Europa no está lejos
La paciencia de los mexicanos se ha puesto a prueba más de una vez en estos difíciles años de la transición. Si algo se ha mostrado ha sido la reiterada voluntad de ejercer su ciudadanía por parte de amplias y diversas capas sociales, en la que se ha basado la mínima estabilidad requerida para la convivencia social. De alterarla se han encargado otros.
Por desgracia no puede decirse que los políticos hayan estado a la altura de estas virtudes básicas. En ellos, la impaciencia ha ido de la mano con la improvisación arrogante e irreflexiva, con la que se quiere sustituir el pragmatismo histórico que caracterizó por décadas al Estado de la posrevolución.
Relevado el pragmatismo por el oportunismo corriente, lo histórico que nos quedaba se desvanece entre ocurrencias y anécdotas que quieren hacerse pasar por memoria. A esto último coadyuva con entusiasmo un curioso "revisionismo" histórico volcado a demoler la historia acartonada que nos legó la visión oficial autoritaria, para caer sin mayores reparos en la reconstrucción de absurdas leyendas negras de nuestra evolución, como la de los 70 años perdidos que tanto entusiasmaba al candidato Fox cuando prometía a sus fieles una revolución como la cristera.
El resultado es un subdesarrollo rampante del discurso político plural y de la lucha abierta por el poder que emana de la democracia apenas alcanzada. En este subdesarrollo político hoy se condensan ominosamente el atraso cultural, el empobrecimiento masivo y la parálisis económica.
Tal vez sea por todo esto que las lecciones europeas de las últimas e intensas semanas nos queden grandes y nos parezcan lejanas. Del "no" francés y holandés se pasó sin trámite a la crisis de la Cumbre de Bruselas y al discurso preinaugural de Tony Blair ante el Parlamento Europeo, como presidente en turno de la Unión Europea (UE). Más allá de los encontronazos verbales, lo que sobresale es la impronta reflexiva de los ciudadanos y la búsqueda incesante y abierta de sus políticos, de la hebra que pueda llevarles a salir del laberinto constitucional y descubrir las claves de la Europa unificada.
El litigio fue disfrazado en Bruselas de puja por un presupuesto minúsculo que no supera el uno por ciento del PIB europeo, y aderezado por las invectivas de Chirac contra Blair, a cuyos argumentos calificó de patéticos. Este último puso de su parte una arrogancia jubilosa que lo lleva a ver en la crisis una oportunidad de oro para replantear los términos del camino unificador: más mercado único y ampliado, que una unificación política alejada de los sentimientos y los temores de sus pueblos, propone Albión.
Pero mercado unificado, insisten Blair y su canciller Straw, no quiere decir traer de vuelta a la Thatcher. Para vivir con éxito la nueva ronda de globalización que toca a las puertas de Europa, reiteran, es preciso reformar y remendar el sistema de protección social que tanto sudor costó construir a partir de la segunda posguerra, y es aquí donde empieza lo difícil.
Nuevas redes y conversaciones entre el Estado y el mercado proponen los británicos una y otra vez; pero en Francia y Alemania, Holanda o Suecia, después de la cruda del "no" y en medio del desplome de Schroeder, muchos vuelven a preguntarse en serio por la viabilidad de los derechos sociales fundamentales construidos por los estados de bienestar en más de 50 años de "consenso socialdemócrata". Frente a lo que queda de este acuerdo fundamental, sin el cual la Europa actual es inconcebible, está una desregulación agresiva y el relativo abandono de una solidaridad social que tanta modernidad y tanta celebridad le dieron a la salud y la seguridad social británica en la segunda mitad del siglo XX.
La disputa es por el futuro de Europa y por la calidad social de su economía y de su mercado único. Lo del presupuesto de la UE, incluida la suma destinada a proteger la agricultura francesa y española (0.4 por ciento del PIB) es más bien simbólico. En abuso de la retórica, Blair machaca: lo que está en juego es el rumbo y el contenido de la unificación que nadie cuestiona como tal. De aquí su insistencia en comparar la protección agrícola con el gasto en ciencia y tecnología, ocultando que lo fundamental a este respecto está todavía a cargo de los estados nacionales.
El debate no termina y nadie pretende darlo por concluido. Ahí reside la modernidad y el vigor de la vieja, la nueva o la rejuvenecida Europa, y de aquí la ridiculez de los epítetos con que Rumsfeld y Kagan quisieron ahondar el conflicto europeo en las vísperas de la invasión a Irak.
La lección parece inequívoca: la política moderna tiene objetivos y adjetivos que hay que decir en voz alta para estar a la altura de una ciudadanía madura, se equivoque o no, como pudo haber ocurrido en Francia. Europa no está lejos pero nos queda grande. Más por los políticos que por los pueblos, aunque nuestros índices de comprensión de lectura estén tan debajo. Parece que otras capacidades de entendimiento y sensibilidad son las que fallan seriamente, pero se encuentran arriba más que en el llano.