MAR DE HISTORIAS
El odio
Llevo semanas pidiéndole a Tadeo que me ayude a vaciar el 001 pero no he logrado que venga. Hoy por la mañana fui a buscarlo otra vez. Para interesarlo en el trabajo le ofrecí pagarle el día completo y regalarle todo lo que esté en la covacha y pueda servirle.
Aunque me aseguró que vendría a las tres de la tarde, me plantó de nuevo. No entiendo qué se gana Tadeo con mentir cuando sería tan fácil decirme que no viene porque le disgusta trabajar en el 001. No me extraña: yo también me siento asfixiada en ese agujero y por eso casi nunca entro. Esta vez no pude evitarlo. El arquitecto Montesinos me ha estado fastidiando con que necesita la covacha para ir metiendo planos y herramientas.
Al ver que Tadeo no llegaba comprendí que tendría que hacer el trabajo sola, y entre más pronto mejor. Después de la comida bajé al 001. Desde lejos noté que faltaba el candado de la puerta. Se me ocurrió que había vuelto Eusebio, el changuito que por celos ahorcó a Nina. Enseguida descarté la posibilidad: el crimen sucedió hace muchos años y desde entonces, por más que lo buscamos, jamás dimos con el animal.
Acabamos por pensar que Eusebio había muerto de hambre o atropellado. El único que insiste en que el mono está vivo es Aladino. Para convencernos jura y perjura que lo vio en una feria o en un circo, pero ¿quién va a creerle a un mago borracho?
No era momento de pensar en Eusebio sino de saber quién había entrado en el 001 y para qué. Me sobrepuse al miedo y grité:
¿Quién anda allí?
Me pareció escuchar un gemido. Por si las dudas busqué algo con qué defenderme. Sólo encontré un ladrillo. Despacio abrí la puerta y alargué el brazo para encender la luz. Todo estaba como lo había dejado la última vez: los cables en la pared, la hornilla sobre la mesa, el montón de huacales junto al catre plegado. A pesar de la normalidad seguía sintiendo una presencia extraña.
¡Salga o llamo a la patrulla!
Algo se movió detrás del catre, los huacales rodaron y, a ciegas, arrojé el ladrillo. Reaccioné al ver que era Tatiana quien había salido del escondite:
¿Te lastimé? Me acerqué, y vi que no estaba herida, pero me angustió la posibilidad de haberlo hecho y le recriminé su tontería: ¿Te das cuenta de lo que pudo haber sucedido? Negó con la cabeza. Imagínate que en vez de una piedra te hubiera arrojado una varilla pensando que eras un ladrón. ¿Qué viniste a hacer?
Su voz temblaba:
A esconderme.
Imaginé que, como tantas otras veces, se ocultaba de su padrastro para salvarse de una golpiza:
Pues lo hubieras hecho en otra parte y no aquí. Por cierto, ¿cómo le hiciste para entrar?
La niña me mostró una horquilla:
Una tarde vi a Rafa usarla como llave. Al ratito apareció Jacqueline y los dos se metieron al cuarto, pero no crea que me quedé a ver qué hacían. ¡Se lo juro que no!
Sentí ganas de reír pero me aguanté:
Entiendo que ellos tuvieran que refundirse aquí para sus porquerías, pero tú...
Escuchamos pasos que atravesaban el patio. Tatiana los reconoció:
Es mi mamá. Cerró la puerta y se quedó inmóvil hasta que los pasos se alejaron. No quiero que me encuentre.
La simpleza de la respuesta me conmovió:
¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí?
Tatiana me contestó disgustada:
Hasta que ella se largue con mi padrastro y con Lucio.
Pensé que algo muy grave tenía que haberle sucedido como para que quisiera alejarse de su madre. No tuve necesidad de preguntárselo: No quiero ir con ellos. Se lo dije a mi mamá, pero ella me salió con que debo ir adonde su marido quiera llevarnos. ¡Odio a ese viejo maldito! ¡Los odio a todos!
Conociendo la vida que había llevado, no me extrañó que su voz denotara rencor, pero sí que envolviera a Herlinda en ese sentimiento:
¿También a tu madre? Aunque me respondió con su silencio, intenté convencerla de que era injusta: Ella es buena contigo y siempre me dice lo mucho que te quiere y le preocupas.
Tatiana reaccionó con furia:
No es cierto. Ella sólo piensa en su hijo Lucio y en darle gusto a su marido. El es malo. Cuando me encuentra sola en la casa me dice cosas horribles: que mi papá Cosme está en la cárcel y que, como es mi padrastro y me mantiene, puede hacerme lo que quiera.
La niña no mentía: conozco a Felipe y lo sé capaz de todo:
Pues cuando él te hable así amenázalo con denunciarlo ante la policía. Pensé que estaba exigiéndole demasiado: Si no te atreves, acúsalo con tu madre para que ella lo reporte.
Tatiana suspiró:
Ella le tiene miedo. Apenas oye que su esposo sube las escaleras, me dice que me ponga a hacer algo para que él no piense que soy floja y me mantiene a cambio de nada.
La pasividad de su madre me irritó:
Pues si Herlinda no se atreve a ponerlo en su lugar, yo lo haré. No me mires así: hablo en serio. No voy a permitir que un viejorrón asqueroso sea tan abusivo con una niña tan linda como tú.
Los ojos de Tatiana se opacaron:
El siempre dice que soy horrible, que le doy asco...
Que Dios me perdone, le desee la muerte a Felipe:
Ya no me digas nada, hija, porque me dan ganas de escupir a ese tipo. Me acerqué a Tatiana y le acaricié el cabello. Sonó la campanilla del vendedor de obleas que siempre llega después de las cinco. Se nos hizo tarde. Ve a tu casa, otro día seguimos platicando.
Tatiana me sorprendió con una noticia:
Mi padrastro contrató una mudanza para mañana. ¿Puedo quedarme aquí hasta que se vayan?
Me desconcertó su insistencia:
Sabes que es imposible. Ellos te buscarán. Negó con energía.
Suponiendo que no, ¿qué harás sola, dónde vas a vivir?
Tatiana sonrió:
¡Con usted!
Muchas veces, al verla tan maltratada, había deseado para la niña otro estilo de vida, pero jamás consideré la posibilidad de llevármela conmigo y me alarmó que ella lo planteara.
¿Pero cómo se te ocurre...? Tatiana no dejaba de sonreír. Piensa que muy pronto no tendré casa ni chamba. Entonces, ¿con qué voy a mantenerte?
No quería que la niña se sintiera rechazada, pero tampoco ilusionarla con algo imposible: Además: no soy tu madre.
Tatiana se estremeció, como si la hubiera golpeado:
Antes me llamó "hija".
No pensé mi respuesta:
Lo hice por cariño, porque se me ocurrió, por decir algo...
Tatiana se acercó despacio, con los puños cerrados:
¡Me dijo mentiras! Intentó golpearme: ¡Maldita mentirosa!
Fue fácil someterla, pero no supe cómo desterrar sus sospechas. Oímos que Herlinda la llamaba desde el patio. Tatiana me miró ansiosa para suplicar mi silencio. Noté su decepción cuando grité: Está conmigo en la covacha. Vino a ayudarme, pero ya terminamos.
Abrí la puerta. Al pasar junto a mí Tatiana me miró con una expresión indefinible y me dirigió los insultos con que su padrastro la ofendía:
Te aborrezco. ¡Mentirosa, maldita, fea! ¡Me das asco!
Más que sus palabras, me dolió comprobar que el odio había florecido en su corazón.