Fue presentado el volumen La hora y la neblina en el Palacio de Bellas Artes
La poesía de Blanco inspira a la meditación y la contemplación
Feliz, el autor leyó, tocó el piano y cantó varias de sus composiciones con su hija
Ampliar la imagen El autor de El coraz�el instante, en imagen de archivo FOTO Guillermo Sologuren Foto: Guillermo Sologuren
La obra poética de Alberto Blanco ocupa un sitio destacado en la poesía mexicana contemporánea y, desde el trasfondo de su diversidad, "sugiere los valores de la meditación, la contemplación y el cultivo en nosotros mismos de la armonía, la belleza, la amistad con todo lo que vive y la aceptación del orden con que la neblina y el tiempo borran y despejan el destino humano".
Así lo dijo la noche del viernes el también poeta Sergio Mondragón durante la presentación del libro La hora y la neblina (FCE), de Blanco, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Y agregó:
"Muchos de esos poemas son concebidos como partes constitutivas de ciclos estructurales o ramos que se desprenden de un entramado mayor que los alimenta y contiene, lo cual invita a leerlos como partes de un todo y a buscar sus correspondencias en otra parte de la obra, independientemente de que puedan ser abordados como piezas individuales."
Mondragón recordó que la obra poética de Blanco, "que es también en su conjunto la propuesta de unos valores y cualidades que le señalan un norte al lector", está contenida en dos volúmenes: La hora y la neblina y El corazón del instante, que fue publicado en 1998.
"Cada uno de ellos contiene 12 libros, escritos a lo largo de 32 años, y en ellos los poemas han sido dispuestos no en el orden cronológico en que fueron escritos, sino como ciclos de escritura, ermitas de reposo y meditación o puntos de referencia en un paraje que el lector puede trasladar a su propio espacio espiritual."
Se trata, agregó Mondragón, de "un lugar habitado y oxigenado por esos dos árboles de 12 ramas cada uno, estremecidos por el viento y comunicados entre sí por imágenes y poemas que, como pájaros que vuelan de uno a otro, festejando sus frondas, dibujan una escritura de vuelo que con frecuencia tiene sus bases en uno de los libros y sus terminaciones en el otro".
Leyó, tocó, cantó
Feliz, micrófono en mano, de pie en el escenario, Blanco completó la reflexión de Mondragón con la lectura de 12 poemas breves, un recorrido por los 12 libros-capítulo de La hora y la neblina. Leyó, por ejemplo, el poema en prosa "La estatua y el globero", que concluye así:
"(...) En vez estallar, el globo se quiebra como si fuera de vidrio. El globero recoge los pedacitos luminosos. Me muestra un puñado: me veo reflejado con un rostro distinto en cada uno de ellos."
Leyó también una pieza del tercer libro, que aglutina los poemas "traídos del sueño", que no son inspirados "a partir del sueño", sino escritos "en el sueño". Son traídos "de contrabando, de una manera difícil y peculiar".
En la frontera entre el sueño y la realidad, esos poemas casi siempre se quedan atorados en la "aduana", pero a veces Blanco logra pasar alguno para regocijo de sus lectores.
"Aquí no hay corrección; no hay más que ponerse de rodillas, tomar nota y guardar asombro", compartió, y luego leyó "¿Quo vadis?":
"¿Por qué tomar el camino más largo/ si podemos seguir el más corto?// Por qué tomar el camino más corto/ si podemos seguir el más largo?// ¿Por qué tomar el camino?// ¿Por qué no seguir el camino?// Las preguntas son el camino."
Para concluir, Blanco tocó el piano y, acompañado de su hija Dana, cantó varias de sus composiciones, como "El arte de vivir", "La ciudad dormida", "Con tal de despertar" y "El sol que se levanta".