos, un posible punto de acuerdo.

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