CIUDAD PERDIDA
Gravar la prostitución nomás tantito
Del casi todo al casi nada
Del anecdotario memorable
ES SABIDO que serán muchas y reiteradas las discrepancias que acarree la salida del actual jefe de Gobierno, y será mucha la tinta que por ello corra en las páginas de los diarios, por eso, y porque la discusión se alargará, dejaremos el tema para una próxima entrega. Esta vez abordaremos otro asunto: la legalización de la prostitución en la ciudad de México.
RESULTA QUE desde hace un par de días, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal inició un foro en el que se debate si es procedente cobrar un impuesto a quienes ejercen tal oficio.
EN ESE lapso este foro ha sido escenario de la visita de las afectadas, de quienes teorizan respecto de su trabajo, de quienes lucran con él y hasta de algunos clientes que, decididos, van en defensa de las trabajadoras.
EL ASUNTO es que las autoridades piensan que es el momento de pedir que la prostitución sea gravada con un impuesto de 4.57 pesos diarios (por uso de suelo, aunque su práctica se realice, habitualmente, en otra superficie), que se paga-rían bimestralmente.
NO SABEMOS, hay que reconocerlo, cómo se llegó a la cifra mágica ni cuáles fueron los elementos que, objetivamente, llevaron a nuestras autoridades a fijar dicho impuesto en la cantidad antes mencionada, pero lo cierto es que en ese gremio hay indignación por tal medida.
LAS AUTORIDADES no tienen ni idea, para variar, de cuánta gente se dedica a ese oficio, aunque tienen detectados casi ciento por ciento los puntos principales de la ciudad donde se ejerce, como La Merced, Calzada de Tlalpan, Sullivan y calles de buena parte de la delegación Cuauhtémoc.
SE CONSIDERA que hay entre 2 mil y 50 mil, cifra que parece ridícula si se considera el tamaño de la población citadina, aún así, el número, se comenta entre los estudiosos del fenómeno, se convirtió en humo porque la prostitución se ejerce en casas de citas, baños saunas, estéticas, salones de masajes, hoteles, etcétera, y los servicios se contactan de manera directa o a través de call girls, escorts, vía Internet y páginas especializadas de medios impresos imposible de ser censados por las autoridades.
AUNQUE SE sabe que en el oficio hay clases. La primera se conoce como de altura y maneja circuitos de artistas, modelos y edecanes dirigidos a políticos y empresarios; la segunda clase media: bares, estéticas y hoteles, y la última de abajo, que controlan padrotes y madrotas.
ES DECIR, se sabe casi todo, pero no se sabe casi nada. Lo mismo pasa en cuanto a las tarifas, que en La Merced van de los 25 a los 35 pesos, y en Sullivan corren de los 750 a los mil 500 pesos, costos que se disparan si el asunto se trata en bares de lujo o en otros establecimientos donde hay tarifas que llegan a los 10 mil pesos.
LA COSA es que las prostitutas de la ciudad están en total desacuerdo con el impuesto que se les quiere encajar porque, según ellas, no saben a donde irá a para el dinero, fruto de su esfuerzo, que entregarán a las autoridades.
PERO LO mejor que podría pasar, dicen las trabajadoras, es que los fondos que se acumulen por este encaje fiscal sean aprovechados para crear un fondo que les permita una vejez tranquila porque, como es sabido, su trabajo carece de cualquier protección social.
CON TODO este lío viene a la memoria una anécdota que se cuenta con frecuencia siempre que se habla del tema y que se refiere a la intentona del llamado regente de hierro, Ernesto P. Uruchurtu, de gravar el viejísimo oficio. Narran que envió a la casa de La Bandida, dueña de uno de los prostíbulos de mayor prestigio en el país a mediados del siglo pasado, un escrito haciéndole saber de sus pretensiones.
LA MISIVA fue contestada oportunamente por La Bandida de la manera siguiente: "Sí, señor regente, de aquí en adelante le daremos la mitad de todo lo que nos entre". Así nos la contaron.