¿Qué será hoy, en México, ser de izquierda?
Tanto el subcomandante Marcos como Cuauhtémoc Cárdenas han reprochado a Andrés Manuel López Obrador no ser de izquierda, y el primero extiende su crítica a todo el PRD. Surge inevitablemente la pregunta: ¿qué querrá decir hoy, en nuestro país, ser auténticamente de izquierda? Es obvio que hay al menos cuatro herencias de los modelos clásicos (a los que suponemos que está ligado el referente "la izquierda"), que no parecen decirnos ya mucho: uno, tomar el poder a través de un acto violento revolucionario; dos, establecer un campo del conflicto que tenga por objetivo desposeer a la clase burguesa de su control sobre los medios de producción y sustituirla como clase dinámica del desarrollo; tres, organizar un escenario de confrontación que alinee, de un lado, en forma de acumulación de fuerzas, a los sectores explotados, marginados, excluidos y enfrentarlos a las fuerzas de la dominación económica, política, mediática y militar, nacional e internacional; cuatro, construir una convergencia de voluntades políticas que devenga Estado y autoridad y desde ahí redimir a lo nacional, a lo popular y a las clases desposeídas.
El primer punto no tiene discusión, el propio zapatismo ha cobrado distancia con respecto a la violencia y, aunque pueda argumentarse que la historia de las colectividades no es ajena para nada a las rupturas, a la confrontación y a la sangre, creo que más de 99 por ciento de los habitantes de este país pensamos que no es el camino. El segundo punto es más sencillo de entender, pues en nuestras sociedades es cada vez más difícil encontrar burgueses de carne y hueso caminando por las banquetas, porque, entre otras cosas, se trata de países en desindustrialización acelerada (tanto Cuauhtémoc Cardenas como López Obrador se reúnen con los últimos que quedan, a los que el capital trasnacional aún no les ha hecho ofertas irresistibles para vender sus negocios, y se reúnen también con los poquísimos que han logrado engancharse a la clase Forbes).
Qué diéramos por tener unos actores dinámicos empresariales como en tantas regiones de España, o como en Francia, donde aún se defiende una parte del campesinado medio y donde una "pequeña burguesía de tendajón" es capaz de vender productos alimenticios de primera calidad y con esos ingresos educar a sus hijos en las universidades y darles una calidad de vida respetable.
Así que hoy, ser de izquierda querría decir, más que acabar con la burguesía, reconstruir a los actores dinámicos empresariales intermedios y en general reconstruir a los actores sociales medios en sus organizaciones laborales, en sus espacios urbanos, en sus cuencas, en regiones medias campesinas, indígenas y en general en sus espacios territoriales, algo que significa fortalecer y densificar lo social y no destruirlo en beneficio de un actor estatal centralizador.
El tercer punto, el que acaban de plantearnos el zapatismo y Marcos en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona tiene un sentido ambiguo: nos dice que aprovechando esta época electoral los desposeídos deben hacerse presentes desde todas partes (indígenas, amas de casa, párrocos, vendedores ambulantes, estudiantes...) en consonancia con las confluencias altermundialistas (intergalácticas), donde se congregan poderosos sindicatos, agrupaciones ecologistas, de género, gays y lésbicas, campesinas, anarquistas... para desde esa acumulación coyuntural discutir una nueva forma de hacer política. Se trata de una dinámica en la que los líderes sociales pueden ser sustituidos por los líderes políticos, y el estalinismo y el estatismo terminen imponiéndose, porque no se ha construido poder social.
Eso nos permite obviar el cuarto tema: la redención desde el vértice, que encontró su fin tragicómico con la caída de un muro. Eso no quiere decir renunciar a un poder estatal capaz de proteger ésta o aquella área de la economía mientras logra más competitividad (como hicieron Japón o Corea), pero ello no tiene sentido sin el fortalecimiento del poder social.
Es obvio entonces que el tema que estamos tratando tiene que ver con la sedimentación y con la densificación de lo social, con el fortalecimiento y el empoderamiento de actores y fuerzas sociales, con "la democratización de la democracia". Pero eso no es cuestión electoral o de unos cuantos meses: es un camino que requiere de años, en las regiones del país, en los caracoles, como saben los zapatistas y nos lo están enseñando.
Ni la propuesta de Cárdenas ni la de López Obrador tienen que ver con ello, no son propuestas de reconstrucción ni empoderamiento de los actores civiles como nos lo dejaron claro con sus fracasos en la partricipación ciudadana del Distrito Federal. Entonces la cuestión no es si se es de izquierda o no, sino si se quiere el poder para la sociedad o para la política. Ese sería, en efecto, un cambio en la cultura de los mexicanos.