Festejos angelinos
El próximo 2 de agosto se festeja a Nuestra Señora de los Angeles; con ese motivo, el santuario en que se le venera desde hace 400 años, levantado frente a una amplia plaza en el barrio de los Angeles, en el corazón de la Colonia Guerrero, se prepara para varios días de fiesta, con el propósito de agasajar la imagen en el templo, cuyo antecedente fue un pequeño santuario ubicado en este antiquísimo barrio de Tlatelolco.
La leyenda reza que después de la terrible inundación que azoló la capital en 1580 apareció entre las aguas un lienzo con una hermosa imagen de María Santísima rodeada de ángeles; éste fue recogido por Izayoque, noble indígena, quien le construyó una sencilla capilla de adobe para venerarla, misma que fue varias veces reconstruida por sufrir los embates de la naturaleza sin que la virgen sufriera ningún daño, lo cual le creó gran fama y que fuera visitada por multitudes.
Era tanta su gloria, que en el siglo XIX se edificó en el mismo lugar una enorme iglesia, cuyo interior se atribuye a Manuel Tolsá. Esta aún existe con una enorme cúpula que semeja una corona, recubierta de azulejos, al igual que los que lucen las dos torres. Fotos antiguas nos muestran la iglesia en el siglo XIX con una sobria fachada, con las torres de los campanarios sostenidas por gruesas pilastras almohadilladas. Ahora el aspecto ha variado, aparentemente a partir de la remodelación que llevó a cabo en 1950 el arquitecto Francisco Mariscal, según menciona una inscripción en la fachada, la cual ahora ostenta una gigantesca escultura, medio colgante, de la santa patrona, totalmente desproporcionada y para colmo, dos extrañas columnas con elaborados capiteles, adosadas a los costados.
Esta grotesca modificación externa no pareció afectar la devoción de los fieles, quienes continúan concurriendo con asiduidad al templo y festejan a su Señora de los Angeles con alegre romería. En siglos pasados era de gran fama la fiesta conocida como Las luces de los Angeles, que duraba ocho días consecutivos y a la cual acudían personas de todos los rumbos de la ciudad. El gran escritor y periodista decimonónico Manuel Altamirano escribió: "La virgen de los Angeles es rigurosamente la Madona de los pobres de México; después de la Guadalupana es a la que se rinde más culto y devoción".
Como mencionamos líneas atrás, el populoso barrio en la época prehispánica pertenecía a Tlaltelolco, "habitación que fue de la Nobilísima Parcialidad de los toltecas, fundadores del poderoso imperio mexicano". Actualmente, además de su santuario, tiene fama por el Salón los Angeles, el cual se encuentra a unos pasos del templo, en la misma calle de Lerdo, en donde, por cierto, todavía se ve el viejo letrero de la que fue la famosa fábrica de muebles Lerdo Chiquito, que todos los "guajolotones" recordarán.
Es una fortuna que el tradicional salón de baile continúe vivo; suerte que no tuvo el Colonia, templo del danzón, que recientemente fue demolido. Los martes y domingos puede ir a echar una sabrosa bailada a Los Angeles, inspirado únicamente por la música y la pareja, ya que no se venden bebidas espirituosas, lo cual prueba que es falso el socorrido dicho de los bebedores que sostiene que "alegría que no proviene del alcohol, es ficticia". Los viernes hay concursos, por si es verdaderamente bueno "moviendo el bote".
Para proveerse de energías antes del sarao, justo enfrente, en la esquina de Lerdo y Mercado, está la cantina La Tormenta, fundada en 1942 con el nombre de la Giralda. Hasta su fallecimiento, hace pocos años, estuvo al frente su dueño Tranquilino Méndez, El Chato, quien además preparaba unas tortas sensacionales que todavía se pueden degustar. Al traspasar las elegantes puertas de vidrio esmerilado se encuentra un amplio salón con mesas cubiertas con manteles verdes, sillas de madera, gabinetes de piel negra, una gran barra cubierta del mismo material y una contrabarra bien surtida de una variedad de bebidas. En las paredes: reproducciones de Leonardo Da Vinci, Van Gogh y litografías que muestran desnudos pintados por Raúl Anguiano. La música ambiental, grata y a buen volumen, deja disfrutar la plática, que sólo se interrumpe por el choque de las fichas del domino o los dados del cubilete.
Los meseros de muchos años, Héctor, Pedro y Rodolfo, sirven con diligencia la abundante botana que cambia todos los días, o los platos a la carta que van de la chistorra, al T-bone y, desde luego, las famosas tortas. Sin duda una cantina de prosapia. Cierra los domingos.