Usted está aquí: viernes 22 de julio de 2005 Cultura Don Quijote: el fluir de la espera

José Cueli

Don Quijote: el fluir de la espera

El Quijote, como el sicoanálisis, es el fluir infinito de la espera, no la creación de una obra momentánea. El Quijote se repite en cada instante y es creado nuevamente por el lector, al igual que cada sesión analítica, pues como dice Heráclito: ''El mundo a veces se incendia, a veces se constituye a partir del fuego, por ciertos periodos de tiempo, en los cuales, con medidas y con medidas se apaga".

El centro del Quijote, movido por el sueño de la libertad, no se da por vencido aunque lo esté; prosigue su liberación, se le va de las manos al autor y es él alguien que se ha ido, se está yendo para siempre. El Quijote pone en marcha un sueño móvil. Sale del camino y se va por el mundo estableciendo la justicia que le da libertad, a la par que se va liberando. Todo esto en un tiempo laberíntico, poseedor de dimensiones plurales y no sólo las del tiempo sucesivo, que no es sino una de las modalidades del tiempo. El tiempo que es múltiple.

Por ello, El Quijote trasciende el tiempo que ha de cumplirse en la realidad, y salvar esa realidad exige un tiempo múltiple.

El Quijote, delirio infernal, no se rige con medida y no reparte sus ''logos", la víscera mediadora. El delirio dejado a la deriva es puro infierno. El mundo que le empezó a flaquear al compás de su devenir y le mostró formas irreparables al ingresar a la vida. El mundo le mostró su condición deleznable, no en cuanto a su contenido sino a su consistencia.

El Quijote se descubre, como Freud, sujeto que no era cabal e inmutable, se transformaba, se desvanecía, se convertía en otra cosa, en otro que ya no era aquél, en desajuste y difuminación, disipados de las cosas, de los seres, siendo en un momento, para dejar de ser, dejando penetrar en la espera un cuadrante de sombra.

Choque con la realidad. Y surge la pregunta, ¿por qué percibimos el rojo y el azul si en la naturaleza no hay azul ni rojo, sino tan sólo longitudes de ondas electromagnéticas? Ninguna ley puede explicar por qué vemos rojo y azul en lugar de ver azul y rojo en las mismas longitudes de onda.

Por tanto, existe una imaginación que está allí, en los seres vivos, creación de algo que llamamos imágenes que corresponden en parte al impacto que reciben del exterior, escapan de nuestra conciencia, siguen el fluir del tiempo; imaginación en creación perpetua. Algo que nunca vio la filosofía tradicional, ni la sicología ''científica".

El Quijote fantasma, visión de aquello que constituye la seguridad (y que Freud quebrantó al enunciar que el hombre no era el centro de nada) vislumbró que nada era seguro. En sus aventuras pierde la identificación en sus libros de caballería y en una labor finísima se va desajustando, trastocándolo todo, a pesar de la negación, en su incesante poderío de deterioro y de transformación que tanto sorprende como engaña. Desintegración tan inevitable como inmutable de lo que había sido el ser de las cosas: la imagen permanente del mundo.

El Quijote advierte que no es tanto el trayecto como el ser lo que importa y que solemos confundir con la vida lo que nos rodea. Cuando don Quijote se incorpora como un personaje más del medio ambiente que le circundaba, el mundo se le conturba, y a pesar de negar delirantemente, comienza a transparentarse, moverse, deslizarse, difuminarse, como una transgresión decepcionante y pavorosa, el espectro de lo vertiginoso, de lo inalcanzable: la verdadera faz del mundo, la inasibilidad, la ''falta".

Las cosas en que había creído, justicia, libertad, al fragmentársele lo dejan impávido ante el vacío inexplicable en que se le convirtió lo viviente; engañado, buscaba una y otra vez la comparsa perdida.

 
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