La necesidad de la quinta columna
Sharm el Sheikh está muerta. Está muerta mucho más allá de los más de 90 muertos de la madrugada del sábado o de las instalaciones turísticas destruidas. Sharm el Sheikh es la Cancún del Mar Rojo y de este paraíso exótico depende una cuota importante del producto interno bruto egipcio. Y si Sharm el Sheikh está muerta, también la dictadura filoestadunidense de Osni Mubarak, viejo sátrapa que se hace pasar por moderado, entra en su recta final.
Después del 7 de julio londinense varios diarios liberales en el mundo sostuvieron la delirante tesis de que los terroristas -rebajados a la categoría de tirabombas por la BBC- habían perdido. Y habían perdido porque el interés no estaba aparentemente en procurar víctimas -consideradas evidentemente "perejiles" por los dos bandos-, sino en el daño a la economía y los mercados bursátiles. Y si en este plan las consecuencias del 11 de septiembre habían sido gravísimas, las del 11 de julio habían sido ínfimas. Los mercados bursátiles no toman metros y no sufren traumas físicos ni familiares ni sociales y, sin embargo, Sharm el Sheikh es la confirmación de que la disparatada tesis es tan incorrecta como cínica.
Las bombas en las orillas del Mar Rojo han asesinado al único sector pujante del desastroso régimen neoliberal de Moubarak. Sharm es el paraíso de los europeos de bajo presupuesto, que con 300 euros en invierno y 500 en verano pueden saborear una semanita de servicios y hoteles de cuatro estrellas. Van, iban, millones, y las brigadas Abdallah Azam, Al Quaeda, o quienes sean los autores, han decidido poner de rodillas a cientos de miles de familias egipcias e iniciar así la desestabilización final del régimen. Si no se obtiene con el horror terrorista, seguramente se consigue cortando las piernas a la tambaleante economía del país más importante de todo Medio Oriente, con más de 60 millones de personas.
También Londres está herida de muerte. Salió de los atentados fallidos del jueves 21 mucho peor de como había salido en los exitosos de dos semanas antes. Entonces cada londinense había recuperado la luz del sol a la salida de las escaleras mecánicas del metro con la sensación de salir con vida de un peligro mortal.
El más frívolo de los jefes de gobierno occidentales, el italiano Silvio Berlusconi, para esconder las divisiones de su coalición a la hora de tomar medidas extraordinarias frente al alto riesgo de que Italia pueda ser el próximo objetivo, ha afirmado que las medidas no serían urgentes, ya que estaría demostrado (¡sic!) que entre un atentado y otro pasa mucho tiempo.
La seguridad de Berlusconi, como la de los londinenses, fue barrida con las bombas del día 21. Desde entonces ya no hay cálculos, ya Londres es un barrio de Bagdad y que la reina o Tony Blair simulen normalidad ha causado más rechazo que contaminación positiva. Lo atestiguan dos hechos. El primero es el intento de huelga de los conductores de metro, que empiezan a estar asustados con un trabajo 100 metros bajo el suelo y la probabilidad ya no tan remota de un atentado.
Aunque el tiempo irá recomponiendo el puzzle del trauma social, la única condición necesaria para recuperar la normalidad es la ausencia de otros hechos traumáticos. Y a las bombas del 21 ha seguido la muerte de un ciudadano de rasgos asiáticos, asesinado a balazos por la policía el día siguiente, apenas 12 horas antes de las bombas de Sharm.
Los cuentos de los testigos son escalofriantes. La persona, ya inmovilizada, gritaba de terror -"parecía un conejo", atestiguó Mark Whitby, periodista presente en los hechos- cuando ha recibido cuatro o cinco balazos en plena cara. Encima no tenía explosivos y ni siquiera una mochila. Scotland Yard ha hablado del peligro inminente del estallido de bombas que no existían hasta admitir, la tarde del sábado, que el sospechoso ha sido sólo una víctima más, completamente inocente. Es un ejecutado extrajudicial en plena regla, algo prácticamente desconocido en Europa en las últimas décadas.
Para los cientos de miles de "portadores de cara" de joven y de árabe es una señal siniestra que los empuja a sentirse extranjeros en los países donde a menudo han nacido y estudiado. En estas condiciones la convivencia civil en Europa está en serio riesgo. Cada país ha tomado alguna medida, desde la suspensión de la libre circulación de los ciudadanos hasta la prueba del ADN obligatoria para todos los "sospechosos", aunque la sensación de impotencia es fuerte.
Se están dando las condiciones para una Ley Patriótica europea, giro autoritario que limitaría libertades y derechos. La seguridad ciudadana es un tótem atrás del cual se juegan millones de votos. La crisis económica del neoliberalismo es intensa y la precarización del trabajo y el empobrecimiento son partes del escenario continental. Europa, como Estados Unidos, necesita un enemigo, para alimentar -todo un oxímoron- keynesianamente el neoliberalismo en crisis y silenciar el conflicto social. Si el enemigo es una quinta columna adentro de nuestra sociedad, puede ser muy rentable.
* Periodista Italiano y analista internacional