Desde los días bíblicos se hace referencia a su efectividad en las artes amatorias
Besar, actividad extraña y sexual menospreciada por los hombres
Para muchas mujeres, la facilidad para tener relaciones sexuales la ha degradado
El orgasmo bucal, experiencia que cobra fuerza pero poco estudiada por los investigadores
Ampliar la imagen Par� Quai du Louvre, 1955, gelatina de plata, tomada del libro Amor y deseo, de William A. Ewing FOTO Frank Horvat Foto: Frank Horvat
En general Sigmund Freud no es muy conocido por su ironía, así que es poco probable que buscara provocar la risa cuando, en 1905, describió el beso como: "Contacto particular entre las membranas mucosas de los labios de dos personas interesadas, el cual, en muchas naciones, se tiene en alta estima sexual a pesar de que las partes del cuerpo involucradas no forman parte del aparato sexual, sino constituyen la entrada hacia el tracto digestivo".
Irónico o no, en cierto sentido Freud tenía razón. El acto de besar es una actividad muy extraña, aunque no se puede negar que besar (el beso francés, no el picorete mua-mua en la mejilla) es sexual. Siempre ha sido, siempre fue, con toda probabilidad aun antes de que los humanos se pararan sobre sus patas traseras. Quienes se preguntan cómo se inventó el beso -hecho que a primera vista resulta un misterio que rivaliza con el descubrimiento del queso- deberían fijarse en el bonobo, simio pigmeo, simpático y en grave peligro de extinción que vive en grupos pequeños en el Congo y es considerado por los naturalistas el animal más cercano al ser humano, sobre todo porque estos simios tienen relaciones sexuales no por los bebés, sino por gusto.
Tratándose de sexo, los bonobos hacen de todo: posiciones experimentales, cunnilingus, fellatio, masturbación, bisexualidad, sexo en grupo y, a diferencia de cualquier otro animal, montones y montones de largos, apasionados besos con la boca abierta y juego de lenguas.
Extrapolemos eso, imaginemos que muchos primates ahora extintos tal vez también se besaron a la francesa, y sabremos de dónde sacaron la idea nuestros tatarabuelos neandertales. Muchos evolucionistas creen que nuestra inusual posición sexual cara a cara se desarrolló porque nos gustaba mirarnos mientras teníamos relaciones sexuales y, claro, porque al mismo tiempo nos podíamos besar. Esto convirtió el sexo en una actividad social e intelectual, así como en una práctica placentera y necesaria para conservar la especie.
Largo camino a la modernidad
Ya para los días bíblicos, besar se había puesto al frente del arsenal sexual de la humanidad, y era sujeto de codificación e imperativos morales de nuevo cuño. El rabino estadunidense Shmuley Boteach, autor del popular libro Sexo Kosher, es defensor del sexo cara a cara y de los besos que lo acompañan.
"De acuerdo con los antiguos rabinos y los cabalistas, en la posición del misionero una pareja puede besarse e intercambiar el aliento de la vida. Ambos pueden murmurarse cosas al oído y así unir sus espíritus; pueden abrazarse y su carne convertirse en una sola", dice Boteach, quien acota que el beso francés no es la única clase de beso permitida por la tradición judía.
Señala que el rabino medieval Maimónides escribió: "A un hombre le está permitida su esposa, y por tanto, cualquier cosa que él y su esposa deseen alcanzar sexualmente, pueden hacerlo. Pueden tener relaciones cuando les plazca y él puede besar cualquier órgano que desee y tener trato sexual de manera natural o no natural". Los antiguos griegos también reverenciaban los besos.
El novelista romántico del siglo II Longo de Lesbos escribió sobre dos pastores calenturientos, Dafnis y Cloé, los cuales no podían parar de besarse.
"Contra el amor no hay remedio, ni poción, ni polvos ni canción", se queja uno de estos hijos de la naturaleza. "Nada tiene utilidad excepto besarse, acariciarse y yacer juntos desnudos". La idea de que besarse era el punto medio entre la cena y el sexo se había ya establecido en esos tiempos.
Otro novelista de pornografía ligera, Aquiles Tatius, escribió en el siglo V: "Cuando las sensaciones de Afrodita se elevan hacia su punto más alto, la mujer se pone frenética de placer, besa con la boca bien abierta y se revuelca como loca".
Hans Licht, profesor de griego clásico, se entusiasmaba al describir el sendero de los griegos hacia el éxtasis sexual. "Labios presionados contra otros labios, los amantes permanecen largo rato en tierno abrazo, los labios abiertos y las lenguas acariciándose mientras las manos del joven ciñen los pechos de la chica y tocan con lascivia las rotundas manzanas; a los besos les siguen mordidas tiernas, en especial en los hombros y los pechos, de los cuales el joven ha retirado las ropas con mano enfebrecida", etc, etc.
En el mundo islámico los besos, junto con toda la saludable destreza sexual, no sólo se propiciaban, sino se exigían, y en India el Kama Sutra y el Ananga-Ranga se mostraban tan entusiastas de los besos como de la cópula. Los antiguos chinos tampoco se conformaban con poco. El autor de El arte del amor, Li Tung-Hsuan, escrito en el siglo VII, describe de manera precisa cómo los besos contribuyen a llevar de una cosa a la otra. "El hombre succiona el labio inferior de la mujer, la mujer succiona el labio superior del hombre", escribe. "Se besan, se alimentan de la saliva del otro. O el hombre muerde con suavidad la lengua de la mujer o mordisquea sus labios un poco, se coloca en las manos la cabeza de ella y le pellizca las orejas. Así, acariciándose y besándose, mil encantos se desplegarán y cientos de pesares se olvidarán".
Como parte de su trayectoria hacia la "modernidad" y el alejamiento de las "maneras animales", los primeros cristianos y los medievales empezaron a denigrar los besos, aunque monjas frustradas y erotómanas como Mechthild o Magdeburg y Margaretha de Ypern describieron de manera gráfica los besos que les daba Cristo. Verónica Giuliani, quien fue beatificada por el papa Pío II, alguna vez acabó en la cama besando a un borrego vivo.
Los trovadores de Provenza eran menos refractarios a los besos, y su código de amor cortesano consideraba "amor verdadero" los besos y las caricias, pero nunca el sexo, el cual se conocía como "falso amor". En cambio Tomás de Aquino se mantuvo firme contra los besos y sostuvo que besar a una mujer con placer, aun sin pensar en sexo, era pecado mortal.
No es de sorprender que en algunas culturas cristianas de los siglos XVI y XVII un hombre de menos de 20 años de edad podía recibir en castigo ocho días de ayuno por besar de manera licenciosa. En 1656 al desafortunado capitán Kemble, de Boston, lo pusieron en el cepo acusado de "conducta lasciva e indecorosa" por besar en público a su esposa un domingo, después de tres años en el mar.
Lo que ellas quieren
Almas más liberadas que los colonialistas de Boston recuperaron las delicias del beso: los primeros hebreos, los musulmanes, los griegos y otras culturas. John Cleland, autor del bestseller de 1748 Las memorias de Fanny Hill, no pasa por alto los besos en su priápica exploración del Londres del siglo XVIII: "Phoebe pareció más compuesta; después de dos o tres suspiros, ¡ohs! que atrapaban el corazón y darme un beso que pareció exhalar el alma por los labios, volvió a colocar las ropas de cama sobre nosotros".
Una médica pionera estadunidense de finales del siglo XIX, Elizabeth Blackwell, explicaba que no es el sexo en sí lo que las mujeres anhelan, sino "la profunda atracción de una naturaleza a otra, que es marca de la pasión, y el deleite de los besos y las caricias".
Las mujeres occidentales modernas se quejan con frecuencia de que la facilidad con que se tienen relaciones sexuales ha degradado la alegría de besarse. "He tenido un orgasmo tan sólo con besar a alguien", me dijo una amiga cuando escribía un libro sobre el orgasmo. "Fue la cosa más asombrosa que he experimentado. Besar es fantástico y está muy menospreciado por los hombres".
La experiencia de esta mujer no es única. Un sitio web describía de manera elocuente el gozo no sólo del orgasmo clitorítico a consecuencia del beso, sino el de un verdadero "orgasmo bucal".
"El orgasmo bucal ocurre en el momento cumbre de la estimulación de la boca; puede empezar en la boca y/o en la garganta y expandirse desde ahí", explicaba. "Este tipo de orgasmo parece estar más difundido de lo que se sospechaba con anterioridad y ha sido ignorado por los investigadores. Con el creciente interés en el sexo oral, se puede esperar que la incidencia de orgasmos bucales se incremente.
"El orgasmo bucal parece dispararse por los variados componentes de la cavidad oral: los labios, la lengua, el paladar y la garganta. Qué parte, o combinación de partes, disparan el orgasmo, depende de cada individuo. En algunos el orgasmo empieza con sensaciones muy agradables en los labios, mientras otros las sienten en el paladar, etc.
"Algunas mujeres llegan al orgasmo mientras besan; otras consideran el orgasmo bucal como un entremés antes del platillo principal. Otras experimentan orgasmos bucales al hacerle sexo oral a un hombre."
Orgasmos bucales o no, besar sigue siendo el ingrediente principal de la ficción erótica. Como dice el autor erótico Mitzi Szereto: "El beso es una parte integral del todo. Es un preliminar para las partes candentes que vienen después. En literatura, como en el cine, una vez que el beso empieza a actuar, se puede saber hacia dónde nos conducirá. Y la anticipación es la mitad de la diversión".
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya