El poder terapéutico de la palabra escrita
Aún existen quienes, contra toda evidencia, insisten en que la escritura creativa no tiene el menor valor terapéutico. Dicen que escribir algo en forma de narración o memoria rara vez, si acaso alguna, purga las emociones, lleva orden a una vida desequilibrada o sana un alma herida.
En vano apunta uno a todas las pruebas: el aire de gentil sanidad que flota sobre un festival literario, la naturaleza apacible y llevadera de los escritores contemporáneos, con su sentido intenso pero modesto de su yo, su callada sabiduría sobre el mundo que se extiende más allá de su estudio.
Los gruñones alegarán que por cada filántropo jovial como Jeannette Winterson hay una Virginia Woolf, que la quietud budista de un Howard Jacobson es suprimida por los arranques de los sicóticos literarios, desde Pound hasta Hemingway. ''¿Y exactamente cuánta autoestima ganó Sylvia Plath con sus escritos?", preguntan.
A esta altura del debate me gustaría abrevar de la propia experiencia. Hace dos párrafos, por ejemplo, estaba yo confundido, ansioso, en un estado de leve depresión. Con cada palabra voy sintiendo que la tensión se desliza de mis hombros y una sensación de bienestar literario desciende sobre mí como una bendición. Para cuando termine este artículo me encontraré en ese estado casi de éxtasis que por lo regular sólo es inducido por un elaborado coctel o por drogas recreativas. Saldré de mi estudio como trepado en mi nube personal a alimentar a los pájaros, caminar descalzo sobre la hierba crecida o abrazar a algún extraño que pase.
Por supuesto, no toda escritura es terapéutica. Hay personas -los profesionales de la opinión indignada, por ejemplo- que de hecho se ponen más iracundas con cada palabra que escriben. Se dice que en las oficinas del Daily Mail hay un cuarto acolchado, conocido como la suite Lee-Potter*, en el que los columnistas pueden ''desahogarse" después de completar sus mil palabras.
Escribir por sanidad propia requiere cierta disciplina. Inclusive en asuntos en apariencia sencillos, como reproducir un diálogo, deben aplicarse ciertas reglas. Mientras un autor ordinario utiliza esas terribles muletillas ''dijo, preguntó, replicó" y cosas por el estilo, el escritor terapéutico añadirá color, utilizando el verbo, el adjetivo o el adverbio precisos para la ocasión.
Así pues, si se quiere dar la idea de que uno de los personajes dice algo que el lector debe tomar en serio, lo debe decir en voz baja. Es norma establecida en la ficción que si algo se dice en voz baja, o se murmura, es porque tiene gran significación.
Por regla general el escritor terapéutico asumirá que muy a menudo un lector pasará por alto el tono en que algo se dice y será necesario repetírselo. En vez de ''-Vamos -dijo ella" debe ser siempre ''-Vamos -apremió ella". En la duda se puede añadir otro eco mediante un adverbio o frase adverbial: ''-Te lo ruego con toda el alma -imploró ella con expresión suplicante".
Hay que recordar, por cierto, que verbos, adverbios y frases adverbiales son más o menos intercambiables. Si tenemos una escena que contenga la frase ''-Te necesito ahora -carraspeó Gerard con apremio" y luego vienen otras frases por el estilo, el otro personaje puede apremiar con carraspera con el fin de evitar la repetición obvia.
La gran ventaja de adoptar un enfoque activo al reproducir diálogos es que el verbo puede actuar a menudo como una especie de parada larga sobre lo que se ha dicho, en particular cuando es posible que el contenido no se haya captado bien. Si se supone que un personaje dijo un chiste, pero el lector se lo perdió, hay que añadir algo así como ''en son de broma". Por otro lado, alguien que es más contemplativo debe musitar tan a menudo como sea posible, o bien se debe agregar esa vieja frase favorita, ''como para sus adentros".
Diálogo es acción, así que con frecuencia el decir y el hacer se pueden combinar con pericia, por ejemplo en ''-¡Basta! -rió él" o ''-Te he extrañado con desesperación -tembló ella". Contra lo que aconsejan los manuales de estilo, es en absoluto permisible tomar por asalto un sustantivo o adjetivo y convertirlo en verbo. En la ficción romántica escribir algo así como ''-Creo que me estoy enamorando de ti, Angela -desparpajó él", se considera un recurso sumamente elegante.
Por supuesto, en la narrativa ocurre a veces que un personaje diga algo sin ninguna carga emocional en particular. En tales ocasiones es razonable utilizar el adjetivo ''neutral", recurso favorito de Dick Francis, que es el equivalente literario del ruido blanco. Por ejemplo en la frase ''-Escribir por terapia es por lo regular escribir mal -observó en tono neutral".
* Linda Lee-Potter (1967-2004), legendaria columnista del Daily Mail. (N. del T.)
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya