La esperanza del Quijote
La esperanza del Quijote (recordando aquí el verso de Tomás Segovia sobre la espera, Ceremonial del Moroso) consiste en la sustancia de las cosas que esperan. Espera que consiste en aceptar lo que se siente que se tiene. Revestir la vida de espíritu, de ser espíritus espoleados por el anhelo de su categórica intuición creadora: El ser existe y es fluir del tiempo. Y es más, sólo el ser existe.
La contienda entre el ser y su apariencia, como lo demuestra Heráclito, colocado muy cerca de las lides de Freud y Cervantes. Ellos, a contracorriente, ponen el acento en sentido contrario a la unidad, la centralidad, la fijación y la sistematización. Descubrieron que todo se movía, se tornasolaba, se disgregaba, desaparecía y volvía a aparecer.
Heráclito, con la misma vigencia y actualidad que el Quijote y el pensamiento freudiano, descubre la falta de estatismo de las cosas y se queda prendido y prendado de esa incesante transformación enloquecedora que hace que cada momento, en cuanto realidad, sea un inquietante fluir inasible; encontrando la manera plástica de anunciarlo con la famosa imagen del hombre que no se baña dos veces en el mismo río, porque el río ya no es el mismo, las aguas ya no son las mismas, han dejado de ser lo que eran, no volverán a serlo jamás. ''Somos y no somos", ''Estamos y no estamos". Por tanto, anuncia: Nada nace si nada muere, todo se transforma. Y es que la variedad perpetúa las cosas, el centelleo de su incansable mutación pudiera engendrar la constitución natural del ser. Por tanto, el ser sería variedad, flujo y reflujo de un movimiento constante.
Es así como al Quijote todo se le iba desmadejando brumosamente hasta darle la impresión de que nada era nada, de que todo era una ilusión, un sueño, y los sueños, sueños son. Ni de ellos somos dueños. Como dijo Nietzsche: tenemos que seguir soñando.
El Quijote confunde lo aparente con lo real, lo fenoménico con la sustancia y de esta confusión de sentimientos había de registrarse un desencanto brusco y progresivo, sus ideales se desvanecían como un sueño que había confundido con la vida.
Resultado del grado de fijación en qué, peregrino por los campos, se queda inmóvil, y al andar, sutilmente, se percata que entró al tiempo (tiempo puro, temporalización freudiana, recurso de la temporalidad discontinua, pensamiento de la diferencia). Porque el andar no es otra cosa que tiempo. Lo impalpable, lo misterioso, el ser, ''eso" que se nos escapa siempre, se nos va de las manos.
Y, ¿cómo apresar eso que ''falta", eso que no se ve, eso que fluye, denso e inasible, que no es otra cosa que la firme existencia invisible del ser, que lo puso en contacto con una realidad indefinible que resume lo que buscaba: la faz invulnerable de la vida, su palpitante acecho? ¿No será que el binomio Quijote-Freud no habla de este ser que es a fuerza de serlo, tan oculto, se nos manifiesta no mediante lo oculto sino de lo visible, no sumido en la inmutalidad, sino al contrario, en movimiento constante, moviéndose inquietantemente sobre los efímeros talones de lo transitorio? O sea, que no hay otra realidad del ser que ésta, la que nos está indicando la mutación constante e inasible de las cosas del mundo (que la sicología del yo cree asir).
Así existe el ser en la perpetua inmovilidad infinita de su mutabilidad. Sólo que he aquí, el nudo-ombligo freudiano del sueño, sometido a la condición de un cambio permanente que le hace ser el que es: transformándolo por medio de la vorágine de tales transformaciones. La esencia de la esencia inmutable.