La nueva restructuración de los obispos
La mayor novedad de esta 79 asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) radica en la explícita intención de renovación interna para que la Iglesia católica se posicione provechosamente en la tormentosa transición democrática que vive el país. Así lo expresó el nuncio Giussepe Bertello ante 120 obispos, en su homilía inaugural, sentenciando que la renovación de las estructuras de la CEM es capital para evitar "formas de esclerosis" y la burocratización del organismo. Martín Rábago, presidente de la conferencia, fue más explícito al recordar que el objetivo de la asamblea era continuar la revisión de las estructuras, ya que deben estar al servicio de la sociedad, así como los obispos tienen que estar a la altura de las actuales circunstancias. En el fondo los obispos reconocen que deben generar una nueva estrategia de intervención social y política que permita a la Iglesia una posición tutelar y un asiento de privilegio como actor de primer reparto.
Más que desencanto o decepción frente al gobierno de Fox, los obispos reconocen tácitamente el agotamiento de las viejas formas de presión, que en 1981 fueron inauguradas por el entonces cardenal Ernesto Corripio Ahumada, cuando llamó a los obispos a "salir de los oscuros rincones jurídicos" a los que los gobiernos posrevolucionarios había sometido a la Iglesia.
A veces la Iglesia jugó un papel opositor, asumió reclamos de la sociedad civil, pero al mismo tiempo se mostró aliada a los estilos del poder. Fueron los años de mayor gloria de Girolamo Prigione, quien logró mimetizarse en el viejo sistema presidencialista y combinó con destreza la crítica mediática con la movilización social, desde grupos indígenas chiapanecos hasta asociaciones ultraconservadoras como Provida y, sobre todo, los acuerdos cupulares fueron su especialidad. Esta etapa fue respaldada por las tumultuosas visitas del papa Juan Pablo II, quien validaba a los obispos mexicanos en su carácter de líder mundial.
Toda esa fase ha concluido. La alternancia conlleva un manejo más puntilloso y enmarañado de los usos del poder. Más allá del malestar por los incumplimientos al decálogo foxista, a los obispos les ha costado mucho trabajo entender y situarse en la complejidad de la transición mexicana. Tanto el gobierno como la jerarquía católica, paradójicamente cercanos en posturas político-religiosas, jamás encontraron un punto de equilibrio de negociaciones, ni siquiera en el seguimiento de agendas y, en cambio, imperó la inhibición.
De manera insistente los obispos han reiterado que en México sólo existe la libertad de cultos y de creencias y, por tanto, es necesario alcanzar la plena libertad religiosa.
Esta es una reivindicación importante y residual que llama a una segunda generación de reformas constitucionales en materia religiosa que permitan a la Iglesia poder expresarse libremente en términos políticos, especialmente durante los procesos electorales, detentar medios masivos electrónicos y acceder a la educación pública para impartir instrucción y valores religiosos.
Este paquete de reformas pretende evitar tensiones político-electorales, que en la coyuntura de 2003 varios obispos aportaron al proceso. El lector recordará el abierto proselitismo de algunos obispos y las demandas que interpusieron México Unido y el PRD a varios prelados por delitos electorales. En el plano educación y medios, las reformas apuntan a la renovada estrategia de intervención, centrada en el tutelaje de valores y en la ética católica, así como en la incidencia en las políticas públicas. Así mismo parece apuntar el abanico de temas que abrieron los obispos la semana pasada: aborto, violencia, inseguridad, homosexualidad, casinos y casas de juego, familia, etcétera.
La restructuración de la CEM busca reconvertir las 27 comisiones episcopales actuales en sólo nueve, anteproyecto que fue votado por 96 votos a favor y cuatro en contra. Entre las nuevas comisiones resaltan las siguientes: espiritualidad y culto, solidaridad; doctrina de la fe y cultura; defensa de la vida; comunicación, y diálogo ecuménico interreligioso.
Probablemente la estructura de la CEM apuntale un lobby de mayores resultados e incidencia pública; mayor articulación con los movimientos y congregaciones más gravitantes, como el Opus y Legionarios, entre otros. Y renovar la imagen pública de los obispos y estructuras religiosas, tan sacudidas por escándalos de abuso sexual y mercantilización simoniaca de lo religioso. En este aspecto resultó de mal gusto la presencia de Sandoval Iñiguez en la rueda de prensa hablando contra los casinos y casas de juego. Precisamente cuando el propio cardenal ha sido cuestionado por su amistad y cercanía con José María Guardia, el zar de los juegos.
No es la primera vez que la CEM se restructura, depende de sus apuestas estratégicas. Ahora es la opción por la batalla del tutelaje de los valores sociales como hipótesis de trabajo central en la actual restructuración; sin embargo, una posible debilidad sea mimetizar la agenda mexicana a la del Vaticano, que por cierto tiene que aprobar estos cambios, y en particular plegarse a las preocupaciones eurocétricas de Benedicto XVI. Sin duda debemos prepararnos para asistir a intensos debates no sólo en términos del carácter laical del Estado, sino entre los valores seculares y los principios religiosos de la Iglesia.