Bravos pero desiguales, los utreros de Xajay colaboraron con los jóvenes españoles
José Mauricio, Rivera y Murillo dan la novillada más importante del siglo XXI
La gente abucheó al juez por negarle la segunda oreja al diestro de Mixcoac
Ampliar la imagen Ferm�Rivera conect�n el p�o desde el primer muletazo FOTO Rafael S�hez de Icaza Foto: Rafael S�hez de Icaza
Al enfrentar un bravo pero desigual encierro de Xajay, el jaliscience Pepe Murillo, el capitalino José Mauricio y el potosino Fermín Rivera dieron ayer la novillada más importante (en lo que va) del siglo XXI. El sobrino de Curro Rivera electrizó al público, siempre escaso, de la Monumental Plaza Muerta (antes México) desde el primer muletazo, poco después que el desamparado muchacho sin hogar que vive dentro de un volskwagen junto al pozo de Insurgentes cortara la que a juicio de los que saben ha sido la oreja "más seria" de los tiempos recientes.
Durante la sexta función de la temporada más chica del año 2005, la familia Madrazo, dueña de Xajay, homenajeó a Silverio Pérez por sus 90 años recién cumplidos, y a tal efecto bautizó a sus utreros -que no todavía novillos- con los nombres de Veo Doble, Faraón, Tormento, Compadre, Texcocano y Negus, que responden a distintos momentos de la legendaria vida del hermano de Carmelo. Veo Doble recordó la anécdota en que el gran torero se quejaba de alteraciones de los nervios ópticos, cuando en una fiesta en Madrid se le acercó un mesero con un charola en la que había un solo pincho moruno y Mario Moreno Cantinflas, que de hambre moría esa noche, se le adelantó cogiendo el bocadillo y diciéndole al matador:
-Silverio, tú que ves doble échate el otro...
Veo Doble, cárdeno caribello bragado de dizque 440 kilos y cuatro años y medio que desde luego no tenía, abrió plaza para pasar inadvertido en el primero y segundo tercios -si bien le apretó al caballo-, antes de mostrarle a Murillo que tenía un excelente lado izquierdo y pedirle y rogarle que lo toreara por ahí, lo que el joven terminó haciendo pero sin convencer a nadie para matar de un espadazo caído, pitado y letal.
Salió entonces Faraón, negro bragado y cornipaso de 389, feo en realidad, cumplidor ante el caballo, que José Mauricio embarcó en un quite por chicuelinas y tafalleras y recogió con su poderosa muleta en una combinación de pases de trinchera y de la firma, caminándole hacia los medios, para zumbarle en ese sitio una vistosa tanda de derechazos muy bien hilados, otra bastante mejor ligada, con un son envidiable, y todo auguraba una faena de época cuando empezó a soplar el viento y, como si fuera una vela, se apagó el novillo, lo que no impidió que el joven diestro, derrochando clase y sitio, lo tratara exitosamente con la izquierda, antes de adornarse, colocarlo y matarlo de un implacable volapié en todo lo alto que desató el revuelo de los pañuelos en los tendidos. Eduardo Delgado, el juez que se ha hincado otorgando todo a las fatuas figuras importadas, se puso muy digno y concedió una sola oreja -la más seriamente cortada en largo tiempo-, desdeñando a la gente que exigía la otra y que recompensó al muchacho con una vuelta al ruedo triunfal.
Difícil como de por sí tenía el proyecto de hacerse torero, siendo nieto de Fermín y sobrino de Curro, el joven Fermín Rivera, nacido hace 18 años, alto y sólido, empuñando el capote de brega de su tío, salió al encuentro de Tormento, negro bragado de 395, pobre de cuerna y de lámina, al que le dio dos verónicas ni fu ni fa y envió al caballo donde el rumiante no quiso pelear porque manso era, al menos en ese momento. Pero tal impresión, entre los conocedores diseminada, se fue al basurero cuando Fermín citó al bicho con la muleta por la diestra y desde el primer pase en redondo comenzó a templarlo a milímetros de la franela (y a entusiasmar a la gente) pegando series de seis y de ocho muletazos, que le abrieron la boca de asombro a más de cuatro.
Continuó el muchacho por la izquierda, siempre corriendo la mano con exactitud, el cuadrúpedo embistiendo con ritmo, para redondear una faena que culminó con extrañas arrucinas montadas -cogiendo el engaño con ambas manos- y matar de pinchazo hondo en todo lo alto, para cortar la segunda y última oreja de la tarde, en una ceremonia de premiación que se mezcló con la lluvia de las cinco de la tarde, bajo la cual Murillo se enfrentó a Compadre, de dizque 418, al que lidiaría en medio de un vendabal enroscándoselo en hondas series de naturales acordobesados, tan intensos como dramáticos, que muy pocos aplaudieron ocupadas como tenían las manos en sujetar capas y paraguas contra la tormenta que empezaba a salpicar. Entonces, ante lo peor del encierro, José Mauricio y Fermín Rivera sin pena ni gloria mataron a Texcocano de 445 y Negus de 485, coronando lo que a juicio unánime de los que saben fue la novillada más importante de muchos años.