Un fantasma recorre México
Hace algunos años pudiera haber iniciado algún artículo con la clásica introducción copiada del Manifiesto comunista. Hoy tendríamos que empezar con una menos académica y tal vez alejada de la nostalgia de los escritos libertarios de los setentas y los ochentas. Hoy, más bien, tendríamos que decir: un chingo de fantasmas recorren nuestro país.
Los fantasmas de la desconfianza, de la incertidumbre, de la desigualdad, de la injusticia, de la corrupción, de las adicciones, del narcotráfico, de la inseguridad, de la pobreza, de la incompetencia política, de la simulación, del agandalle, de la tranza, entre otros, son parte cotidiana de la vida pública mexicana.
Los procesos electorales no son la excepción. La función pública ha sido convertida en una enorme tómbola. La vieja clase política y su demagogia han sido sustituidas por gerentes de medio pelo, sin rubor para hacer gala de su culto a la ignorancia.
Vicente Fox dice que es empresario, no político. Por sus hechos demuestra que no es ni lo uno ni lo otro. No hay respeto a su investidura, que sustituye con la chabacanería y actitudes chambonas y grotescas.
La política es hoy una práctica desprestigiada; el ciudadano no se ve reflejado en sus instituciones. Legisladores, funcionarios y empresarios no acaban de entender que el hartazgo social viene desbordando desde hace tiempo la función pública.
Cierto, la vida política actual es diferente a la de décadas anteriores. Hay distintas reglas del juego, pero una constante sigue presente: el que tiene el poder juega con ventaja. Subrepticia, disfrazada, abierta o descaradamente puede ser la modalidad que asuma la lógica del poder, pero a final de cuentas quien tiene los instrumentos para perpetuarse en el poder lo usa sin escrúpulos.
Los medios que hoy se utilizan son más sofisticados que en el pasado, recurren a la tecnología de punta, el marketing, etcétera, pero la inequidad sigue estando presente, tanto en la actividad electoral como en la función publica.
La imposición de medias verdades, frases mediáticas, eslogans vacuos, sutiles o estridentes atiborra, con un descaro sin límite, la ya de por sí intrascendente programación televisiva mexicana.
Ante el desplazamiento del PRI de la Presidencia de la República, la cual se constituía como el factor de cohesión de ese partido, los gobernadores han asumido en los hechos un nuevo tipo de centralismo, en el que a través del uso y abuso del poder imponen criterios y directrices para conservar a sus incondicionales en el poder.
Esta lógica del poder es la que domina los escenarios estatales, donde los medios de comunicación en su mayoría son expresión de grupos de poder económico o político locales, por tanto, difunden líneas editoriales, columnas políticas, u omiten información, según convenga el caso, para el logro de sus propósitos. Las excepciones son raras; existen, pero no constituyen un contrapeso a los medios que los grupos de poder estatales usan y abusan, y así difunden supuestas encuestas, difaman candidatos, ocultan información o la editorializan, etcétera.
En el plano estatal muchos de los gobernadores se han convertido en señores de horca y cuchillo: quitan presidentes de partido (igual que hicieron Salinas, Zedillo y los anteriores presidentes), funcionarios electorales, magistrados. Los congresos estatales están acotados por la medianía de las burocracias partidarias locales y por una relación de supeditación a un Poder Ejecutivo con enorme capacidad de manejo discrecional de los recursos públicos.
Ejemplos pululan. Promueven sin pudor y sin escrúpulos intensas y costosas campañas publicitarias antes y durante los tiempos de las campañas electorales estatales a favor de su partido, o de su candidato en las elecciones internas, con una lógica salvaje e impune. Son promotores de campañas cortas, donde los candidatos de oposición no tienen tiempo de posicionarse, así como de campañas publicitarias de autopromoción que se extienden meses o años antes de los comicios.
Los inéditos desenlaces del pasado reciente ayudan a explicar las razones de la falta de rumbo nacional estratégico, de la incertidumbre, del desajuste político, del trastocamiento de posiciones, del oportunismo, del menosprecio a la ideología y el programa en todos los partidos, del desorden gubernativo, del galopante desengaño y desilusión sociales de la política que, en suma, caracterizan a la actualidad nacional.
Reforma del poder significa un nuevo pacto social, una redistribución del poder político y, simultáneamente, de la riqueza nacional. La abstención no miente: la decepción ciudadana es cada vez mayor; recuperarla es un compromiso ineludible y el único camino posible para conducir los cambios que México reclama.