Usted está aquí: domingo 3 de julio de 2005 Cultura Chacharear en los tianguis, práctica atávica del chilango

MEMORIA DE LA CIUDAD / LAGUNILLA, EL MERCADO DE PULGA DE MAYOR TRADICION

Chacharear en los tianguis, práctica atávica del chilango

OTHON LARA KLAHR

Ampliar la imagen Aunque ya no es negocio la venta de antig�dades, hay un inmenso placer en la exhibici�OTO Jes�llaseca Foto: Jes�llaseca

La costumbre de los chilangos de comprar y vender en los tianguis es atávica: siglos antes de la conquista ya había en el territorio que hoy ocupa la ciudad de México una intensa actividad comercial, y al arribo de los españoles era tan dinámico el comercio que "ya querría haber acabado de decir todas las cosas que allí se vendían, porque eran tantas (y) de diversas calidades, que para que lo acabáramos de ver e inquirir (...) en dos días no se vería todo", refiere Bernal Díaz del Castillo en Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.

Y en sus Cartas de relación, Hernán Cortés estimó que en el tianquiztli de Tlatelolco "hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo (...) todos los géneros de mercadurías que en todas las tierras se hallan (...)"

Pero a diferencia de la urbe de hoy, en la ciudad que Cortés describió "cada género de mercadería se vende en su calle, sin que se entremeta otra mercadería ninguna, y en esto tienen mucho orden".

El antecedente directo de la actividad de chacharear -es decir, comprar, vender e intercambiar todo tipo de objetos usados- podemos ubicarlo en el mercado de Baratillo, que en el siglo XVII se situaba en el Zócalo actual. Al respecto, Jorge Olvera Ramos refiere que en 1609 el virrey en turno prohibió que los llamados baratilleros "de viejo" instalaran sus "mesillas" o puestos en la plaza principal, por la "gran inquietud que despertaba en las autoridades la abundancia de hombres libres que pululaban por el reino y las ciudades sin oficio ni residencia permanente". ("El mercado de bastimentos de la Plaza Mayor". Revista A pie. Crónicas de la ciudad de México, abril-junio 2004).

Hoy, miles de baratilleros concurren en los mercados de pulga de la ciudad, entre los cuales destacan los de La Lagunilla, Tepito, Santa Cruz Meyehualco, Santa Martha Acatitla y el de San Felipe de Jesús.

Lo compré en La Lagunilla

De los tianguis de chácharas citadinos, es el de mayor tradición. Desde siempre, los chilangos han oído o dicho la frase: "lo compré en La Lagunilla", y a todos hace recordar algún pasaje de su vida. Como esa escena de domingo, borrosa como un sueño por el paso del tiempo: el escritor Juan José Arreola, con su traje de terciopelo azul como de utilería teatral y su discreta elegancia de don Juan, hojeando libros viejos de puesto en puesto y empinando de vez en cuando su anforita de plata abastecida con whisky. O aquella anécdota de que el ingeniero Guillermo González Camarena, nuestro mítico inventor mexicano del televisor a colores, recorría los puestos de chácharas de Tepito y La Lagunilla en busca de piezas con las cuales construyó su primera cámara de video, en 1934.

En su edición de los años 70 del siglo pasado, la Enciclopedia de México menciona a un vendedor célebre en La Lagunilla de esa época: El Chacharitas, "quien vende toda clase de antigüedades y chucherías y es el más popular" del mercado. El Chacharitas adquirió fama entre coleccionistas mexicanos y extranjeros porque acumulaba objetos de gran valor en una enorme bodega, a precios elevadísimos, pero sabiendo negociar se podían conseguir rebajas considerables.

Con esos antecedentes, buscamos rastros del personaje en ese tianguis que, dicho sea de paso, se ha nutrido en tiempos recientes de un importante contingente de representantes de la contracultura subterránea: rockqueros, darketos, skatos, punketos y demás especímenes provenientes del cercano tianguis sabatino del Chopo. Finalmente pudimos localizar en su puesto a Gabriel González Contreras, quien refirió que entre 1960 y 1970 su tío, Ignacio Contreras, mejor conocido como El Chacharitas, fue un comerciante emblemático del lugar. Gabriel afirma que, además de su tío, "somos una familia de comerciantes en antigüedades y objetos de arte. Yo asisto aquí desde los seis años, cuando todavía existía el trenecito que venía de La Villa. Entonces vivíamos en la calzada de Guadalupe".

-¿Recuerda algún cliente en especial?

-Para nosotros todos los clientes son importantes, trátese de Irma Serrano, el doctor Adam Corder, Jacobo Zabludovsky, Eduardo Manzano, Ava Vargas...

Para abastecerse de mercancía, explica, "vamos a domicilios particulares, a otros tianguis y a los pueblos". Acerca de cómo desarrolló "el ojo" para determinar que una pieza es valiosa,
explica:

-Realmente una pieza, como las personas, vale por sí misma. Es cuestión de decir: me la llevo porque me gusta. Básicamente nosotros compramos lo que nos gusta y que quisiéramos tener en nuestra casa o en nuestro negocio, pero como no tenemos casa ni negocio, lo que hacemos es adquirirla para traerla aquí.

-¿No se encariña con los objetos? ¿Le ha dolido vender alguno en especial?

-Sí. A todas las cosas que vendemos, aparte de su valor artístico, les impregnamos ese otro valor, que es el gusto de haberlas tenido.

Señala dos cascos de soldado, y explica que son de la época porfiriana y fueron hechos en Alemania para el Ejército Mexicano. Los vende en 15 mil pesos cada uno. Dice que se los compró al cineasta Manuel Contreras, ya fallecido.

Ante el comentario de que esos objetos deberían estar en un museo, asevera que "aquí hemos tenido piezas de gran valor para la cultura nacional, pero las autoridades no se interesan en absoluto" por ellas. "Tengo un proyecto museográfico, pero nadie le ha hecho caso. Estoy buscando el patrocinio de instituciones para llevarlo a cabo. No le doy más detalles, porque en este país todo se clona, hasta los chones..." Sólo accede a informar que tiene una colección que alcanzaría para integrar un museo.

-¿Es buen negocio la venta de antigüedades?

-Ya no, pero sí es un placer inmenso. Hace rato vendí un libro que corrobora la época y la autenticidad de un objeto francés que un cliente compró, que representa al Rey Sol, Luis XV. Es una experiencia fabulosa, porque confirma que aquí se encuentra historia, no sólo objetos aislados, sin valor.

Informa que "somos cuando menos 20 miembros de la familia, cada quien con su puesto y su mercancía", y por último menciona la necesidad de preservar este espacio, que está siendo engullido por la globalización mercantil y la degradación urbana. Propone para ello crear una plaza de antigüedades, donde se dignifique este mercado de tanta tradición.

-Así como les han dado espacios a los vendedores ambulantes, a los fayuqueros y a los pirateros, el gobierno podría rescatar este tianguis, que data de los años 30 del siglo pasado -puntualiza este representante de la dinastía Contreras.

Cerca, un radio Philco suena tan campante como cuando salió a la venta, a principios del siglo XX; sus bocinas emiten con fuerza los acordes de un danzón de Acerina mientras conversamos con el librero Carlos Ibarra. Indica que vende parte de su biblioteca con el objetivo de crear el museo de la tarjeta postal. Explica que la importancia de la deltiología o estudio de las tarjetas postales, radica en que éstas permiten ver cómo era una ciudad, sus edificios y calles en épocas pasadas, lo cual es imprescindible en México, donde "si a algo nos hemos dedicado es a destruir nuestro patrimonio arquitectónico". Informa que el profesor Jesús García Olvera, ya fallecido, fue el iniciador del acervo de tarjetas postales que conformará el museo, conformado por cerca de 30 mil piezas.

El arquitecto Jorge Zavala, restaurador de monumentos históricos, asiduo visitante de La Lagunilla, platica que acude en busca de libros, máscaras, botellas, cerámica y artesanía del siglo XIX y principios del XX. Indica que tiene una colección de máscaras mexicanas, "que he formado desde hace 25 años, cuando empecé a venir... Ya no es lo mismo, el tianguis está siendo invadido por ropa y fayuca. Antes había más libros y muebles antiguos... Recuerdo cuando venía gente como Chucho Reyes" (Jesús Reyes Ferreira, el gran pintor y anticuario, de quien Luis Barragán dijo que fue su maestro "en el difícil arte de ver con inocencia").

De Ava Vargas, mencionado por Gabriel González como uno de sus clientes, indagamos que ha recorrido mercados de pulgas de México, Inglaterra y Francia, siempre detrás de fotografías antiguas, de las que ha conformado la colección más importante del mundo en lo que se refiere a fotógrafos mexicanos.

¿Cuál crisis?

El anticuario lagunillero Rodolfo de la Cruz asegura que a él la crisis no le afecta: gana 500 pesos diarios vendiendo lo que para muchos es basura. Momentos antes, Rodolfo estaba en plena puja con un muchacho de unos 18 años, que le ofrecía una revista de Superman de los años 80 del siglo XX, a cambio de una cajita sorpresa marca Mattel de los 60, a la que se le da cuerda y sale un Micky Mouse. Finalmente se hizo el trato. Como la revista al parecer valía más, Rodolfo le dio "de ribete" una foto familiar de estudio, de los años 20. Cuando se retiró el joven, Rodolfo comentó satisfecho:

-Cualquier japonés o americano que conozca de cómics me puede dar por esta revista 50 dólares o más.

Subraya que sus 25 años en el oficio le han permitido desarrollar olfato para saber qué es realmente viejo.

-Se va uno haciendo mañoso. Por ejemplo, esta pieza -muestra una vieja báscula con superficie garigoleada-; así de fea como la ve, un conocedor sabrá que es auténtico art decó. Esta mercancía la consigo en el callejón del Sapo, en Puebla; en El Baratillo, de Guadalajara; en La línea de fuego (como se conoce al tianguis de San Felipe de Jesús), en Santa Cruz Meyehualco, y en cualquier lugar donde haya chácharas.

Muestra un pequeño estuche rosa, ovalado: "Hay quien por esta cajita paga 500 pesos. Es francesa, del siglo XIX. A mí me costó 20 varos". Recuerda que antes de volverse anticuario era profesor de inglés, pero "llegó un momento en que el sueldo no me alcanzaba. Ya tenía muchas chácharas, así que conseguí un lugar para vender, y no me quejo. Como profesor ganaría 200 pesos diarios, con un trabajo muy matado. Aquí me divierto y gano más". Señala unos muñecos de sololoy, que le gustaban mucho a María Félix, "una de mis mejores clientas, junto con La Tigresa, Irma Serrano, quien colecciona muñecas con cabeza de porcelana y vestidos con pedrería antigua".

Dice que también se abastece en las colonias ricas, donde muchos aceptan con gusto que se lleve los "vejestorios" que les estorban. Entre los objetos de mayor demanda, menciona los juguetes de hojalata, de los cuales inclusive hay catálogos en Estados Unidos, donde se valúan hasta en mil dólares. "Imagínese: aquí han venido a ofrecerme algunos en cien pesos".

Aportes de la pulga a la cultura

María Félix, la diva del cine mexicano, fue también una destacada anticuaria. En 2001, poco antes de morir, participó en la primera feria de arte y antigüedades, realizada en el museo Franz Mayer. A propósito de este hombre nacido en Manheim, Alemania, leemos en su biografía que llegó a México en 1905, a los 21 años, y su talento empresarial le permitió acumular una gran fortuna, que invirtió en satisfacer su vocación de coleccionista. Al morir legó sus tesoros a su país de adopción, con los que en 1986 se creó el museo que lleva su nombre.

Otro anticuario alemán que vivió en México fue el ingeniero Ernesto Richheimer, apodado El Señor de las Cucharas por su "incurable" afición a estos utensilios, de los que conformó una valiosa colección a lo largo de más de 50 años de recorrer mercados de viejo de todo el mundo. El Museo Nacional de Historia eligió su acervo para instalar la exposición Cucharas y utensilios del mundo. 2800 años, con motivo de los 60 años de su fundación. Al respecto, la curadora de la muestra, Montserrat Ugalde Bravo, indicó que Richheimer conseguía las cucharas con los chachareros del bazar sabatino de San Angel y de La Lagunilla, entre otros mercados de viejo de los cinco continentes. Integran la colección más de 2 mil 300 piezas, de orígenes mesoamericano, etrusco, romano, ruso, chino y africano.

Para aquilatar la contribución de los tianguis de chácharas al rescate del patrimonio histórico, conviene mencionar el reciente hallazgo de una maleta, propiedad de Malcom Evans, el encargado de transportar el equipaje de Los Beatles. La petaca, reportó un cable de prensa fechado en Londres, "fue comprada hace poco en un mercado de pulgas. El comprador, Fraser Claughton, quien pagó por ella 35 euros, encontró dentro de la valija alrededor de cuatro horas de grabaciones originales del grupo, programas de conciertos y aproximadamente 400 fotografías".

En el artículo "Las primeras cintas porno mexicanas" (suplemento Confabulario, de El Universal, 21-08- 2004), Miguel Angel Morales informa acerca de la tarea de rescate realizada por Francisco Gaytán, subdirector de la Filmoteca de la UNAM, que permitió recuperar 26 cortometrajes "que circularon clandestinamente en la ciudad de México, y 15 estadunidenses, franceses y españoles, producidos de los años 10 a los 50 del siglo XX". Morales precisa que parte de ese valioso material Gaytán lo adquirió en mercados de segunda mano.

Otro coleccionista importante es el productor de televisión Ernesto Alonso, quien tuvo gran amistad con María Félix y compartió con ella la afición chacharera. Conocido como El Señor Telenovela por la gran cantidad de culebrones exitosos que ha realizado, en una entrevista reciente Alonso mencionó que los cientos de ángeles que lo acompañan en su residencia los ha conseguido lo mismo en la infalible Lagunilla que en mercados similares de España e Italia.

Para armar un helicóptero

Los tianguis que se instalan en Santa Martha Acatitla -los miércoles- y en Santa Cruz Meyehualco -martes y viernes- son casi inabarcables. Avanzan sobre el asfalto como hiedra, con ramificaciones que invaden nuevas calles en la medida que se agudiza la crisis económica y aumenta el desempleo.

Bara bara bara de remate, sí hay sí hay sí hay sí hay, escójale, escójale, agárreleee.

Aquí, a cada paso se tropieza uno con lo absurdo, como esa inmunda taza de baño que se ofrece en remate. Según el dicho popular, en estos mercados pueden reunirse las piezas suficientes para armar un helicóptero. Hay para escoger entre los montones de partes de automóviles, televisores, bicicletas, radios, computadoras, refrigeradores, juguetes, estufas, ropa, zapatos, chips, gallinas, guajolotes y gallos de pelea negros, giros y colorados.

El movimiento empieza antes de que salga el sol, porque la mejor merca llega de madrugada, para que más tarde los comerciantes ya la estén ofreciendo al menudeo ahí mismo o en otros mercados de la ciudad, ya seleccionada y cotizada en esta especie de Bolsa de Valores de la economía subterránea.

Son muy diversas las procedencias de las mercancías. Entre otras, las miles de toneladas de basura que diariamente se generan en la ciudad y sus alrededores, los depósitos de materiales reciclables, el recaudo que realizan los ropavejeros, carretoneros y cambiadores a domicilio, y las múltiples modalidades del robo.

Al lado de un enorme cazo donde ya hierven las tripas de cerdo despidiendo un olor tan denso que quita el hambre por sí solo, se entabla un regateo:

-Ni tú ni yo; dáme 10 varos -negocian dos una parte automotriz, mientras de un potente altavoz fluye la cantaleta del merolico anunciando medicamentos que curan todos los males:

¿Le duelen los riñones, hace usted mucha bilis, muchos corajes? ¿Se levanta usted arrojando flemas, con la boca reseca, amarga o desabrida?.. Para la gente enferma de la vesícula biliar, reumatismo, úlcera, cálculos biliares, tome las tabletas de boldo, no le guarda dieta, se toman todos los días con agua simple, dos antes de cada alimento...

En el piso yacen cientos de fotografías. Bebés, parejas, familias, hombres y mujeres ataviados con sus mejores galas, en todo tipo de actos sociales. Diplomas, certificados, constancias, recuerdos de aniversarios, en apretada convivencia con carburadores, llantas, tornillos y películas porno. Un puesto exhibe una legión de muñecas barbys mutiladas, otro ofrece decenas de puños verdes de Hulk, "¡a cinco varos!" Enfrente hay más de 20 dentaduras de plástico "de a dos la pieza o tres por cinco", y allá se ofrece una jaula ratonera oxidada, con todo y el cebo prendido a la trampa.

Ubicados en zonas de la delegación Iztapalapa clasificadas entre las "más peligrosas" de la ciudad según las estadísticas de la policía, en estos tianguis la vendimia transcurre en bulliciosa normalidad.

Teodoro Ayala Aguilar, vendedor de catres y columpios para garrafones de electropura, afirma con orgullo que él es uno de los más antiguos en el tianguis de los miércoles, que estima se lleva a cabo desde hace cuando menos 60 años.

Mientras baja las mercancías de su carrito rojo de ropavejero, don Teodoro explica que antes pertenecía a la Unión de Compradores y Vendedores de Objetos Varios Usados -"todavía existe, pero no he renovado mi credencial"-, creada en tiempos del presidente Adolfo López Mateos.

-Traemos lo que vaya cayendo -explica otro vendedor, que ofrece muchas historietas pornocómicas, cuyos títulos e imágenes provocan más bien risa: Mánchame la piel con lo que te escurre del miembro; Las puercas confesiones de una vagina caliente...

Como siguiendo el guión de una de sus historietas, el comerciante voltea al paso de una joven señora, presta a instalarse.

-Güerita, ¿qué trae ora?

-Muchas cosas -responde ella evasiva.

-Ya sabe, lo que le sobre se lo compro (le sobra un chingo de nalga) -murmura con mirada lujuriosa hacia los carnosos glúteos de su vecina.

Cerca, un grupo se está dando las tres, a juzgar por el intenso olor a petate quemado que emana de los fumadores.

-¿Cuánto por el gato?

-Dame un tostón.

-Una pesetita y órale.

-Ni tú ni yo: un treintón...

Un puesto arreglado al puro estilo kisch exhibe unos cuernos de toro montados sobre un tórax de tortuga, unas gastadas botas foxianas de piel de víbora y dos barbys rubias con sus largos vestidos de fiesta, sonriendo con nostalgia de tiempos mejores.

Agárrele bara genteeeee.

 
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