Los volcanes
Ampliar la imagen Jesusa Rodr�ez y Liliana Felipe durante el performance que realizaron en Bellas Artes, con motivo de la muestra El mito de dos volcanes FOTO Mar�Mel�rez Parada Foto: Mar�Mel�rez Parada
Rita Macedo y Carlos Fuentes solían ir al Observatorio de Tonantzintla, en Puebla. Se sentaban en el búngalo de Guillermo Haro frente al ventanal a ver los volcanes y Rita exclamó la primera vez:
-¡Mira, Carlos, igualito al telón de Bellas Artes!
¡Qué raro que un vitral de Tiffany con más de un millón de vidrios fuera más importante que la naturaleza!
Nadie ha mirado más los volcanes que el astrónomo Guillermo Haro, quién vivió 50 años contemplándolos y decía siempre que el observatorio de Tonantzintla está bien situado. Ocupa un lugar central en el valle de Cholula. Contempla la Estrella Polar a 19 grados sobre el horizonte norte y es posible alcanzar el complicado tejido nebuloso de Carina y el Saco de Carbón proyectado sobre la Cruz del Sur. Las nubes de Escorpión y Sagitario, centro de la galaxia, iluminan el cielo de febrero a octubre; algunas noches despejadas y transparentes revelan un extremo de la Nube de Magallanes como si fuera la propia nave del gran portugués que pierde en el horizonte.
Guillermo Haro, gran observador del valle de Cholula, decía que era posible estudiar desde allí toda la Vía Láctea; la misma que ven los africanos, argentinos o australianos, y escribió que el valle ofrece otro panorama excepcional. ''Vivimos en una de las regiones agrícolas más antiguas de México. Las siluetas del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl, de la Malinche y del Pico de Orizaba, forman nuestros horizontes en el este, en el oeste nos permiten valorar la transparencia de la atmósfera. Siempre que los volcanes se dibujan con nitidez hay buena noche.
''Por tradición nuestro valle es agrícola, densamente poblado, religioso y pobre. Año con año, al compás de la Vía Láctea, se siembra maíz en las tierras agotadas. Desde nuestra loma vemos al hombre trabajar la tierra sin que resulte beneficiado." Haro hablaba de que ''la progresiva desaparición de los árboles acentúa la desnudez del paisaje.
''Los campesinos son nuestros amigos, nos visitan y los visitamos. Son iguales a sus padres y a sus abuelos; comen, beben y visten no mejor que ellos. Hombres, mujeres y niños, pueblos enteros sin ningún amparo han perdido la voz a fuerza de que no se les oiga. En los días de festividades religiosas -sin excepción todos los del año- queman cohetes, iluminan profusamente sus múltiples iglesias y acompañan su triste diversión con el sonido monótono del teponaxtle y de la chirimía.
''Durante los tres últimos años descubrimos en el cielo de Tonantzintla 12 estrellas novas, signo raro, pero objetivo de la dinámica celeste. En el campo, en nuestros alrededores no advertimos la aparición de un solo tractor. El dominio del viejo arado egipcio es casi absoluto."
¿Qué importaba para Guillermo Haro descubrir estrellas novas, supergigantes azules y rojas, nebulosas planetarias y variables asociadas al material interestelar si el pueblo seguía siendo pobre?
Hasta aquí Guillermo Haro, cuya voz, quizá por una antigua devoción, confundo con la del Popo y del Izta.
¿Qué han visto los volcanes? ¿Hemos cambiado para ellos? ¿Seguimos viviendo y muriendo como lo hicieron nuestros abuelos? ¿Somos los mismos hombres que nos emborrachamos, nos enamoramos, echamos balazos al aire, lloramos en la cámara mortuoria?
¿Somos estrellas apagadas que rodaron sobre la tierra y ahora no logran encenderse?
Dos volcanes: el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl, presiden nuestra historia desde hace 300 mil años. ¿Qué pensarán ellos de nosotros? ¿No se compadecerán de nuestras ilusiones, nuestras campanadas, nuestros candidatos, nuestras elecciones?
El Popocatépetl, cuyo nombre en náhuatl significa ''monte que humea", se eleva al sureste de la ciudad de México 5 mil 542 metros sobre el nivel del mar y sus dos cimas son el Espinazo del Diablo y el Pico Mayor. El Popo se formó debajo de otro volcán al que se tragó: el Nexpayantla. Todavía hoy el Popo es un volcán en constante actividad.
Los dos volcanes abarcan una superficie de más de mil kilómetros cuadrados. La sierra está formada por una cauda de volcanes más pequeños: el Telapón, el Papayo, el Tecámac y el Tláloc, que fueron muy transitados por los antiguos mexicanos y también por los visitantes, ya que Hernán Cortés los atravesó para entrar a la gran Tenochtitlan, convirtiéndolos en la misteriosa puerta que abrió y cerró la historia del país. No sé por qué asocio a estos volcancitos con los pequeños volcanes de bronce de Vicente Rojo, un Vicente Rojo renovado y dispuesto a lanzarse a un cráter de muy respetable tamaño como el que ahora se expone en Bellas Artes.
Cuenta la leyenda que durante la guerra entre aztecas y tlaxcaltecas el gran emperador de Tlaxcala prometió la mano de su hija Iztaccíhuatl a Popocatépetl en cuanto volviera invicto de la batalla, pero cuando Popocatépetl regresó, la muerte le había arrebatado a su amada. El guerrero la tomó en sus brazos y la subió hasta la más alta montaña para tenderla en la cima del cielo, donde se arrodilló junto a ella. Las nieves cubrieron sus cuerpos y fue así, en una historia de amor, como se formaron los dos volcanes.
Un célebre calendario los inmortaliza: el de Jesús Helguera. Todos dicen que es muy cursi, pero lo cierto es que el retrato que les hizo es más conocido que los de los grandes, José María Velasco y el Dr. Atl, Gerardo Murillo.
Los habitantes de las faldas del Popo dicen que el Popo es su protector y tienen una relación de madre a hijo con la Iztaccíhuatl. Pareciera un Gulliver en tierra de liliputienses a quien no le tienen miedo como le tuvieron los antiguos romanos al Vesubio, que en su erupción del año 79 dC sepultó las ciudades de Herculano, Pompeya y Stabias. Sin embargo muchos han muerto escalando el Popo y uno de sus alpinistas (que así se dice) fue Juan Rulfo, el único deportista entre nuestros escritores, ya que ni Octavio Paz, ni Rosario Castellanos, ni Carlos Monsiváis, ni Carlos Fuentes saben nadar. (Tampoco manejar.)
Desde el siglo XII los pueblos nahuas consideraban al Popocatépetl una divinidad y lo veneraron junto a la Iztaccíhuatl, mucho menos temible por maternal. Hoy por hoy los monasterios que construyeron los conquistadores en el siglo XVI, en la falda de los volcanes, son Patrimonio de la Humanidad desde 1994, pero los rituales para venerar al Popocatépetl y la Iztaccíhuatl siguen siendo prehispánicos. ¿Qué pensaría sor Juana, la de Nepantla, de los nahuas que ponían montículos de amaranto frente a sus casas para representar los volcanes?
A Guillermo Haro iban a buscarlo al observatorio de Tonantzintla los tiemperos y los graniceros, unos campesinos de sombrero de paja. Eran tan seductores y creativos que acabó creyendo en ellos.
Cada uno de los pueblos tiene a su interlocutor, el que puede hablarle a los volcanes, su tiempero, un hombre que logró sobrevivir al rayo que al no partirlo lo convirtió en su igual. El elegido es entrenado por los tiemperos más viejos y adquiere el derecho de hablar con el Popocatépetl a quien llama don Gregorio (don Goyo) y la Iztaccíhuatl, doña Manuela.
En su libro Los volcanes sagrados, el gran Julio Glockner rescata testimonios de campesinos que cuentan que el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl son como usted y como yo, se enamoran y pierden la cabeza, hacen de las aguas y se constipan, ríen y se ponen hasta atrás en una buena papalina, se deprimen y se exaltan, ''en persona viene el volcán, haga usted de cuenta un borrachito, materialmente pobrecito, sin sombrero, viene hasta descalzo, pero viene aquí, anda nomás mirando".
Iztaccíhuatl es un volcán inactivo en los límites de la ciudad de México y Puebla que se eleva 5 mil 230 metros sobre el nivel del mar. La llaman La Mujer Dormida, pero en náhuatl significa ''mujer blanca". Se le sacrificaban cuatro niños durante su fiesta anual; ahora ya no, pero Iztaccíhuatl sigue siendo La Volcana, aunque algunos lugareños la llaman Rosita, Manuelita o María Luisa.
Julio Glockner menciona: ''Un volcán sigue siendo un volcán, pero para quien se le ha revelado como sagrado, su realidad inmediata se transforma en realidad sobrenatural, y se vuelve un recinto de lo sagrado". Coincide con Octavio Paz cuando dice: ''Un paisaje nunca está referido a sí mismo, sino a otra cosa, a un más allá. Es una metafísica, una religión, una idea del hombre y del cosmos".
Muchos han pintado a los volcanes y les han rendido tributo; desde ceremonias, danzas y códices antes de la llegada de los españoles hasta la pintura novohispana y colonial en la que artistas anónimos (salvo Pedro Vigueras), los retratan. Después de Egerton en el siglo XIX, en el siglo XX el gran vulcanólogo y retratista por excelencia es el Doctor Atl, Gerardo Murillo, quien ofrendó su pierna izquierda.
Don Gregorio y doña Manuela han inspirado obras de arte, retablos y canciones. José Santos Chocano, Heriberto Frías, Alfonso Reyes, Gabriela Mistral se derritieron por ellos. Incluso existe un cuplé picaresco que se refiere al amor entre los volcanes:
''Fumarolas de amor, fumarolas,
él tiene ganas, y están a solas...
Fumarolas de amor, fumarolas,
ella dormida y él que se hace bolas."
Después de publicar el libro El mito de dos volcanes, Popocatépetl Iztaccíhuatl, ahora se clausura esta muestra, una de las más encantadoras que ha hecho Bellas Artes. ''¿Viste la exposición?'' ''Está preciosa." Y tienen razón. Fernando del Paso, José Emilio Pacheco, Miguel León-Portilla y Mercedes Iturbe, amantes de los volcanes, podrían pasearse del brazo de Saturnino Herrán y Germán Gedovius. Pero los que más saben son, desde luego, el gran Julio Glockner y Gerardo Murillo, el Dr. Atl. Y a ellos, como a los volcanes, les rendimos tributo.