A campo traviesa
"Tienes que poder". ''No puedo". ''Claro que puedes" -la voz se hace aún más tajante. ''Esther, el 7 de julio es el cumpleaños de mi hijo". Al oír la palabra ''hijo", Esther cambia radicalmente. ''Ah, entonces voy a buscar otra fecha. El miércoles 6 de julio en la librería Octavio Paz del Fondo de Cultura Económica" (FCE).
Esther Seligson es definitiva, difícil, rotunda. De ella tengo una imagen inolvidable. Hace años, en un viaje a Israel, la vi venir hacia nosotros por el desierto que rodea Massada, envuelta en el halo dorado de la luz que esparce la arena. Una larga falda del color del desierto (Esther no usa más que faldas largas) la hacía aún más sorprendente. Con su pelo largo ensortijado, sus facciones de asceta, sus largas piernas de caminante, parecía un derviche, una domadora de la naturaleza. De hecho, tomaba entonces un curso sobre la vida de las plantas en el desierto y cómo le hacen para sobrevivir. ''Hay cactáceas diminutas -me señaló- que se alimentan del aire". A todos nos sedujo Esther y a Adolfo Gilly más que a nadie. La ''Histadrut" había reunido en Israel a una serie de periodistas: Carlos Monsiváis, Miguel Angel Granados Chapa, Virgilio Caballero, Adolfo Gilly, la hija de Gregorio Selser, Irene Selser, Javier González Rubio, Froylán López Narváez y su mujer, Arturo Martínez Nateras y su mujer, otro joven periodista cuyo nombre se me va y compraba trajes de baño de mujer de fibras sintéticas Gotex y su segura servilleta. De inmediato, Esther nos invitó a cenar a su casa blanca dentro de la ciudad amurallada. Era la casa de una asceta. Minimalista. Nos sentamos en el suelo. Cuando abrí el refrigerador para ayudarla, vi en un platito cuatro aceitunas negras y en otro un queso diminuto: ''¿Es esto lo que nos vas a dar de cenar?" -pregunté aterrada. ''Sí". ''Esther, no alcanza", ''Claro que alcanza". No sé qué brujería hizo o a lo mejor nos dio mucho de beber, pero alcanzó. A partir de ese momento me quedé con la idea de que era un ser singular que hacía surgir el agua del desierto y daba vida a las más mínimas especies.
La vi en alguna otra ocasión y siempre me asaetó su vehemencia, su forma de hablar tan clara y tan veraz, hasta hiriente. Su facultad de determinarse a sí misma, también a mí me definía. ''Tú eres así, yo soy de este modo". A su lado me sentí albóndiga. Ejercía su poder. Ella mandaba. Siempre ha mandado sobre sus lecturas, sobre sus alumnos, sobre sus amigos, sobre las transformaciones sociales. Maestra, Esther es de los pocos hombres y mujeres que toman su vida entre sus manos y deciden qué hacer con ella. Lleva sus ideas a consecuencias prácticas que mucho tienen que ver con la abstracción que ha hecho de sí misma.
Cuando tuve en mis manos el libro de Esther Seligson y leí su epílogo no pude sino recordar a Antonio Machado en la canción de Joan Manuel Serrat que es ya un inmenso lugar común: ''Caminante no hay camino, se hace camino al andar". Y es que son 35 años de reflexión y trabajo reflejados en libros anteriores, como La morada en el tiempo, La fugacidad como método de escritura, El teatro, festín efímero, Indicios y quimeras, Diálogos con el cuerpo y Sed de mar.
Ahora, Esther surge de un entrecruce de caminos, un rondpoint, diría mi mamá, una señalización múltiple y única a la vez y llega aprisa, hendiendo el aire con su cuerpo trabajado por la vida, sus ideas pulidas por el viento, su ascetismo que le ha dado una dureza de sarmiento, los guijarros de su pensamiento tan definitivos como bólidos y nos da su reciente libro titulado A campo traviesa (¡qué buen título!) editado por el FCE como una ofrenda de conocimiento hecha con severidad, con los movimientos austeros y críticos que la caracterizan. Estos textos escritos a lo largo del tiempo se publicaron a partir de 1968 en suplementos y secciones de cultura de diferentes periódicos y revistas del país, como La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre!; la revista Universidad de México; Sábado, el suplemento cultural del periódico Unomásuno; Plural; La Jornada; La Jornada Semanal, y muchos otros. Habría que recordar el apoyo que dio Esther a la revista Vuelta, de Octavio Paz, antes de irse a Israel y publicar en Noaj, una revista literaria de Jerusalén.
Escrituras
Esther sigue las huellas de su propia conciencia que la dirigen con cautela y sabiduría. Nunca se aloca. Como ella misma lo dice en su libro, su recorrido es como ir en un bosque húmedo y buscar las huellas frescas y afines de todos los seres que viven ahí, vivieron y siguen vivos gracias a analistas y a pensadores como Esther que los ponderan a lo largo de su vida. Es así como en ''Escrituras", Esther empareja su paso al de Marcel Proust, Rainer Maria Rilke y Samuel Beckett. Los estudia, los evoca, los esculpe con su pluma, rastrea su escritura en el tiempo, desmenuza su lenguaje y su realidad, porque como ella misma dice: ''No creo que ninguna obra de arte esté absolutamente separada de la vida interior de su autor, no sólo de sus sentimientos, sino también de sus ideas, de su concepción del mundo, de sus prejuicios y aspiraciones, sus fobias y sus sueños".
Como mujer, me llamaron poderosamente la atención sus ensayos sobre otras mujeres: Virginia Woolf, Katherine Mansfield, Marguerite Yourcenar, pero también las mexicanas Elena Garro, Inés Arredondo y la fabulosa Clarice Lispector, de quien nos dice Esther que ''sus personajes-voz, no intentan forzar a Dios ni acceder al orden inmutable del mundo, ni siquiera aspiran a descifrar o a encontrar la significación de la Vida; ellos quieren sólo 'volver' al asombro cotidiano del ser".
''Hay seres que tienen el sentimiento trágico de la vida y hay quienes no lo tienen" -afirma la brasileña Clarice, que también nos explica: ''Mis intuiciones se vuelven más claras al esforzarme en trasponerlas en palabras. Es en este sentido, pues, que escribir me resulta una necesidad. Por un lado, porque escribir es una manera de no mentir el sentimiento (la transfiguración involuntaria de la imaginación es tan sólo un modo de llegar); por el otro lado, escribo por incapacidad de entender, a no ser a través del proceso de escribir".
Además de lo que Esther dice sobre las escritoras, me llamó especialmente la atención su texto sobre el entrañable José Trigo, de Fernando del Paso, que Esther sintetiza en un dardo que da en el corazón de la diana, el punto central de un tiro al blanco: ''José Trigo es ante todo una atmósfera lingüística".
Travesías
De que las palabras son ''una tabla de salvación", Esther ha dado prueba a lo largo de toda su vida. Ha vivido con la palabra y por la palabra y le ha interesado la palabra emitida, la que se dice desde las tablas de un escenario. Nunca me he acercado realmente al teatro, lo conozco poco y por tanto mal, por eso me asombra que ocupe un lugar tan importante en la vida de Esther y que diga: ''El teatro es la expresión de la totalidad del Cosmos, es decir, del Hombre". Es así como Esther Seligson en ''Travesías", la segunda parte de su libro, relaciona la escritura y la capacidad histriónica del hombre. ''Su danza -dice Esther- es la escritura del relato mítico del ininterrumpido proceso de creación, preservación y destrucción del Universo".
Esther Seligson hace uso del ensayo, de la crítica teatral y hasta de la entrevista para acercar al lector al teatro. Entrevista a Octavio Paz, Ludwik Margules, Jerzy Grotowski, Luis de Tavira, Julio Castillo, Jesusa, Héctor Mendoza, a la extraordinaria actriz Margarita Sanz. Octavio Paz, habla de la época del grupo Poesía en Voz Alta, allá por 1956, cuando Jaime García Terrés era director de Difusión Cultural. ''Antes que nada se trataba de una 'confabulación', para decirlo con palabras de Arreola, entre escritores (Diego de Meza, yo mismo), pintores (Juan Soriano, Leonora Carrington), directores (Héctor Mendoza, José Luis Ibáñez y actores, con la intención de poner en escena tanto el teatro de vanguardia como de rescatar la tradición hispánica".
Dislocaciones
Pero el camino que Esther Seligson se abre ''golpe a golpe, verso a verso" se dirige hacia ''Dislocaciones", tercera y última parte de su libro. Esther es aquí la que mejor conocemos, la de E.M. Cioran, un hombre de ideas sin esperanza y la de Emmanuel Levinas, el filósofo al que Tatiana Espinasa me introdujo, aunque sea superficialmente, un hombre de fe, ''un pensador cuya concepción del ser humano arraiga en lo divino, en la esperanza, en la certeza de que 'la proximidad de Dios está en el rostro de mi prójimo'". Cioran y Levinas son dos pensadores tan opuestos que le permiten a Esther la mística, la religiosa, la reflexiva, la esencial, la que sabe cuál es la buena semilla dedicarles su vida. Cuando pienso en Cioran, lo remito a Esther Seligson porque muchos mexicanos lo hemos conocido a través de ella y de su insistencia.
Esther cita a Martin Buber, Vladimir Jankélévitch, Ernst Bloch, quienes hablan de ''que la verdadera relación entre hombres y mujeres, es decir, entre seres humanos, es una relación ética: no depende de una carencia previa, de una necesidad compensatoria, o de la búsqueda de una satisfacción personal".
A lo anterior, Esther resume: ''La esperanza no es una virtud de esclavos como pretende Cioran, sino un 'afecto que engrandece a los hombres en vez de disminuirlos' (Ernst Bloch), que sólo la palabra es vehículo del ser y vehículo del espíritu, que la Ética tiene la primacía, no como una moral altruista sino como un humanismo (Levinas), una 'afectividad metafísica' (Vladimir Jankélévitch), y que hay un 'sentido divino' en la vida del mundo (Martin Buber)".
Y como el nombre de la tercera parte de su libro lo dice, Esther ''disloca" otros puntos de su idea central del hombre: el miedo a la libertad, el perdón, la visión ante la existencia de Dios, costumbres, tradiciones, rituales, objetos que simbolizan al hombre mismo como el oro.
Esther habla de los textos sagrados como la Biblia, Vedas, el Bardo Thodol tibetano, El libro de los muertos egipcio, el Corán, el Popol Vuh; los libros mayas del Chilam Balam que reflejan nuestra esencia Humana (así, con mayúscula): ''El gran leit motiv de la Biblia es, pues, el tema de la fraternidad: una exigencia de carácter político, social y espiritual. El amor al prójimo es el Rostro escondido de Dios y el rostro de-velado del Hombre".
Finalmente, Esther llega a dos ciudades al parecer tan distintas y al mismo tiempo tan paralelas: la ''tres veces santa" Jerusalén y la gran Tenochtitlan. Los habitantes de Jerusalén dicen vivir en una réplica de la Ciudad de Dios, una ciudad de ''manufactura divina", y ''ninguna otra ciudad ha sido tan celebrada a través de la Palabra: salmos, cantos, poemas, cuentos, leyendas, profecías, visiones".
Pero México-Tenochtitlan es la ciudad donde nació Esther Seligson y es en ella donde rencontró el rostro de otras ciudades. Ambas son tierras prometidas, geografías dictadas por seres divinos que hicieron que sus habitantes las construyeran tan bellas como creaciones nunca antes vistas. Jerusalén tiene a un Mesías, Tenochtitlan a un Quetzalcóatl, y Esther Seligson establece paralelismos para llegar al lugar de su escritura, porque vive en ''su Tierra Prometida" y en ella su pie ha dejado huella.
No cabe duda, cualquiera que se lance a leer A campo traviesa, guiado por Esther, se dará cuenta que de pronto su vida adquiere peso y consistencia, que nada ha sido en vano y que a pesar de todo es posible conocer la felicidad.
Y después de tanto filosofar tras las pisadas de Esther en su maravilloso camino de ''Escrituras", ''Travesías" y ''Dislocaciones", leo la frase de Cesare Pavese: ''Lo que nos sostiene, entonces, en el 'oficio de vivir' es la esperanza de que algo acontecerá" y esta noche, el libro A campo traviesa, de Esther Seligson, es un acontecimiento.
Texto leído por la escritora y periodista, la tarde del miércoles, en la presentación del libro A campo traviesa, de Esther Seligson, en la Librería Octavio Paz del FCE