Usted está aquí: miércoles 13 de julio de 2005 Opinión Sexo y cerebro

Javier Flores

Sexo y cerebro

El estudio de las diferencias entre los cerebros femenino y masculino ha ocupado buena parte de la investigación en las neurociencias, especialmente desde la segunda mitad del siglo XX. Se han documentado variaciones anatómicas en múltiples regiones y núcleos cerebrales, todas validadas mediante rigurosos criterios científicos, aunque preferentemente estadísticos. Estas divergencias morfológicas entre mujeres y hombres han servido de base para explicar, por ejemplo, la diversidad de características de algunas enfermedades, como los trastornos neurológicos y siquiátricos y los efectos de diversos fármacos. Pero también se les ha llevado a terrenos como la explicación de la orientación sexual, la capacidad de razonamiento abstracto y la habilidad para las matemáticas, entre otros.

Así, se ha producido una avalancha de investigaciones, dirigidas a establecer las desigualdades biológicas entre mujeres y hombres en todos los aspectos que uno pueda imaginar, desde los niveles genético y celular hasta la elaboración de juicios morales. Pero si bien se acumulan los datos, poco se ha avanzado en conocer los orígenes de estas diferencias y especialmente en entender sus significados. No obstante, en el presente siglo se han abierto algunos caminos metodológicos y conceptuales que pueden conducir a una mejor comprensión de las diferencias.

En este sentido, destacan los cambios en las técnicas para evaluar las diferencias anatómicas en el cerebro. En el pasado la autopsia era el procedimiento mediante el cual se realizaban las mediciones de peso, volumen y de las dimensiones de las regiones cerebrales, y desde ahí ya se aventuraban explicaciones sobre la conducta y las capacidades intelectuales femeninas (que curiosamente siempre resultaban inferiores a las de los hombres). En la actualidad las técnicas de imagenología (como la tomografía, el SPECT y el PET) permiten estudiar, en personas vivas, las diferencias anatómicas y algunos aspectos de la función cerebral.

Sin embargo, los avances tecnológicos no siempre se traducen en un mejor entendimiento de las diferencias entre los sexos. Por esta razón quizá uno de los cambios más importantes es el que se está produciendo en el plano conceptual. Las diferencias anatómicas existen, aunque nunca han estado libres de objeciones. Por ejemplo, Supprian y Kalus, investigadores de la Universidad de Wurzburgo, en Alemania, han señalado que más allá de las bien conocidas diferencias en el tamaño del cerebro y en algunos núcleos del hipotálamo, las disimilitudes descritas en otras regiones son muy sutiles y se superponen con la variabilidad individual, por lo que -concluyen- hay muy poco soporte morfológico para explicar las diferencias conductuales entre los sexos.

Lo anterior puede ser controvertido, pero introduce un elemento muy importante que es la variabilidad individual. Las diferencias anatómicas en el cerebro de mujeres y hombres son el resultado de mediciones realizadas en conjuntos de personas, lo que conduce a la obtención de valores en promedio. Sin embargo, siempre habrá sujetos cuyas características anatómicas son más parecidas a las del otro grupo que al propio. Por ejemplo, las dimensiones de un núcleo en el cerebro de una o dos mujeres de un grupo de 20 pueden ser compatibles con los valores en promedio del conjunto masculino. Sin embargo, a ellas nadie les podría exigir que observaran una conducta masculina. Esta es una de las razones por la que han fracasado los intentos de asociar algunas regiones del cerebro con la orientación sexual. No hay hasta ahora una estructura cerebral cuyas características pudieran relacionarse inequívocamente con la homosexualidad, la bisexualidad, la heterosexualidad o la transexualidad.

Precisamente el problema que surge es la interpretación de las relaciones entre estructura y función. Geert de Vries ha señalado que después de varias décadas de investigación, no se conoce el significado funcional de la mayoría de las diferencias sexuales en el cerebro. Para él se ha trabajado a partir de la idea equivocada de que las diferencias en la estructura explican las diferencias sexuales en la conducta. En cambio, De Vries y su grupo de la Universidad de Massachusetts han lanzado una idea novedosa y sorprendente: las diferencias cerebrales entre los sexos pueden conducir no a conductas diferentes, sino a conductas semejantes. Esto significaría que las diferencias anatómicas en el cerebro femenino estarían compensando diferencias importantes en las condiciones fisiológicas y hormonales. Lo anterior ilustra muy bien cómo se están desarrollando ideas alternativas frente a las concepciones tradicionales.

En mi opinión el cambio conceptual más importante es la creciente aceptación en los círculos científicos de que el conocimiento tradicional sobre las diferencias sexuales en el cerebro ha estado orientado a justificar la inferioridad del intelecto femenino. Actualmente no es raro encontrar en la literatura científica críticas como la de Katarina Hamberg, investigadora de la Universidad de Umea, en Suecia, quien señala: "El diseño y la interpretación de la investigación médica en este campo están todavía teñidos por concepciones y expectativas estereotipadas acerca del género, que obstruyen los esfuerzos para avanzar hacia una sólida comprensión de las diferencias y similitudes biológicas¨. Es innegable la influencia del movimiento feminista en estos cambios.

Puede decirse que la historia de los significados de las diferencias sexuales en el cerebro apenas comienza.

 
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