De nuevo el festejo de La Florecita superó la oferta de la Plaza México
Vigente, José Rubén Arroyo inundó de aromas toreros el coso mexiquense
Destacó la entrega de Gustavo García Solo, en la Monumental
Ampliar la imagen Jos�ub�Arroyo volvi�refrendar su arte y su valor FOTO Rafael S�hez de Icaza Foto: Rafael S�hez de Icaza
Cuando dentro de poco sesudos historiadores hagan el recuento de los contados aciertos y muchas omisiones que redujeron la tradición taurina de México a su mínima expresión, la palabra desperdicio aparecerá como determinante de tan inexcusable realidad.
Esa y muchas otras cosas me venían a la mente mientras en el ruedo de La Florecita, frente a encastados toros del hierro del maestro Joselito Huerta, el matador José Rubén Arroyo bordaba dos melodiosas faenas durante la segunda de las congruentes "corridas industriales", montadas por la empresa Sarajuana, que en su publicidad anuncia "Vuelve su majestad el toro", dada la escasez de éste en las plazas del país, no en las ganaderías.
Antes del festejo tuve oportunidad de saludar a doña Marta Chávez viuda de Huerta, quien con amor, afición y talento ha sabido honrar como ganadera la memoria de su ilustre esposo, y a los criadores don Juan Flores, de La Guadalupana, don Salvador Rojas, de San Judas Tadeo, don Gabino Aguilar, de El Batán y don José Julián Llaguno, que a varias de sus bravas reses el inolvidable maestro de Tetela de Ocampo cuajó memorables faenas.
Ante casi media entrada -ah que el fut- abrió plaza Huapango, con 480 kilos y, como sus hermanos, muy bien armado, que hizo salida de bravo, rematando abajo en los burladeros y acudiendo pronto a los engaños. Con él se abrió de capa José Rubén Arroyo, ataviado con un regio terno azabache con pasamanería en negro, en tres templadas verónicas por el derecho y acompasada media. Tras tomar el astado un puyazo muy trasero, José Rubén se recreó en tres acompasadas chicuelinas y un remate en cámara lenta.
Con la muleta se sucedieron tandas por ambos lados, templados, sentidos y largos, enredándose el toro a la cintura, con la particularidad de que Arroyo cita casi de frente para ampliar la perspectiva de su visión, así como pases de la firma, trincherillas y kikirikís que constituyeron estampas casi insoportables por su belleza. ¡Ah, qué sentido del tiempo el de este torero al realizar las suertes!
Volcándose, dejó un estoconazo hasta las cintas, tendido y algo contrario, que requirió de un golpe de descabello, lapso en el que la gente, más que enfriarse, se recuperó de las inusuales emociones que acababa de experimentar. Pudiendo haberse dado una merecida vuelta, Arroyo, tan sobrio y ensimismado como su terno, salió al tercio a agradecer la aún desconcertada ovación del tendido.
Con su segundo, Soldado, de 520 kilos, cuya bravura permitió que los estupendos banderilleros Gustavo Campos y Gerardo Angelino se dieran torero agarrón, José Rubén Arroyo repitió color en muletazos con garra, cadencia y drama, no sin que su privilegiado ritmo fuera importunado por un pasodoble más que improcedente, pues así como hay toreros que necesitan música para que su toreo luzca, hay otros a los que por su interioridad les estorba. Tras media que bastó, Arroyo dio una vuelta con mucha fuerza. ¿Habrá en México un apoderado profesional que quiera ganar dinero con tan extraordinario diestro?
Manolo Lizardo, de los últimos discípulos de Joselito Huerta, estuvo empeñoso, alegre y bullidor con su lote, el mejor del encierro, pues incluso su segundo recibió los honores del arrastre lento, y además se llevó benévola oreja de su primero tras defectuosa estocada, pero su eléctrica propuesta fue demasiado contraste con la tauromaquia de su alternante. Si en el toreo bastaran el valor y la ligazón...
En la octava novillada de la temporada chica en la Plaza México se despidió de novillero Víctor Pastor, repitió Rodrigo Muñoz Gitanillo de Tlalpan y se presentó Gustavo García Solo, con seis ejemplares de Rafael Mendoza, pobres de cabeza, descastados, deslucidos y complicados. Al grado de que los dos primeros alternantes apenas consiguieron trasteos entre altibajos, mientras que el juarence Solo desplegaba una imaginación, un valor, un carisma y una entrega inversamente proporcionales a su sitio, habida cuenta de que los toreros se hacen toreando, no levantándose de una cornada luego de estar a las puertas de la muerte para torear en los siguientes 12 meses ¡cuatro novillos! Sólo en el país del desperdicio es posible tanto heroísmo infructuoso.