Usted está aquí: lunes 4 de julio de 2005 Opinión Festejos

León Bendesky

Festejos

El presidente Fox decidió festejar el quinto aniversario de su elección. La fecha es, por cierto, significativa en la historia reciente de México. Una fiesta de la democracia le ha llamado, aunque esperó cinco años para convocarla, cuando su gobierno se ha desgastado, sus propuestas no se han cumplido, su proyecto de nación está empequeñecido y está desatada la rebatinga política por el poder.

La victoria electoral de 2000 está ahí, pero sus frutos no maduraron. El país sin el PRI en el gobierno es distinto, pero no tanto como esperaban los millones de electores que llevaron a Vicente Fox a la Presidencia. La verdad es que el PRI no fue desalojado por completo del poder, como atestigua, por ejemplo, la persistencia de la gestión financiera de la economía y muchas de las prácticas institucionales que aún existen en la forma de gobernar.

Hace cinco años muchos mexicanos vieron en Fox, y hasta en el PAN, una oportunidad histórica para modificar la manera en que operaba el país, su voto contó y con él se ha ido consolidando uno de los modos en que funciona esta democracia y que es el sistema electoral; ése no es un asunto menor. Mas no parece que uno y otro hayan sido capaces de mantener aquellas perspectivas. La nación vive, por el contrario, en un ambiente de expectativas disminuidas, donde el concepto del cambio como propuesta política se ha vaciado de contenido, aunque sigue siendo la figura retórica favorita del Presidente y de los políticos de todos los colores.

¿Puede cambiar un país, un sistema político y una sociedad en cinco años? Tal vez no tanto como se proponía Fox y como creyeron los votantes cuando fue electo presidente. Pero en ese lapso sí se pueden marcar nuevas formas para hacer política, establecer una dirección distinta en las cosas públicas y, sobre todo, proyectar una visión diferente del país y de su lugar en el mundo. En este terreno el gobierno del cambio quedó trunco.

A las puertas de otra elección, en un proceso que ya está echado a andar, se pone de manifiesto el desconcierto reinante. Así se advierte en el quehacer de la propia Presidencia de la República y del gabinete con el que trabaja; así se plasma en la experiencia de la gente en cuanto a las condiciones económicas, la aplicación de las leyes, la procuración de la justicia y la inseguridad pública. Y, mientras, el país se rezaga en el ámbito internacional, pues parece no tener más idea de sí mismo que ser un apéndice de Estados Unidos. Compárese esta situación con el actual protagonismo de China, India o Brasil.

Luego de repetidas crisis económicas desde 1976 hasta 1995, ahora se pretende que esa condición se ha superado. Pero, a pesar de la relativa estabilidad financiera, el crecimiento del producto y del empleo es muy reducido e insuficiente, y se mantiene una fuerte dependencia respecto a lo que ocurre en Estados Unidos.

Hoy el rasgo principal de la economía mexicana no es su capacidad industrial y su potencia exportadora como fuentes de dinamismo, de una mayor capacidad de innovación y un aumento de la productividad en el mercado, ya sea el interno o el externo. Por el contrario, su funcionamiento, su estabilidad macroeconómica y su magro crecimiento están basados en la renta. Hoy el gobierno deriva la mayor parte de sus ingresos de la renta petrolera y no de su capacidad de tributación en un entorno en el que operen más empresas formales con mayores niveles de rentabilidad y haya más trabajadores que paguen impuestos. Hoy se acumulan grandes cantidades de reservas internacionales a partir de la renta que significan las remesas y no por el superávit comercial o el flujo de inversiones directas. Hoy los grandes inversionistas obtienen ganancias de la renta que sacan de la deuda pública.

Así, el beneficio de las diversas reformas aplicadas durante más de 20 años, como han sido la liberalización comercial y financiera, la privatización de empresas públicas o la desregulación de los mercados, no se expresa en mayor capacidad de generar riqueza y, mucho menos, de distribuirla mejor entre la población. La peor posición que puede tener México actualmente en el marco de la competencia mundial por los recursos, las inversiones y los mercados es la de convertirse en rentista. Esta situación sólo puede durar poco y el final no será grato.

En este escenario se ubica la disputa del poder en 2006. En esta ocasión ya no parece que habrá, siquiera, la expectativa que representó Vicente Fox hace cinco años. Ese es uno de los aspectos más delicados que se desprenden de la experiencia y de los hechos que dejan su gobierno: no haber creado el entorno de una profunda renovación política que, por cierto, requiere mucho más que una voluntad que duró poco y de frases más o menos afortunadas que, sabemos todos, tienden a desvanecerse en el aire apenas se han dicho, como ocurre ya con tantos aspirantes reales o ficticios a ser presidente de México.

 
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