LARGO VIAJE A OKINAWA
Crónica desde ''la locomotora'' que empuja la economía de Bolivia
Santa Cruz de La Sierra, Bolivia. ¿Está tuerto? No lo sé: ladea la cabeza y me mira con un ojo abierto y el otro cerrado, pero el globo de éste se ve como una pelota gris bajo la membrana del párpado que después de un rato desnuda al fin la otra pupila sana. El tuerto podría ser yo, de un momento a otro, si me descuido: el afilado pico amarillo, la sucia cavidad bucal manchada de polvo, de baba, de hierba, se abre y se cierra a la altura de mis ojos como una máscara sobre el enorme, flexible y delgado pescuezo, mientras las altas y flacas patas caminan de lado, despacio, al parejo que yo. Sólo nos separa una gruesa tela de alambre oxidado y me queda claro que puede atacarme, y arrancarme la nariz, si se le antoja. Entonces descubro algo: de todos los pájaros de este mundo, el avestruz debe ser el único que conserva la forma del huevo que lo contuvo cuando era embrión; sin piernas ni cuello es un inmenso huevo de oscuras plumas gruesas.
He venido al zoológico Faena Sudamericana, presunto orgullo de esta ciudad, para conocer la calidad profesional del veterinario Ismael Muñoz García, cuyo libro -¿Independencia o autonomía? La disyuntiva de Santa Cruz- es una recopilación de artículos de prensa publicados en los últimos dos años. Por ahora, postula en su prefacio, ''proponer y alcanzar la autonomía para Santa Cruz y para todas las regiones de Bolivia que lo deseen, puede llegar a ser un proceso atraumático (sic). La independencia queda entonces como un recurso extremo ante la ceguera de las fuerzas reaccionarias". ¿Cuáles, según él, son las fuerzas reaccionarias? ¿Las del movimiento indígena que se opone al neoliberalismo?
Antes de sumergirme en la obra de Muñoz García voy a averiguar si este aspirante a ideólogo del separatismo cruceño es, por principio de cuentas, un buen director de zoológico. En agosto de 1990 visité el zoológico de Sarajevo y me escandalizó el espectáculo que daba el público alrededor de la jaula de los osos. Los pobres estaban hacinados, sucios, hambrientos, rodeados por adultos y niños que se divertían neurotizándolos al arrojarles una y otra vez una lata de Coca-Cola cerrada que perseguían, echaban fuera de nuevo y desesperaban por abrir con las garras. Había una crueldad palpable en esa actitud colectiva, quizá porque estaba a punto de estallar la guerra civil que destruyó para siempre a Yugoslavia, recuerdo al entrar en este parque, entre decenas de niños y adultos indígenas, vestidos con ropas muy pobres, que llegan, al igual que los escasos niños de piel clara, que también los hay, con una expresión de dulce alegría.
El recorrido comienza en la sección de los loros, las guacamayas, los pericos y las cotorras que ofrecen una diversidad alucinante pero, por desgracia, de cada 10 jaulas apenas una o dos tiene su correspondiente letrero explicativo; además de muchos otros pajaritos que también purgan sentencia de incógnito, hay lagartos, tapires, llamas, jabalíes, pirañas, lechuzas, tarántulas, serpientes, avestruces, venados, leopardos, pumas, gatos monteses, panteras, tigres, changos, águilas, cóndores y zarigüeyas, equivalentes a una suerte de tepexcuintles bastante más grandes que los más grandes del sureste mexicano. Pero las atracciones más celebradas por los niños son dos altísimas resbaladillas paralelas, como cañones de escopeta cuata, y un simpático burro que devora la porquería de los basureros.
Por todos lados hay avisos que advierten acerca de lo nocivo que es darle de comer a los animales, pero en todos los grupos humanos hay adultos que parecen felices aventando -o enseñando a sus pequeños a aventar- puños y puños de galletas y golosinas de colores a las jaulas. Nadie les dice nada. La falta de personal, de presupuesto, la postración económica del país, el abandono del parque son evidentes en el gran número de jaulas vacías -donde, qué curioso, sí hay letreros-, en la sobrepoblación descontrolada de algunas especies (venados y avestruces, por ejemplo), pero lo que deja muy mal parado a Muñoz García es el uso abusivo de carteles con palabras de Leonardo de Vinci, que se repiten hasta la exasperación de quien se ve obligado a leerlos una y otra vez: ''Cuando los hombres comprendan el dolor de los animales, la humanidad habrá dado un paso gigantesco".
Los culpables
Delante del zoológico hay cuatro restaurantes, cada uno más destartalado que el otro; elijo el que da al Tercer Anillo -la tercera avenida en importancia de ésta, la ciudad de los anillos- y pido una cerveza y un ''chicharrón de pollo". Me traen un platón repleto de muslos cubiertos de cornflakes, estilo kentuckyfuchiken, y un envase tamaño caguama, y me cobran 16 bolivianos (menos de dos dólares). Dejo la mitad de todo y me sumerjo en la lectura de Muñoz García:
''Un simple vistazo al mapa de Sudamérica muestra que el territorio de Santa Cruz es la porción más ancha al oeste de los Andes. Ningún otro país del Pacífico se ha apartado tanto de los Andes, es decir, más de 800 kilómetros al oeste de la cordillera sobre la cual están montados Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia. En este sector Brasil no pudo acercarse más a los Andes porque se lo impidió un país que no es andino sino platense y amazónico al mismo tiempo: ese país es Santa Cruz, inicialmente conocido como Gobernación de Moxos."
Estas líneas me traen a la memoria inmediata un dibujo con el mapa de Bolivia y, dentro de éste, el de Santa Cruz y las provincias orientales de Beni, Pando y Tarija, llamadas también las de ''la media luna", que en verdad ocupan la mitad del territorio nacional. Muñoz García afirma que la pobreza endémica de esta región dotada de excelentes suelos se explica tanto por el escaso mercado interno como por la lejanía de los mercados externos, pero agrega que hoy, gracias a las modernas vías de comunicación, Santa Cruz es ''la locomotora de la economía boliviana".
Sin embargo, lamenta ''la rémora de una población mayoritariamente indígena, atada a formas de vida y a creencias difíciles de integrar a la economía de mercado", un ''pueblo ignorante (al que) se le ha hecho creer, por intereses políticos, que la conservación de su cultura ancestral es más importante que la integración al modo de vida universal". Y desde ahí arremete con más ahínco: ''Nadie ha sido capaz de explicarles a los aymaras y a los quechuas que el mejoramiento de sus condiciones de vida no será posible sin un aumento de la producción y de la productividad de su trabajo porque eso es lo que hacen todos los pueblos del mundo..."
¡Plop! Mi intención de entrevistar a Muñoz García, ante esta colección de lugares comunes, y sobre todo después de ver su zoológico, revienta como burbujita. ''Tarde han aparecido movimientos indígenas trasnochados, desprovistos de recetas convincentes para el desarrollo, que no puede basarse en el endiosamiento de la coca y en la libertad de producción de una droga que..." Basta: detrás de los argumentos ''científicos", el discurso adquiere el tono de un panfleto en contra de Evo Morales, el líder aymara del Movimiento al Socialismo (MAS), que bien puede convertirse en el próximo presidente de Bolivia en las elecciones del 4 de diciembre.
Cierro el libro y lo tapo con un ejemplar de La Prensa, el antiguo periódico de La Paz, legendaria trinchera del conservadurismo, cuyo editorial deplora que los posibles postulantes a la primera magistratura ya comenzaron a atacar a sus adversarios. ''El primero en hacerlo fue el líder del Frente de Unidad Nacional (Samuel Doria Medina), quien lanzó dardos contra uno de los posibles favoritos, el candidato del MAS". Luego, prosigue el texto, ''fue el turno del jefe de la Nueva Fuerza Republicana (NFR) quien fustigó al MAS señalando que recibe dinero de Venezuela, Cuba y Libia. (...) A su vez, el ex presidente y ex jefe de Acción Democrática Nacionalista declaró que el país no necesita 'ni negros petrodólares ni blancos narcodólares', en evidente alusión al partido que tiene su base en el Chapare", la zona cocalera del departamento de Cochabamba donde está el bastión principal de Evo Morales.
Otros artículos de opinión, en las páginas dedicadas a ese género, coinciden en el afán de linchar a Morales. Esto me recuerda las confesiones del taxista que me trajo al zoológico, un muchacho no aymara sino cruceño, camba y no colla, pues, que desempeña todo tipo de funciones en mi hotel, un joven moderno que manejaba con una mano y con la otra redactaba mensajitos en su teléfono celular, al tiempo que me explicaba convencido:
-Bolivia no va a vivir en paz hasta que alguien mate a Evo Morales.