Usted está aquí: martes 26 de julio de 2005 Opinión Archipiélagos gráficos

Teresa del Conde

Archipiélagos gráficos

Entre las celebraciones por los 30 años de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), destaca esta exposición Archipiélagos gráficos que, bien leída y museografiada por Elena Segurajáuregui, se exhibe en la Galería de Medellín. Se trata de un muestrario, todo de obra reciente (2003 y 2004) y participan en ella 42 artistas, con otras tantas obras.

Si se dijera que ''no están todos los que son" y que están algunos que no lo son tanto, se estaría en lo cierto, pero lo que sucede es que la selección fue hecha con base en las participaciones de estos mismos artistas en la propia UAM.

Todas las piezas son grabados, es decir, no hay estampas planimétricas, que ya en otras ocasiones han sido tomadas como eje de exposiciones en esta misma galería, pues ésta y otras veces ha dado a la estampa su importancia debida.

A los nombres más conspicuos entre pintores, dibujantes, escultores, y grabadores convocados, no necesariamente corresponde la mayor excelencia de las piezas, pero sí hay en este sentido algunas excepciones a las que haré breves referencias, como la que encarna la maestra Pilar Bordes, con una de las obras más finas y propositivas de todo el conjunto, S.M.A., paisaje devastado en aguafuerte, aguatinta y puntaseca.

En cambio, personalidades de tanta importancia como Leonora Carrington, el propio José Luis Cuevas (su aguafuerte a dos tintas se titula El juguete de Luisita, un enorme unicornio, es gracioso, pero nada más ) o Carla Rippey con La mujer del torero, también aguafuerte y aguatinta, parecieron más bien haber procurado cumplir con el compromiso sin mayor detenimiento, lo que también sucede con la figura femenina reclinada de Juan Soriano, un fotograbado con aguatinta inferior a otros dibujos y grabados suyos.

El requerimiento de ejecución dispone que todas las obras participantes fuesen de pequeño formato, 30 x 30, por ello había una razón de más para haber manejado formal y técnicamente los mejores recursos para destacar usos como el color, la pertinencia o la posible aportación en cuanto a método, cosa que sí ocurre, por ejemplo, con las Máscaras, de Silvia H. González.

Otros entre los mayores de la pintura y el dibujo mexicano que con sus participaciones sí realzaron la muestra son, a mi parecer, Gilberto Aceves Navarro, de quien se admira la espontaneidad conjugada con su propia retórica en las magistrales Tres gracias, en aguafuerte y aguatinta; los Sin título, de Roger von Gunten y Vicente Rojo, tan distintos y contrastantes entre sí (aunque yo ya conocía el de Vicente, que además ha sido muy difundido) y el también Sin título, de Joy Laville, una atractiva proyección más de sus óleos y acuarelas de pequeño formato.

Entre las piezas de artistas de generaciones más recientes, que me parecieron mejor pensadas, están los Giros, de Gilda Castillo, aguatinta a tres tintas; Dos circunstancias, de Magali Lara, quien explora a fondo las posibilidades del grabado en hueco; M.C., de Paul Nevin, pieza que desde el plano explora el volumen; el excelente grabado de Gabriel Macotela; el finísimo enrejado de Victoria Compaiñ, y Huellas 72 bis, de Perla Krauze, que hace alarde de todas las gamas posibles de grises y ocres claros realzados con las verticales negras.

Pero si hubiera que decir, ¿cuál es la mejor pieza de todas? (cosa imposible de hacer porque cada quien tiene sus preferencias), me manifestaría por el aguafuerte y aguatinta de Luis López Loza. Cosa para nada extraña. Este maestro siempre ha tomado su trabajo en la gráfica como quehacer indispensable y ha trabajado en los mejores talleres del mundo, además de que en esta pieza modificó sus formas consabidas de diseño, dando lugar a insinuaciones de figura, además del manejo soberbio del claroscuro.

Otra pieza que llama la atención, inclusive por el título, es la de Alan Glas, Gaugin, la muerte y Marte (incluyendo además lo que veo como la lámpara de Aladino), composición que recurre a las anamorfosis de tanta cabida en el surrealismo y sus secuelas.

En vez de un catálogo-libro o libreta, la totalidad de las obras se imprimieron como tarjetas postales, opción acertada porque uno puede ''jugar" con ellas al tratar, a primera vista, de identificar a cada artista. Están contenidas en una cajita de cartón flexible en la que se imprimieron el grabado de Leonora Carrington, el de Gabriel Macotela y fragmentos de los de José Francisco y Teresa Cito.

El conjunto se acompaña con tríptico impreso por las dos caras, en el que Miguel Angel Echegaray explora adecuadamente el papel de la estampa.

 
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